Mediaba la década de los 70 y, tras la muerte de Franco, España vivía ilusionada con la llegada del aire fresco de la Democracia. Fue como un soplo de ilusión a medida que se abrían las puertas de la libertad, cerrada a cal y canto durante 40 interminables años. Poco después llegó la famosa Ley de Amnistía de 1977 que promovió la naciente UCD de Adolfo Suárez y definitivamente estrechó la paz entre los bandos. La que acabó para siempre con el terrible fantasma de las ‘dos Españas’. Aquella Ley devolvió la libertad a los últimos presos políticos, podridos de tantos años de injusta prisión, sacó a la calle a todos los etarras que cumplían condenas, algunos con delitos de sangre y el país (sumido en una profunda crisis económica) esperaba con ilusión los cambios.
Las leyes de amnistía acabarían afectando al mundo de fútbol para convertirlo en el espejo que mostraba la realidad del país. Si antes era una corrida de toros en laque se reflejaba, mejor que en ningún otro lugar el estado que atravesaba la nación, desde que comenzó la Democracia, ese espejo, fueron los campos de fútbol. Al hilo de lo expuesto, en esos días de ‘apertura’, de llegada de exiliados…, la Real Federación Española de Fútbol, que presidía Pablo Porta sacó una ley para que los hijos de emigrantes y exiliados que carecían de la nacionalidad pudieran jugar en el fútbol español sin ocupar plaza de extranjero, entonces limitada a dos jugadores.
A partir de entonces, el fútbol, con tantos dirigentes pícaros prototipos de los personajes de las novelas de Miguel de Cervantes, como Rinconete y Cortadillo, pero trasladándolos al siglo XXI encontraron en la propia ley la trampa para mercar a sus anchas. En poco tiempo, el deporte español se llenó de futbolistas foráneos, preferentemente sudamericanos lo que acabó convirtiéndose en un auténtico caos, porque llegó un momento que cualquier jugador de nivel medio (que no jugaba en sus selecciones originarias y por tanto no podía aspirar a más) se venía a España con los papeles falsificados para demostrar que alguno de sus padres, o los dos, habían nacido en la vieja ‘piel de toro’. La medida determinó que en poco tiempo, las alineaciones de muchos equipos de la Primera División, como el Sporting, Las Palmas, el Málaga, el Betis, el Rácing… estaban plagadas de jugadores ‘oriundos’, quienes además ‘tapaban’ la posibilidad de descubrir nuevos talentos en las canteras.
Durante ese periplo que finalizó entrada la pasada década de los 80, en cuanto finalizaba la temporada desembarcaban un montón de nuevas estrellas en todos esos equipos. Entonces, como era lógico, tanto la Asociación de Futbolistas Españoles como la propia Liga de Fútbol Profesional se hicieron eco de la estafa al demostrar que casi ninguno de aquellos jugadores era hijo de españoles. Sobre todo cuando le preguntaban algo tan simple como el lugar de procedencia de sus padres y algunos, para mofa del pueblo, respondían: “Mi papá nació en Celta”. O: “Mi mamá es de Betis”. Incluso no faltó quien dijo que sus abuelos eran naturales de Osasuna.
Con el escándalo servido ante aquellas manifestaciones y el propio ridículo que se había conseguido, los máximos dirigentes del fútbol español se vieron obligados a derogar la ley de los oriundos de tanta picaresca. Luego, tras su desaparición y hasta la ‘ley Bosman’, la Liga española vivió una época de esplendor con las puertas abiertas para las canteras en las que surgieron un montón de estrellas.
Surge todo este comentario referido al antecedente de los oriundos como la cosecha que se recoge ahora de parados e infinidad de delincuentes después de que hace unos se nacionalizan masivamente a los hijos de todos los emigrantes y exiliados. No es la primera vez que llega los pícaros se aprovechan de esas leyes. Por ello hoy hay muchos españoles ya de ley que no tienen una gota de sangre, por lo que han vuelto los esperpentos como el de los oriundos cuando no falta quien dice que sus abuelos eran naturales de Osasuna.