El recuerdo del ‘gandumbas’

José Miguel Echevarri -prestigioso preparador de ciclistas- estaba tan prendado del balneario de Retortillo que en el inicios de cada nueva temporada concentraba allí a sus corredores. Aprovechaba la tranquilidad y belleza del lugar, junto al milagro de sus aguas sulfurosas, para buscar el tono ideal y sumar nuevas victorias al palmarés del deporte español. Además tenían la ventaja de que a final del invierno y principios de la primavera, las instalaciones estaban cerradas al público y podían disponer de la soledad junto al relax necesario para coronar con éxito la dureza de las pedaladas.

La época más activa de la presencia ciclista en Retortillo fue la pasada década de los ochenta. Entonces, al finalizar Carnaval, en la zona esperaban el acontecimiento que suponía la llegada de las estrellas del pelotón. Era el caso del malogrado Alberto Fernández, quien iba camino de ser figura cuando encontró la trágica muerte al volante de su coche. Del abulense Ángel Arroyo, quien brilló y al final la sombra del doping mermó sus honores. También José Luis Leguía, elegante escalador, al igual que Julián Gorospe, entonces con mucho nombre. Era en la época del ascenso a los cielos del triunfo de Perico Delgado, con su cara de niño bueno. De ellos el benjamín era Miguel Induráin, un chaval navarro que gracias a las condiciones tan sobresalientes que atesoraba iba camino de ser la inmediata figura del pedal. Aunque el destino lo obligó a esperar varios años para que toda España se perdiera las siestas veraniegas durante la década que asombró con sus proezas a golpe de pedaladas.

Esa época, perenne en el recuerdo, Rertotillo fue escenario de varias anécdotas. Una de ellas acrecentada después, desde que Induráin marcó época como rey del Tour. Entonces, la gente empezó a recordar cuando acudía junto a Gorospe, Echevarri y algún otro corredor a jugar a la pelota a mano al frontón de Retortillo. Eran partidos que causaban admiración por la fama de los personajes y también por el estilo de Induráin, quien al ser tan alto, desgarbado y excesivamente patán la gente empezó a llamarlo ‘gandumbas’. A la vez comentaban “como corra la bici igual que juega a la pelota se muere de hambre”.

Sin embargo a quien menos gracia la hacía todo aquello era al señor Lucas, el alguacil, deseoso que se marcharan para no acabar con su paciencia. Porque cada mañana se llevaba otro berrinche al descubrir nuevas tejas rotas, todas con el ‘sello’ de los pies de ‘gandumbas’, quien al ser el más nuevo del grupo le tocaba subir a coger las pelotas encajadas.

Aquel simpático gesto quedó en las anales de ese hermoso rincón charro, donde después lo seguían con tanta pasión que mientras escribía la leyenda del más grande era animado al grito de “vamos ‘gandumbas’». Después, aunque en sus biografías no aparezca esta página de sus inicios deportivos, en esa zona dejó escrita un poco de su historia gracias a esas concentraciones del Balneario de Retortillo que le sirvieron para ascender al olimpo de las estrellas.

PD: ESTAS PRECIOSAS HISTORIAS NO VOLVERÁN A PRODUCIRSE EN LA COMARCA DEL CAMPO CHARRO SI SIGUE ADELANTE EL PROYECTO DE LAS MINAS DE URANIO DE RETORTILLO.

 

 

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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