La pandemia no tiene la culpa

Los taurinos se han echado a la calle en un desesperado intento de salvar la Fiesta, con el sector ahogado en la inanición traída por el Covid-19. Han salido para denunciar el desamparo y la incomprensión ante un futuro tan incierto, con la Tauromaquia inmersa en una gravísima crisis. Con  un montón de frentes abiertos y heridas de gravedad. por las que sangra el futuro y producidas mucho antes de la pandemia.

Ahora, el virus no ha hecho más que darle visibilidad a un problema previo donde el mundo taurino estaba inmerso en momentos muy complicados y nadie fue capaz de poner los puntos a íes. A nadie escapaba desde hace años, que el futuro del mundo del toro pendía de una necesaria restructuración. Se hablaba en grupos de aficionados y entre los profesionales, pero nadie fue capaz de tirar la primera piedra –muy preocupados de no molestar a los poderosos-. De denunciar una evidente gravedad con un espectáculo en manos de los grandes figuras, quienes como un Juan Palomo, ellos se lo comían y guisaban, sin pensar en nadie más. Ni en el resto de sectores implicados. Mientras cada año nuevas ganaderías iban al matadero llevando con ellos la desaparición de históricos encastes; se olvidaron de la necesidad de promocionar las novilladas, algo gravísimo al estar matando el futuro y también se le dio la puntilla a otro sector de toreros que estaban en el llamado segundo grupo y toreaban una quincena de corridas al año. Una especie de segunda división taurina donde luchaban para dar el salto a las ferias. Se perdió porque las figuras ya se adueñaron con todos los carteles, hasta los del más remoto pueblo, a los que llegaban anunciándose con sus toros de cabecera. Ni mucho menos se pensó en el aficionado, siendo el único arte que olvida a quien los mantiene con el precio de las entradas.

Desde hace más de una década –o sea que no es nada nuevo- se venía denunciando la situación e incluso en muchas ocasiones se comunicó que, ahora mismo, la Fiesta no saldría delante de una inesperada coyuntura adversa. No tendría la capacidad de vivir, como si lo hizo en otros periodos complejos, ejemplo de la Guerra Civil. Fueron a lo suyo y el agravante de tratar de ocultar sus evidentes carencias a través del triunfalismo y con la mayoría de la prensa amaestrada a su interés. Muchas veces se dijo que el triunfalismo no era camino, ni siquiera era banderín de enganche de nuevos aficionados. No era más que disfrazar la realidad y ocultar la gravedad en la que estaba inmerso el espectáculo.

Entonces acababa cada temporada y ningún invierno actuaba el sector, pese a las promesas de “este invierno se trabajará para afrontar la problemática del sector”. Pero pasaban los meses y ya al final del largo túnel invernal con la llegada de las ferias levantinas comenzaba un nuevo año. Y de nuevo con los mismo, con los monopolios empresariales –que tanto daño han hecho- y todo hecho al servicio de unas figuras que mucho antes debían haber pensado en la realidad de la restructuración que pedía a gritos el espectáculo taurino. Y tantos envidiábamos el ejemplo de Francia

Ojalá sirve aquello de más vale tarde que nunca, aunque es muy complicado, porque muchos de los territorios perdidos –Baleares, Cataluña, Galicia…- va a ser un milagro recuperar y aquí no es solamente pedir la actividad –necesaria y de ella viven muchas familias-. Lo primordial es diseñar una nueva Fiesta y por ahí pasa todo lo demás. Porque tantos frentes abiertos y las heridas de gravedad por las que sangra el futuro han sido producidas mucho antes de la pandemia.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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