Cuando doblaba el día de San Valentín y Ángel Benito, que desde hace tiempo ya tenía escrita la sentencia de la vida, prefirió marcharse en esta fecha señalada para dar fe de que él siempre fue un hombre enamorado. Enamorado de la vida, pero de su Maruja y su familia sobre todas las cosas.
Se había aferrado a luchar como solamente lo sabe hacer un hombre con raza y entereza. Con un valor espartano y desafiando a la vida para gozar de cada momento y sonreír cuando, cada mañana, alboreaban las primeras luces. Sin acabar de perder la esperanza, pero con una entereza que sobrecogió a cuantos le querían.
Apasionado y vividor siempre llevó a gala el don de la nobleza. Pero por encima de todos el de la amistad. Por eso allá donde estuvo era tan querido. Ya fuera España entera, las ‘américas’ o cualquier otro rincón del mundo que él había pateado para vender las patentes que fabricaba en su taller de Villabona (Guipúzcoa). Pero era especial el predicamento que guardaba por dos lugares tan mágicos como él, como eran México DF y Buenos Aires, de lo que se pasaba horas hablando. Por eso, si la ocasión venía a modo, se arrancaba a cantar una ranchera o un tango de Carlos Gardel acompañado de su peculiar arte.
Ángel era un gran amigo de todo el que se le acercó a él, porque tenía ese imán especial para atraer y apasionar a la gente con sus vivencias y con su innato sentido del humor, pero a la vez era un hombre de una generosidad infinita. Lo suyo era de todos y se le iluminaba la cara al compartirlo, por eso siempre era feliz siendo el anfitrión de tantos amigos como había ido logrando en las sendas de su existencia.
Lo vamos a echar mucho de menos, pero mucho. Sus charlas de fútbol, toros, ciclismo y de lo que se terciase, las meriendas en su casa de La Fuente de San Esteban en la que tanto le gustaba hablar de Julio Robles, un torero al que siguió numerosas tardes por las plazas del norte. La pasión por la Real Sociedad y la felicidad de ver a nuestra Selección alzarse Campeona del Mundo. Tantas cosas como cabían en él, pero sobre todo ese tributo a la amistad que lo hizo ser una persona querida de verdad.
Por todo ello vaya mi recuerdo para un hombre con el que disfrutamos de momentos inolvidables, tanto en el secarral agosteño del Campo Charro, como recibiendo una caricia de la brisa del Cantábrico cuando iba a San Sebastián y lo llamaba para ir a tomar unos txiquitos.
Siempre recordaremos al gran Ángel Benito que prefirió marcharse antes de que doblase el día de San Valentín porque él siempre fue un enamorado. Pero de su Maruja y su familia sobre todas las cosas.