La gran fiesta de Guinea

Que hermoso es ver a la Selección Nacional jugar en la antigua colonia y posterior provincia –hasta la independencia de 1968- de Guinea Ecuatorial. En el único rincón de África que habla español y se siente todo lo que ocurre en la vieja Iberia como propio. En esa Guinea que ha marcado impronta en miles de españoles que en ella laboraron. Gente que dejó aquel país como los chorros del oro con unas infraestructuras que no existían en muchos puntos de la metrópoli. Sin olvidar la riqueza naturales de la madera, el cacao… Guinea es sentimiento español, aunque desde su independencia las dictaduras hayan intentado olvidar su historia.

Esa historia viva ha reverdecido entre sus gentes llanas gracias a la Selección Nacional. Gentes que no saben de política (aunque la sufren) y son felices por ver jugar a La Roja en su hermoso país tropical. Tan felices que la llegada de estos muchachos que causan admiración en el mundo, seguramente, ha sido el momento más dichoso vivido en Guinea durante décadas. Y eso únicamente lo consigue la grandeza de nuestra Selección. Como quedó patente en el gran recibimiento que hicieron a los jugadores al pie mismo de pista mientras bajaban del avión en el aeropuerto de Malabo.

Es la parte humana y hermosa, la alegría de un pueblo que estos días apaga su cotidiana amargura con la presencia de los campeones del mundo. De gentes que han ahorrado para comprar una camiseta de la Selección y viven con pasión todo lo que rodea a nuestro fútbol. Porque, lejos ya del encuentro de hoy, Guinea Ecuatorial se paraliza cada fin de semana con los grandes partidos de la Liga española.

Sin embargo es triste ver la falta de sensibilidad de la mayoría de los medios que han atizado con dureza a este viaje de la Selección, todos con una lectura dura y no exenta de demagogia. Olvidándose de la realidad y de las connotaciones sociales de La Roja ante el pueblo llano, que es lo más grande. Se olvidan que nuestros hermanos de Guinea necesitan alegrías y momentos de felicidad tras vivir atada a la dictadura cruel de Teodoro Obiang N’guema, de ese Teodorín (militar formado en la Academia General de Zaragoza) que se alzó al poder por la fuerza de las armas y después se encontró con la lotería de que Guinea está sobre una inmensa bolsa de petróleo que lo ha convertido en el Kuwait de África (aunque la riqueza es toda para él y quien le ríe su sanguinaria política).

Pero lo importante es el pueblo y se olvidan que nuestras selecciones y combinados deportivos han jugado anteriormente en países que también viven bajo el terror de la dictadura y nadie dijo nada. Han participado en la Olimpiada de China, se han disputado encuentros en Arabia Saudita y en el resto de países árabes; o incluso en el vecino Marruecos, sin olvidar a otras naciones dominadas por el paraguas de sanguinarios dictadores y nunca han alzado la protesta como ha ocurrido ahora. Han atizado (que al sátrapa de Teodorín hay que hacerlo, pero de otra manera) olvidándose del significado que ha tenido este momento para alegrar a un pueblo que está en una nube. Un pueblo que, en su euforia, ha llenado de banderas españolas sus calles en mayor número que cuando era provincia española y salta de felicidad desde Punta Fernandina, hasta la antigua Avenida de España (hoy de La Independencia), junto a la preciosa catedral neogótica de Santa Isabel, que fue otra herencia de España o en toda la isla de Bioko, con conotaciones que llegan a la parte continental y a la ciudad de Bata.

Por todo una vez más enhorabuena a nuestra Selección Nacional, orgullo del deporte y de la solidaridad, como también a ese caballero que la dirije con su sabia y humana batuta que es Vicente del Bosque, quien siempre sabe estar con un señorío como nunca nadie lo ha hecho en el mundo del deporte. Porque ahora han hecho feliz a un pueblo con mucha sangre, cultura y sentimiento español en su historia. Un pueblo que necesitaba esta alegría tras estar sometido al látigo cruel e inhumano de Teodorín.

 

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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