El ostes salmantino

Mientras las hojas del calendario caen de manera incesante y el paso de los años es testigo de la agonía que vive la provincia, con muchos de sus pueblos a punto de desaparecer, donde ya sólo queda una población de la que se ha adueñado la vejez, el resto del año no es más que la muestra de una muerte, lenta y eficaz, a la que sin duda contribuye el abandono al que están sumidos por quien debe velar por su futuro. Porque a nuestros dirigentes, de los jubilados y los moradores de zonas abandonadas sólo les interesan los votos.

Así se pudo comprobar hace unos días, cuando estuvimos por tierras de Lumbrales, que es un pueblo alegre y con fundamento, donde de vez en cuando conviene perderse para disfrutar de la nobleza y gentileza de sus gentes y también saborear sus exquisitos manjares, donde cobra especial relevancia el queso de oveja que fabrican en esa zona y es uno de los mejores del país o sus finas carnes de ternera, que son un lujo para el paladar y en varios establecimientos las preparan de ensueño.

En Lumbrales hay que darse una vuelta por sus numerosos bares y tabernas, dejar de lado las prisas y saludar a no pocos amigos. Tanto que hubo que variar la ruta y los planes, pues la excursión, en un principio estaba prevista hasta La Fregeneda y de paso visitar los restos de su antigua estación de ferrocarril, que es una reliquia y desgraciadamente ya forma parte del ayer.

En el fondo da pena volver a esos entrañables pueblos del oeste salmantino, donde tantas vivencias acumula uno en su currículum y comprobar cómo sus infraestructuras son impropias del siglo XXI. Así se comprobó el otro día, cuando desde Lumbrales, ya con la tarde rota nos fuimos hasta la cercana villa de Ahigal de los Aceiteros a visitar en su pequeño cementerio la tumba de Julio Robles, el amigo muerto. Pero para llegar hasta allí hubo que jugarse la vida por una carretera impropia, indigna de una civilización que acaba de dar la bienvenida al nuevo milenio. Tanto que si el genial Luis Buñuel volviera a nacer y viera la estrecha y serpenteante carretera de Ahigal se vendría a estos lares a rodar una nueva ‘Tierra sin pan’. No es para menos.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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