Cuando El Cordobés y Palomo Linares, orquestados por los Lozano y respaldados por Emilio Romero al frente del diario Pueblo, se enfrentaron a las élites empresariales en su llamada guerrilla, temblaron los cimientos del toreo. Lejos de las ferias se fueron por provincias toreando, muchas veces, en portátiles, con un telonero por delante. Aquel inventó acabó fracasado y volvieron a la normalidad, más que nada por el saldo de ganado que lidiaban y becerros mochos que acabaron encrespando al público y la entonces prensa independiente. Sin embargo, la guerrilla –aún con tantas goteras-, puso a cavilar a las empresas y durante los años siguientes, aunque El Cordobés se retiró en 1971 y volvió en 1979.
Hoy, con este llamado sistema que ha convertido a los toreros en funcionarios de sus actividades y que torea quien está a su lado, independiente de sus méritos, la Fiesta necesita otra guerrilla. Un particular golpe de estado para acabar con sus arcaicas estructuras y abra la venta del aire fresco, porque es necesaria una innovación y guerreros que tumben este sistema, tan caduco y dañino con ideas que lo saquen del atolladero del habitual sota, caballo y rey de todas las ferias.
Y plantar cara no es fácil. Más cuando llamadas figuras se prestan a seguir el juego al ir bien arropadas; sin olvidar a Morante, refugiado en la casa Matilla en una decisión a la que ha faltado listeza; aunque a nadie sorprende, porque la carrera de Morante –siendo como es un torero genial- ha sido la peor llevada de mucho tiempo y bien podía haberse mirado en el espejo de Curro Romero. De ese Curro que amortizó tan bien su paso por el toreo, cuando después de dar muchos tubos se encontró al gran Manolo Cisneros, quien lo dejó rico. Y el problema de Morante es que jamás encontró a un Manolo Cisneros para rentabilizarlo y darle toda su categoría.
Y con esas mimbres ¡si quisieran! el futuro del toreo lo tendrían José Tomás y Talavante, que ya anuncia su vuelta, ambos con munición suficiente para tumbar al sistema. Con arte y torería sobrada para mover a las masas y poner en el paredón a quien han indigestado a la Fiesta. ¿Se imaginan diez o quince corridas de los dos? Soñar es gratis, pero pondrían patas arriba y se ventilarí la Tauromaquia. El problema es que José Tomás nunca ha dado el paso adelante, teniendo en su mano todo. Pero ahora con un socio de travesía como Alejandro Talavante, un torero genial, sería muy distinto. Llegaría un feliz terremoto y el torero escribiría un capítulo glorioso poniendo a todos en su sitio. Ojalá esta idea no se quedase en un sueño, porque significaría lo más grande que ocurriría en el toreo en muchas décadas.