Bajo el recuerdo de Gabriel y Galán

En esta época entre dos estaciones y con el mes de octubre asomado al balcón de la vida, el sábado viajamos a la alta Extremadura para volver a pisar sobre el misterio de las calles de Granadilla. Sobre el hermoso pueblo expropiado tras la construcción del pantano de Gabriel y Galán y dejado a su suerte durante más de dos décadas, convirtiéndose en un lugar fantasma. Hasta que alborean los ochenta y alguien le quita la sábana del abandono al darse cuenta de a locura de dejar a la buena de Dios un lugar cargado de magia, con un castillo medieval precioso y fortificado por murallas. Por unas murallas tan hermosas que mientras se pasea por ellas para contemplar la inmensidad del embalse que queda a los pies, se tiene la impresión de encontrarse en Collioure, en la Cataluña francesa, otro lugar idílico y monumental, bañado por el Mediterráneo. El que vio morir a Antonio Machado, el poeta sevillano que cantó a Castilla, cuando angustiado de pena y sin fuerzas, expiró camino del exilio tras aquella locura de la Guerra Civil que ahora vuelve a sangrar por esa ley de Memoria Histórica escrita con la tinta del rencor y el odio.

Maravillado en las calles de Granadilla envueltas en magia, el reloj corre incesantemente y la demora no podía alargarse. Había que poner rumbo a Guijo de Granadilla para acudir al abrazo de la huella extremeña de José María Gabriel y Galán, el genial poeta de Frades de la Sierra que allí fijó su residencia tras contraer matrimonio. Antes, en el camino llama la atención que, en cada pueblo que atraviesa, encuentra un montón de referencias del vate. Cooperativas que llevan su nombre, el gigantesco embalse, parques, avenidas, plazas, centros culturales… con su recuerdo presente, algo que produce enorme felicidad al viajero, quien tantas veces se ha deleitado con la maravilla de sus poemas.

   Vestido de charro, en uno de sus viajes a Frades de la Sierra, para visitar a sus padres.

En El Guijo de Granadilla acude a la plaza principal tras informarle un lugareño que, en ella, se encuentra la casa museo, junto a un busto situado en el centro del ágora. En la casa, sobria y elegante, propia de un rico de pueblo, su condición tras casarse con una terrateniente del lugar, todo le llama la atención. Especialmente dos poyos de piedra berroqueña situados a ambos lados de la entrada que servían de descanso para meditar y alumbrar belleza con sus poemas cargados de amor. En su interior uno admira el legado expuesto con decenas de objetos personales, la mesa de trabajo… hasta que la abandona embargado por la emoción de caminar por la misma senda que lo hizo don José María.

                  La alcoba donde murió, tan joven y plenamente reconocido en todo el mundo.

Al salir sigue la senda que conduce al cementerio para visitar su tumba, algo que no resulta fácil descubrir, porque al traspasar la puerta nada recuerda la última morada de Gabriel y Galán. Al final, después de dar un montón de vueltas entre los viejos panteones se encuentra su tumba. Entonces se adueña el respeto y, con las manos entrelazadas, se recuerda la obra del más grande de los poetas que parió esta tierra, el que cantó con sus versos a la gente del campo charro y serranos, gañanes, vaquerillos y amas. A sus  tradiciones, a la propia Salamanca y a ese río Alagón que marca los pasos de sus existencia. Rodeado de la paz que trae el silencio, uno cierra los ojos para recordar sus versos en una vida rota prematuramente a los treinta y cinco años frente a la fría sepultura que guarda los restos del genio.

                     En el cementario del Guijo, en señal de respeto ante un genio de las letras.

Al final, antes de abandonar el lugar, como respeto y testimonio de la admiración que se siente hacia su figura, deposito sobre la ajada lápida unas quitameriendas silvestres que ya han brotado al lado del camposanto en este septiembre que asoma al balcón de la vida para anunciar la llegada del otoño. Era la señal de respeto y el tributo de admiración a un paisano que cantó como nadie a su querida tierra salmantina.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

2 comentarios en “Bajo el recuerdo de Gabriel y Galán

  1. Paco, apellidas Cañamero y yo soy de Cañamero.Escribes, con elogios merecidos, sobre Gabriel Galán, su tierra de adopción de la Zona de Granadilla, Guijo, Ahigal y otros y yo estoy casado e Mohedas de Granadilla, donde tengo familia y casa.Tú escribes y editas, yo tengo editado un libro de poesía infantil y escritas otras muchas desde mi juventud.Me gustaría conocernos.

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