Un Ángel llamado Jorge

Jorge tenía el gesto risueño y alegre, marcado por el hierro de la bondad. Su vida fue como la de una flor que empezaba a brotar y quedó tronchada por el rayo de una tormenta primaveral. Hoy, con unos padres rotos de dolor, queda el recuerdo de un muchacho querido porque únicamente hacía el bien. De un muchacho estudioso que miraba adelante, sin pensar jamás en su inocencia que, por las roderas de los caminos de la vida, también se podía atascar. En todo el Campo Charro e incluso más allá de la última encina del horizonte se le recuerda con añoranza y el cariño que se supo ganar de quien lo trató y quedó para siempre cautivado por sus virtudes humanas, que supo heredar de Mayca y Ángel, unos padres como él, bondadosos y ejemplares siempre en sus dedicaciones. Por eso esta gente es tan querida y su dolor compartido por un pueblo, una provincia y de todo un cuerpo como el de la Guardia Civil, que en la tarde del sábado abarrotó La Fuente de San Esteban para decir adiós a Jorge, con su vida tronchada cuando empezaba a florecer.

Había muchas lágrimas entre los presentes en esa jornada de luto, llanto y de emoción. De compañeros de instituto que no daban crédito a la repentina marcha de Jorge, el número uno de su clase y el número uno en bondad. De hombres hechos y derechos, compañeros de su padre, abatidos ante la desgracia. De los moradores de la Fuente que, en medio de la muchedumbre, presenciaban como ese chico al que vieron crecer, mientras corría por las calles, ya estaba en la eternidad. Ya era un ángel. Y una estrella que había comenzado a brillar en el firmamento celestial. Su gesto risueño y alegre nunca morirá y será el motor que impulse a salir adelante ante tanta adversidad, cuando el alma ha quedado encallecida por su inesperada marcha. Que se fue, además, en los mismos días que su familia estaba, todavía, sumida en el luto por la reciente muerte de su abuelo, acaecida hace pocas semanas.

De don Jacinto, extraordinario personaje que fue tantos años médico de La Fuente, pueblo en el que prendió su semilla y en el que dejó la impronta que siempre logran los hombres grandes y rubrican un recuerdo imperecedero. Porque de don Jacinto se hablará dentro de muchos años por su dimensión como profesional de la medicina y como hombre que se supo ganar, por lo que un día, cuando se jubiló, decidió quedarse para siempre en ese pueblo en el que crió a sus hijos. Como ocurrirá con Jorge, tan unido a su abuelo, cuyo ejemplo de bondad y de entrega será siempre el espejo de quienes tuvieron la dicha de compartir con él su breve paso por la vida, pero en el que supo cautivar por su talante bondadoso que guardaba su gesto risueño y alegre. Porque era como flor que empezaba a brotar y quedó tronchada por el rayo de una tormenta primaveral.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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