Banesto, el final de un banco

Otro símbolo español que se cae bajo la losa del poder económico de Emilio Botín, que lo destripa todo a su paso. El Banesto, que ha sido uno de los bancos más familiares, desaparece para integrarse en ese ‘Santander’ que se ha hecho el amo del dinero. Amo del dinero y sin sensibilidad por facilitar que se pierda algo que ha estado unido a la vida de tantos millones de personas. Como también, en su día, se cargó otro célebre nombre bancario, el ‘Central’. O antes el ‘Hispano Americano’. Pero lo del Banesto, que era una gran marca bancaria superviviente a las fusiones ha acabado engullida por ese dientes de hiena de Emilio Botín, el que más manda en el país.

Se lleva por delante el viejo Banco Español de Crédito de tantos recuerdos. Ese banco en el que numerosos chavales entraron de botones y acababan de directores cuando el director de una oficina rural gozaba en el pueblo de tanto prestigio social como el cura, el maestro o el farmacéutico. Cuando llegaban a directores antes de que para ese cargo hagan falta infinidad de estudios, master… e hicieron grande al banco estudiando en la universidad de la vida, siempre con la viveza y sentido del temple innato de captar a los clientes con su saber estar; con anterioridad a los métodos actuales, que cuando llamas al ‘Santander’ solamente hablas con máquinas operadoras que han hecho perder el trato humano que existía entre el director y el cliente. Porque ahora los directores solo están para llamar cuando la cuenta está en números rojos.

Pena del Banesto sentirán en muchos rincones de Salamanca y Zamora, tierras que generaron montones de trabajadores para ese banco gracias a la vinculación que tuvo con ambas provincias Jaime Gómez-Acebo y Modet, a la sazón marqués de La Deleitosa, quien presidió durante un montón de años el ya desaparecido Banco Español de Crédito. Jaime Gómez-Acebo, que tuvo un hijo que se casó con la infanta Margarita, la hermana del Rey, poseía grandes propiedades en la provincia charra. Una de ellas era la finca Aldeávila de Revilla, situada por terrenos de Buenamadre, que está regada por el Huebra, río en el que construyó una presa que sirvió para poner en marcha durante un tiempo un magnífico regadío que causó admiración y en la actualidad su mayor aprovechamiento es como paraíso para los pescadores.

El viejo marqués, don Jaime Gómez-Acebo, hombre cultísimo y muy adelantado a su tiempo, dejó esencia entre otras cosas de una extravagante manera de vestir que daba mucho que hablar por los pueblos de la zona que visitaba. Porque le gusta ir de un sitio a otro en sus frecuentes viajes, en los que conoció a mucha gente y posibilitó que infinidad de muchachos entraran en Banesto. Viajes que cesaron cuando en 1953 el torero Emilio Ortuño ‘Jumillano’ le compró Aldeávila de Revilla unos meses después de tomar la alternativa y convertirse en figura de postín. Desde entonces la huella del marqués de La Deleitosa, que presidió Banesto, desapareció de esta tierra.

Como recuerdo de su paso queda una magnífica casa solariega, en la que hoy reside el querido torero Jumillano, con numerosos elementos que trajo el propio marqués del llamado palacio Xifré de la Castellana madrileña, una joya artística que era como se conocía a la residencia de los Duques del Infantado, del que adquirió algunos artesonados y las puertas, como también los aleros y los arcos de piedra del exterior que le dan un aspecto palaciego. Fue la vinculación castellana de un hombre, bajo cuyo timón presidencial creció el Banesto, ese banco tan querido que ahora ha acabado degollado por los dientes de hiena de Botín.

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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