La aventura charra en Tenerife, una verdadera novela

Salamanca atesora una pintoresca historia escrita por la tinta aventurera. Se trata del intento de reconquistar, taurinamente, las Islas Canarias, episodio protagonizado por un tropel torero de la tierra, que arribó a los territorios chicharreros con Eliseo Moro Giraldés y Marcial Villasante, como comandantes de aquel peculiar ‘ejército’. Giraldés y Marcial eran las cabezas visibles de una iniciativa tan pintoresca e ilusionante en los inicios como decepcionante en su final cuando, tras no cumplirse los objetivos, regresaron cabizbajos y con su corazón impregnado por el amargo sabor del fracaso.

Todo comenzó en el año 1971. Entonces Giraldés convenció a Marcial Villasante para organizar corridas de toros en Tenerife, aprovechando que Canarias era un territorio en el que apenas existían programaciones más allá de las dos capitales, razón por la cual, a su tenor,  la empresa tenían grandes posibilidades de triunfar. Por esos días, únicamente permanecía abierta la plaza de Santa Cruz de Tenerife, la misma en la que Victoriano Valencia cerraba su puerta de matador para abrir la de empresario y apoderado.

Victoriano, junto a Octavio Martínez Nacional -un pintoresco personaje que había sido matador de toros-, empresario de la plaza de Las Palmas, tuvieron sus manos el despertar la Fiesta en las islas, pero faltó promoción y acabaron cediendo para para poner a tiro a los políticos antitaurinos isleños la definitiva supresión de la Fiesta en el archipiélago.

Por entonces, alguien les sugirió la posibilidad de ofrecer corridas en aquel lugar y ambos se lanzaron a la aventura, reclutando para ello un particular ejército de hombres entusiastas que se aventuraban a la conquista de su particular Eldorado. En aquellos días, el empresario charro Paco Gil tenía una plaza portátil que había bautizado como La Salmantina y a la que ya apenas le daba uso. Se trataba de la plaza que había adquirido para el lanzamiento de Julio Robles y en la que toreó frecuentemente novilladas sin picadores en festejos que organizaba su apoderado y desde el debut con picadores de Julio Robles en Lérida, la plaza permanecía en esa capital catalana esperando la posibilidad de que alguien la adquiriese.

Sabedores de ello, Giraldés y Marcial deciden adquirirla a Paco Gil, quien le ofrece magníficas facilidades. Dado el primer paso, a una parte del ‘ejército’ se le encomienda viajar a Lérida a desmontar la plaza y posteriormente cargarla en camiones del transportista Campo, para trasladarla a Cádiz y desde allí, embarcarla a su destino insular. Los encargados de esas misiones ‘logísticas’ son El Gravao y Jerte, a quienes acompaña un peculiar y orondo personaje conocido como El Sera, que había sido mozo de espadas de Víctor Manuel Martín.

 

La misión se logra en tiempo y forma, porque entonces la ilusión abanderaba a este grupo que, cual conquistadores, tenían por delante las metas de un éxito empresarial y artístico que estaban seguros de conseguir en El Puerto de la Cruz. En ese lugar paradisiaco que durante todo el año alberga una numerosa población que acude a disfrutar de su temperatura, de su lago Martiánez, de sus playas y también de su soberbia infraestructura hotelera.

Sin embargo, nada más arribar, las autoridades del Puerto de la Cruz deciden que la plaza se enclave en La Orotava, cerca del lugar previsto inicialmente, idea que fue aceptada de buen gusto, al tratarse de una magnífica ubicación. Y allí, en un campo de fútbol, con un nombre de reminiscencias guanches –Quiquira–, se montó, solemne y gallarda, ‘La Salmantina’ dispuesta a ser la protagonista de una página taurina en Canarias.

Durante esos días el inquieto Marcial Villasante no dejaba de ir para acá y para allá, siempre pendiente de cualquier trámite. Y de que estuviera todo en orden. Marcial había llegado a Tenerife con anterioridad de que el barco Marqués de Pinilla arribase en los diques de San Cruz con el cargamento de la plaza en sus bodegas. Después, siempre a bordo de su 2 CV, que se llevó a Tenerife, aprovechaba para pegar carteles publicitarios de los espectáculos y junto a los miembros de su ‘ejército’ acudía a los hoteles a llevar propaganda. O a animar a los ‘guiris’ para que acudieran a las corridas. O si no instalaba en su Citroën un equipo de megafonía para ir por las playas anunciando el acontecimiento.

Mientras, por mar y aire, fue llegando la expedición torera que se unió a los pioneros El Gravao, Jerte y El Sera, junto al empresario Marcial. Se trataba de los matadores Víctor Manuel Martín y Flores Blázquez, los banderilleros Manolo Romero, Victoriano Lafuente, José Luis Barrero, Parrita de Triana, Curro de la Riva (los dos últimos radicados en Madrid), el picador José El Rubio. También el socio de Marcial, Eliseo Rubio Giraldés, quien entonces no tenía otro sueño que el de ser rico a cualquier precio.

Con todo listo y en orden para dar el pistoletazo de salida cerraron el primer cartel. Se trataba de un mano a mano entre Víctor Manuel Martín y Flores Blázquez, con quienes actuaría en las labores de sobresaliente un novillero que se llamaba Manuel Benítez. Precisamente dado que se denominaba igual que El Cordobés, ese apodo se puso en letras grandes como un anzuelo para que picara la gente.

En la primera función la plaza se llenó y todos se flotaban las manos ante el éxito. También se llenó quince días después cuando se anunciaron Marcelino Lebrero y su hermano El Bormujano, a quienes apoderaba el cura Lezama (años más tarde famoso por sus negocios de restauración). Después volvieron a actuar los matadores charros. Mientras, la iniciativa llegó a su final y todo salió perfecto. Además, el pintoresco personal del ‘ejército’ taurino charro se lo pasó en grande durante los días libres. Cuando no había toros, ni acudían a pegar carteles, o a acicalar la plaza.

Como anécdota de su paso por Canarias, la expedición recuerda, por ejemplo, que el tabaco rubio americano valía lo que un paquete de Celtas en la Península, es decir tres pesetas, mientras que el que se vendía en Salamanca y que llegaba de contrabando, por Andorra o Portugal, subía hasta las cincuenta pesetas. Lo mismo sucedía con el güisqui, cuyo precio de la copa, en Tenerife era de cuatro pesetas, es decir inferior a lo que entonces valía un chato en los bares de la Calleja, que era el lugar de moda para ir de vinos en la capital charra y solía ser de cinco pesetas. También hubo algún ligue y hasta un torero local guardó para siempre un trozo de su corazón para una chicharrera que lo hizo tan feliz durante su estancia en la isla. Y por contra, lo peor fue una terrible pelea entre dos peones provocada por quien no jugaba la partida de la vida con las cartas de la nobleza.

Se vislumbraba un gran futuro, por lo que los empresarios decidieron dejar la plaza para regresar en 1972 con nuevos proyectos. El primer paso estaba dado. Ahora llegaba lo más difícil, la consolidación. Además, Marcial había hecho grandes amistades en la isla, como la de un industrial llamado Pelayo, a quien siempre le guarda gratitud. Por eso razón decide ampliar el negocio y los meses antes de la partida compra gran cantidad de ganado para sacrificarlo en Sevilla y enviar las canales a Canarias, donde pensaba que gozarían de gran éxito debido a que, en las islas, la carne que se consumía llegaba congelada desde Argentina.

Comienza 1972 y se programa una nueva temporada canaria en la que repiten la mayoría de los expedicionarios, sabedores que ese año sería el suyo. El del triunfo. Entonces, hasta Víctor Manuel Martín se lleva su precioso coche, un ‘Austin Victoria’, a las islas. Y a los anteriores se les une un novillero llamado Amador Sánchez, hijo del mayoral de los Fraile, y Fidel San Justo. Allí pronto empiezan a torcerse las ilusiones, sobre todo cuando acuden a recepcionar los contenedores de carne y comprueban que llega podrida, por lo que no queda más remedio que tirarla al mar, con la amenaza de la ruina sobre sus cabezas.

Después, los problemas se agravan y la empresa se ve sometida a un férreo control gubernamental. Se le exigen nuevos corrales, enfermería, dependencias… También deben negociar con el empresario de Santa Cruz para alternar las fechas de los festejos. De tal forma que siguen la forma acordada, pero se sorprenden cuando se deja sin toros a Santa Cruz.

De nuevo, el Gobierno Civil cerca a los modestos empresarios, a quienes finalmente se le retira la posibilidad de ofrecer más toros, tras una decisión de la máxima autoridad en la isla. Se trata de un político que desde la sombra medró para acabar con la empresa Villasante- Giraldés y de paso con los sueños de la ‘troupe’ torera salmantina, que ve caer sus ilusiones por la sombra de la conspiración.

Victoriano Lafuente y José Luis Barrero, que poco antes se hizo banderillero, en su periplo taurino por tierras chicharreras

Después, con el año 1972 tocando a su final, Marcial fue despidiendo a toda la ‘troupe’ aventurera y, poco a poco, regresaron a sus puestos en las Península los aventureros. Unos en avión, otros en barco, pero todos poseídos por la enfermedad que más temen los toreros: La ‘caninez’.

De la vuelta quedan en el recuerdo de los protagonistas infinidad de anécdotas, como la de Víctor Manuel, que regresa en barco para traerse su coche. De entonces cuenta que compartió camarote como Jerte y El Gravao, sorprendiéndole que ambos no salieran para nada del reducido espacio, porque tenían –a decir de ellos– los bolsillos vacíos y él se encargó de que no le faltara de nada. Entonces, ya en la Península y de camino a Salamanca, el bolsillo de Víctor Manuel también se secó. Fue poco antes de llegar a Sevilla en el momento que su coche se queda sin gasolina y entonces, el matador, les dijo: “Señores, hasta aquí hemos llegado. Cada cual que se busque la vida”. En esos momentos, Víctor Manuel, creyó ver visiones al ver cómo los dos compañeros de travesía sacan un fajo de billetes y le dan dinero suficiente para llegar a casa.

Aún, en la bella localidad chicharrera de El Puerto de la Cruz y embargado por la tristeza de la derrota, Marcial liquida la sociedad. Mientras que los toros que quedan se lidiaron en la localidad lanzaroteña de Tías, en la que se programaron tres corridas con mucho éxito; otros se los vendió a Victoriano Valencia, en contra de Giraldés, su socio, pero entonces había que hacer ‘caja’ y los torean en la capital tinerfeña Jaime Ostos, el portugués Ricardo Chibanga y el rejoneador Curro Bedoya. De otros seis se hizo cargo Octavio Martínezel empresario de Las Palmas, mientras que los restantes los mató Chavalo a puerta cerrada.

Con el sabor de la derrota en la piel, únicamente quedan en la isla los caballos de picar, propiedad de Manuel Chopera y se los trajo Fidel San Justo a la Península. Fidel estaba tan ‘tieso’ que se clavó una punta y no tenía ni para pagarse la inyección del tétanos. Por último, como un viejo capitán derrotado, el último en abandonar el barco que se hundía fue Marcial, quien al día siguiente tomó un vuelo a Sevilla, con escala en El Aaiún, para ir a esperar los caballos a Cádiz y definitivamente dejar cerrada la página de una aventura que nació con toda la ilusión y acabó dominada por el fracaso de la decepción en tintes novelescos.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

2 comentarios en “La aventura charra en Tenerife, una verdadera novela

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