Aquel fallo del Madrid

La fisura producida en el Real Madrid por ese tipo provocador y polémico que es José Mourinho, en varios frentes abiertos acapara titulares desde hace varios meses en la prensa deportiva. El colmo ya ha sido dejar en el banquillo a Casillas, o lo que es igual el mejor portero del mundo. A la par, con sus insultos y provocaciones, no hace más que cargarse la grandeza y señorío de aquel Real Madrid que siempre fue un imán de admiración en medio mundo, para convertirse en la casa de los escándalos y el hazmerreír de todos sus enemigos. Ahora, la última ha sido la mencionada suplencia de Casillas. Pero más allá, en el fondo de todo, el montón de puntos que le saca el Barcelona, al que no han podido después de gastar casi cuatrocientos millones de euros en dos años y vivir bajo la sombra y maravilla de un Barcelona exquisito y maravilloso. Y encima del dineral que han gastado, la mayoría da pena ver jugar al equipo blanco.

Hoy, encima, en el Real Madrid hay errores gordísimos. La verdad es que errores siempre los hubo, pero la diferencia es si se hacen cuando solo interesa chupar o cuando llegan porque de humano es equivocarse. Viene a cuento porque hace más de treinta años, el Real Madrid tuvo otro error burocrático del que se benefició nuestra querida Unión. Sucedió en los albores de la pasada década de los 70 cuando el equipo malvivía a caballo en las divisiones inferiores. Entonces, con la llegada del joven entrenador zaragozano José Luis García Traid, la Unión se reforzó con el fichaje de importantes jugadores. Entre éstos llegaron Sánchez Barrios y Robi, dos promesas de la cantera del Real Madrid que venían en condición de cedidos. El primero era un extremo escurridizo que atesoraba el don de la calidad, mientras que el segundo fue un magnífico volante, del estilo al actual Xavi Hernández del Barcelona.

Los dos jugadores triunfaron a lo grande defendiendo los colores de la Unión y ambos fueron protagonistas del memorable ascenso a la máxima categoría, sobre todo Sánchez Barrios, quien quedó para siempre en el pedestal de la Unión gracias al antológico que le marcó a Esnaola, el mítico portero del Betis, la noche que nuestro equipo soñó despierto tras alcanzar lo máximos honores. A raíz del éxito el Madrid quiso recuperar a los jugadores y fue cuando se descubrió un grave error burocrático (algo inédito en el club merengue) pues fueron cedidos con la ficha de aficionados que tenían en los filiales blancos, mientras que como en el Salamanca los suscribieron con primera ficha profesional, el reglamento le daba la propiedad a este club.

Enterado don Santiago Bernabéu del fallo echaba berrón por la boca, convocó una junta y puso al orden al señor Miguel Malvo, un histórico de ese club en el que era jefe de la cantera y también al mismo Saporta, quienes a diferencia de los buscavidas actuales, aceptaron su fallo y tras la ‘santiaguina’ (como se llamaban a las arengas o broncas que echaba Bernabéu) buscaron levantarse del tropezón de la mejor manera que pudieron, lo que aprovechó la Unión gracias a la astucia del presidente Paniagua y de Gabino Sánchez, el eficaz gerente.

Al final y con gran pena, el Real Madrid renunció a Robi, quien jugó varias temporadas en la Unión y posteriormente fue traspasado al Atlético de Madrid. Por su parte, el Madrid repescó al sensacional Sánchez Barrios, a cambio de cuatro millones y de entregar al Salamanca la propiedad de Lanchas y Rial, que estaban cedidos.

Aquel fue otro fallo histórico de la Real Madrid del que nuestra querida Unión tiró la caña para pescar en las aguas revueltas de la confusión. Pero la diferencia fue que entonces, el Real Madrid, estaba dirigido por gente que sentía los colores y dirigía el timón del prestigio de ese club. Y ni en sueños se podía imaginar que algún día llegaría gente como el vendehúmos de Jorge Valdano, con su palabrería barata, junto al impresentable de ese entrenador portugués llamado José Mourinho, quienes están hundiendo a un símbolo deportivo que marcó un senda de señorío por todo el mundo.

 

 

 

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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