El honor de llamarse Armillita

Maldito 2017. Mal nacido año para las gentes del toreo. El peor que se recuerda en mucho tiempo, que de un plumazo se ha llevado a la luchadora Angela, al artista Manolo Cortés, al aguerrido Palomo Linares, al poderoso Gregorio Sánchez, a la ilusión de Iván Fandiño, al temple de Dámaso González y ahora a Miguel, el pequeño de los Armillita, sin olvidar también la leyenda de Victorino Martín, el mejor ganadero del último medio siglo. Todos, excepto el maestro Gregorio y Victorino, jóvenes y con mucha vida por delante.

Ahora se nos ha ido Miguel Espinosa ‘Armillita Chico’, el último gran artista que parió México, con trato y consideración de maestro -de verdad, no esa absurda moda actual de llamar maestro a todo aquel que viste de luces-, el hijo pequeño de aquel señor de los ruedos y colosal torero llamado Fermín Espinosa ‘Armillita Chico’, el llamado Joselito mexicano, que fue el torero más completo que parió el querido país de ultramar, el que triunfó a lo grande en todas las plazas de España y no fue más por el dichoso convenio que, cada dos por tres, se rompía y los aztecas debían regresar a su tierra. Sin embargo, el viejo Armillita Chico dejó en España el poso de un intérprete genial con máximo prestigio mantenido en el tiempo, además de padre de tres toreros. De Manolo, fallecido el pasado diciembre; de Fermín –compadre del gran Pedro ‘El Niño de la Capea’ y de Miguel, quien más alto llegó y fue dueño de unas asombrosas condiciones artísticas cuando la ocasión le vino propicia.

Con Miguel nos quedamos con un ramillete de faenas para el recuerdo, aunque con la cruz de no acabar de hacer el esfuerzo en España donde cuando debió acelerar ya tenía el riñón cubierto –su defecto era su conformismo- para haber sido una figura de época. Aquí protagonizó brillantes tardes de novillero y después, con esporádicas apariciones, no fue hasta septiembre de 1.990 cuando deja el sello de su calidad en la feria de Salamanca al cuajar a ‘Chafaroto’, un gran toro de Dionisio Rodríguez. Ese día, el gran Armilla, bordó el toreo al natural en una inmensa lección de clasicismo, de gusto y de torería, aunque parte del público y mucha prensa –con la excepciones del querido Don Lance en un diario local- no cantó aquella maravilla. Una maravilla que dejó para siempre una página de arte en La Glorieta.

Sin embargo el destino no quiso que ese lujo de trasteo quedase entre las telarañas del olvido y dos años más tarde, en octubre de 1992, Miguel Espinosa ‘Armillita’ regresa a España para torear en el festival homenaje a su amigo Julio Robles en Madrid y firmar un inspirado, hermoso y elegante trasteo a un toro de Juan Pedro Domecq cortando dos orejas y además televisado por la ‘1’. Esa tarde-noche, con la conmoción de su gran faena todo el mundo habla de Armillita y, por arte de magia, resurgen sus gloriosos naturales de Salamanca.

El triunfo de Madrid le dio alas para volver a hacer campaña española y, apoderado por el peculiar Bojilla, regresa para torear en varias ferias, aunque sin llegar ese esperado triunfo necesario para volar a los mejores carteles. De nuevo llegan idas y vueltas hasta que en San Isidro de 1995 sufre un gravísimo percance en Madrid al clavársele el palo de una banderilla en el cuello y estar a punto de perder la vida. Volvió en 1997 para matar la corrida de Miura –junto al Litri y Ponce- que conmemoraba en Linares el cincuentenario de la muerte de la Manolete y, a partir de entonces, apenas se le volvió a ver en ruedos españoles. Precisamente una de las últimas tardes que toreó fue en Salamanca, ahora de corto en el festival a beneficio de Las Hermanitas de los Pobres donde se lidiaban novillos de su amigo Julio Robles, quien lo invitó a torear, para hacer el paseíllo junto a varios amigos más: Manzanares, Dámaso González, Curro Vázquez, en tarde abierta por el rejoneador mirobrigense Perita y cerrada por el novillero José Manuel Sánchez, que deleitó con sus naturales.

Fiel a España eran varias las veces que viajaba cada año, sin perderse jamás la Feria de San Isidro. En ella era esperado por sus muchos amigos, entre ellos los toreros, quienes adoraban a Miguel, porque además de ser un diestro exquisito atesoró el don de la humanidad y supo llevar tan a gala y defender el prestigio del apodo ‘Armillita’. De este Miguel que acaba de marcharse a la eternidad en medio de este 2017 que queda herrado como el año mandito para los toreros.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

15 comentarios en “El honor de llamarse Armillita

  1. ¡Qué faenón en el homenaje a Julio Robles! Lo vio toda España en festival televisado, donde participaron todas las figuras del toreo. Las retiradas y las que estaban en activo. Descanse en Paz un gran torero.

  2. Chocado con la noticia. A Armillita le vi en Salamanca un toreo natural inolvidable. Vertical, con empaque, muy largo, muy hondo. Aquella tarde triunfó Rincón, pero el toreo inexplicable lo hizo Armillita.

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