Pepe Somoza, el apuesto novillero zamorano…

Por los campos del Yeltes y el Huebra, junto a la amplia comarca de Ciudad Rodrigo, era frecuente escuchar hablar sobre el crimen de Pinilla, el mismo que protagonizó las crónicas de sucesos en la España negra de la postguerra. Ese crimen, acaecido en el escenario de la dehesa de Campo de Yentes -también llamada Pinilla, situada entre los pueblos de Puebla de Yeltes y Aldehuela de Yeltes-, causó una enorme conmoción social en la época, dadas las dramáticas circunstancias que lo rodearon y la fama que avalaba al asesino, José María Rodríguez Iglesias, conocido por Pepe Somoza, quien había sido novillero y del que quedaron escritas unas coplas que muchos lugareños, aún, recitan de memoria.

Pepe Somoza era zamorano. Hijo de un afamado fotógrafo –y también crítico taurino de un diario local- que firmaba sus crónicas e instantáneas con el sobrenombre de Pedro Duero y dejó una huella tan enriquecedora que ha llegado a nuestros días. Pedro Duero fue habitual en los callejones de los cosos de Zamora, tanto la capital como la provincia, al igual que también en Valladolid y Salamanca -ciudad en la que nació-, gozando además de la amistad de destacados toreros, entre ellos Manolete, los Bienvenida, Manolo Escudero o Luis Miguel Dominguín… también estaba unido a la familia ganadera Molero y al Marqués de Villagodio. Su hijo Pepe Somoza era alto y elegante, con guapura natural, de porte distinguido y unos andares con tanta solemnidad que la gente se paraba para verlo cuando transitaba por las calles. Era un Petronio y hasta las mujeres más guapas de Zamora, Salamanca, Valladolid se lo rifaban, porque además tenía arte y simpatía.

Influenciado por el ambiente familiar y la cercanía a varias figuras, un día decide aventurarse en el toreo y, tras prepararse, empieza a actuar en el ámbito de su Zamora, también Salamanca -de la que procede su familia-, Valladolid… A nadie pasa inadvertida su trayectoria, nadando entre la genialidad y el petardo. Entre el eco de su arte y los habituales sainetes. Con esa hoja de servicios se presenta en Madrid en septiembre de 1946, dejando detalles de su aroma en su primer novillo, mientras que en su segundo sufre un percance y pasa a la enfermería. Esa tarde, en su cuesta abajo artística, marca su devenir, hasta que el seis de abril de 1947, domingo de Resurrección, es acartelado de nuevo en Zamora, mano a mano, con El Príncipe Gitano, frente a novillos de Manuel Arranz. Ambos ofrecen lo peor de sí, sin lograr siquiera matar un solo astado, por lo que el escándalo es mayúsculo, de siendo detenidos al final del festejo para pasar esa noche y la totalidad del día siguiente en el calabozo. De entonces se cantaba una copla en la capital del Duero que decía “cuatro calabazos tiene la cárcel de Zamora, dos para Somoza y dos para el Príncipe Gitano”. Tras aquella actuación decide retirarse, al igual que el Príncipe Gitano, quien luego fue figura de la copla.

Entonces ya estaba casado con Lolita Aparicio Carrillo, una guapa vallisoletana, hija de un coronel del Ejército, que conoce durante la época que estudia Medicina en la capital del Pisuerga. Lolita Aparicio , una mujer agradable y bondadosa, era su perfecto contrapunto dado que él tenía mucha apostura y bastante inconsciencia. Tras el petardo de Zamora se instala en la dehesa Campo de Yeltes -o Pinilla-, una hermosa finca dotada con casa solariega. Allí él hacía vida de señorito, sin trabajo alguno, a pesar que poco antes han comprado una parte de la ganadería de Juan Infante, del Zarzoso. Sin embargo, la realidad es cada día enloquece más hasta sembrar el temor con su afición a las armas cortas y disparar sin control, junto a las frecuentes noches de farra en Aldehuela de Yeltes.

Dicen que recién casado conoce a otra persona y se enamora. De ella o de su dinero, porque esta le lanza un órdago ofreciéndole dos millones de pesetas si se va con ella. Y él acepta. Pero en esos tiempos vive el dilema de cómo irse de Lolita Aparicio, quien está embarazada. Avalado por sus conocimientos médicos la convence para ponerle unas inyecciones y aliviar el malestar del embarazo, sin que ella desconfíe el verdadero fin que oculta. Entonces un turbulento día, el veinticinco de junio de 1947, como hacía regularmente, acude a visitar a la mujer don Emilio Encinas, el médico de Aldehuela de Yeltes, quien además es amigo de la pareja. Don Emilio enseguida sospecha algo malo al verla en tan deplorable estado y decide que sea evacuada a Salamanca, al sanatorio de don Arturo Santos, haciéndolo en el vehículo del señor Ubaldo, el taxista de Aldehuela de Yeltes. Ingresada nada puede hacer por salvar su vida el equipo médico de la clínica capitalina y fallece a las pocas horas.

Puesto el caso en conocimiento de la Guardia Civil, Pepe Somoza es detenido en la misma finca y ‘canta’ ante juez y resto de autoridades cómo asesinó a su mujer y los motivos que lo indujeron a ello; sin embargo, en la reconstrucción de los hechos, logra disuadirse y tomar una pistola que ocultaba en una pata de la mesa-camilla para descerrejarse la cabeza de un tiro. Cae muerto, sin que los presentes den crédito, mientras lo observan yacido en el suelo con la sangre, humeante, saliendo por el orificio de entrada de la bala.

A las pocas horas se ordena el levantamiento del cadáver y es trasladado al cementerio de Aldehuela de Yeltes en un carro que guía el mozo Manuel Hermida y es apedreado por varios mujeres. Allí le hacen la autopsia y se procede a darle sepultura en la llamada parte ‘civil’, sin misa, ni funeral. Poco antes de proceder a su entierro llega su padre, el conocido Pedro Duero, a quien entregan los objetos personales que portaba en el instante del suicidio, a continuación besa el cadáver, le corta un trozo de pelo que guarda en su cartera y pide la pala para enterrar a su hijo.

Pepe Somoza fue protagonista de un crimen que causó una tremenda conmoción en toda la provincia y de él quedaron unas coplas que muchos lugareños, aún, recitan de memoria: “el veinticinco de junio/ este caso ha sucedido/ en el campo del Yeltes/ partido de Ciudad Rodrigo…”.

Pedro Duero, junto al entonces novillero José Luis Maderal, a finales de la pasada década de los sesenta.

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

9 comentarios en “Pepe Somoza, el apuesto novillero zamorano…

  1. Muchísimas gracias Paco Cañamero por compartir tan valiosa información y por tus desvelos, cuántas veces he buscado esa información y he me deleitas con ella, gran periodista (mil gracias).

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