Esta mañana marzal alzo mi brindis de admiración y respeto a un torerazo. A Javier Castaño, que ya espera la cita abrileña de Sevilla para embutirse en el chispeante de seda y oro frente a la corrida de Miura. De esa leyenda de las cinco letras que le espera cincelada bajo el terror y gloria con la que tiemblan tantos toreros y que para él es un baluarte que ha dado tanta grandeza a su carrera, con una impactante hoja de servicios en la que brilla con luz propia ese nombre. Como aquel día de Nîmes que se encerró en solitario y la Tauromaquia amante de la emoción y la gesta vivió un acontecimiento escrito con la tinta de la torería y el esfuerzo para que las nuevas generaciones alimenten su afición.
Ahora que Javier deja atrás otro desierto, el más duro de cuantos le tocó vivir y el agua fresca del oasis ya sacia su sed es el momento de que el campanario del sentimiento taña de alegría ante esta temporada que le espera y será tan especial para él. Realmente todas han tenido un punto de superación, de demostrar su fondo y que es capaz de sobreponerse a las más exigentes barreras que llegan a su camino. Pero la pasada lo ha sido más con este reciente invierno en el que hubo que enfrentarse a otro toro, inesperado y marrajo, para poderle y alimentarse de nuevas motivaciones. Porque Javier, que es un chaval extraordinario y de enorme fuerza interior, fue capaz lidiar sus inciertas embestidas para finiquitarlo de una estocada en lo alto de las agujas y poder disfrutar de cuanto legítimamente ha ganado. Porque es un torerazo y un tío.
Lo fue siempre, como la época del ostracismo profesional en el que su nombre quedó apartado de la agenda de los empresarios y únicamente él creyó en sí mismo con la fuerza y el ánimo de Chus. Apenas toreaba hasta que una tarde de la feria de León frente a una corrida del Puerto dio un serio golpe de atención. Fue una llamada para que las gentes del toreo supieran que estaba vivo y quería regresar a las ferias con nuevas credenciales. Y la prueba fue que al final de temporada, en el momento que las mulillas se disponían a arrastrar el año taurino, cuajó magníficamente aquel Cuadri, que parecía la máquina del tren, en El Pilar de Zaragoza que ya le dio el pasaporte para las ferias. Y lo hizo a lo grande, con la emoción presente en sus faenas. Aliado al señorío de su persona. Sintiendo orgullo de ser torero, ya sea con la dura o la comercial.
Ahora que ya le espera Sevilla en el inicio de la nueva campaña me descubro ante este Javier Castaño que es un ejemplo para el toreo. Y una persona admirable para la vida. Olé por ti, Javier.