Los gimnasios han colocado el ‘overwooking’ en el particular agosto que viven después de la Navidad. Hoy, cuando toda España se arrasca el bolsillo tras los excesos, tener un gimnasio es el negocio más floreciente de la ‘cuesta de enero’, donde es un espectáculo ver al personal sudar la gota gorda mientras ponen a prueba su corazón.
Cuando uno presencia esas escenas recuerda a un pintoresco policía que se murió cuando hacía un régimen y al que conoció hace ya tiempo. Fue en la última etapa del entrañable tren del Duero, donde un espectáculo añadido del viaje era ver comer durante el trayecto al orondo policía que trabajaba en ese tren. Porque entonces, cada servicio de viajeros debía ser asistido por un inspector del llamado Cuerpo Superior de Policía, al que la gente llamaba la ‘secreta’.
Aquel policía, de descomunal barriga y torpe de movimientos, los carrilanos lo llamaban ‘barrilete’. Al igual que otro ‘compi’ de anchas medidas de ‘Verano Azul’, la serie televisiva que acabó convirtiéndose en un fenómeno social a principios de los 80. Porque entonces, el testigo de los éxitos televisivos se reflejaba en los motes de los protagonistas y el ejemplo de la serie que dirigió Antonio Mercero lo tuvieron quienes quedaron apodados como ‘piraña’, ‘chanquete’, ‘pancho’ o ‘barrilete’, como llamaban el policía del tren del Duero que siempre iba comiendo.
Aquel policía tenía tanta gula que siempre encontraba un hueco para comer, sobre todo en el maravilloso tramo que discurre antes de alcanzar el Duero, poco antes de la estación de Barca D’Alva. Entonces como el tren se detenía en La Fregeneda un buen rato, ‘barrilete’ lo aprovechaba para bajar a la fonda, donde la señora Patro, la dueña, le preparada un gran bocadillo de lomo. O de ternera. O media docena de huevos fritos con chorizo. O una enorme tortilla española que le duraba un guiño antes de regresar al tren fumando un puro ‘palmero’ que enseguida ‘perfumaba’ el vagón para iniciar su trabajo.
Luego, cuando le daban la salida al Ferrobús se colocaba la placa de policía en el bolso de la chaqueta y comenzaba la rutinaria labor de revisar los DNI (entonces requisito imprescindible para entrar a Portugal), donde de vez en cuando hacía un alto para acudir a su asiento y sacar de su cartera un montón de almendras, que alternaba con las chupadas del ‘palmero’.
De ‘barrilete’ y la leyenda de su gula quedaron un montón de anécdotas. Como el día que le tocó ‘hacer’ el Sudex hasta Fuentes de Oñoro y allí por las circunstancias que fuera alguien le regaló un jamón (se prestaba a ‘enjuagues’). Entonces, cuando regresó a Salamanca lo hizo en el correo de la mañana y nada más iniciar la marcha, ante la sorpresa de los viajeros sacó una navaja para lonchear grandes trozos de pernil que, cual glotón, devoraba con tantas ansias que al llegar al destino lo tenía prácticamente deshuesado, porque entonces ese servicio se completaba en unas dos horas y media.
Así hasta que un día ‘barrilete’ se harto de ser la mofa de todo el mundo y decidió iniciar un severo régimen. Lo comenzó al final de Navidad y lo primero que hizo fue dejar de comer a lo bestia y comprar un chándal en Esterra que se ponía para ir a caminar a La Aldehuela. Allí pasaba varias horas arrastrando como buenamente podía su descomunal barriga, con tanto ahínco que pronto comenzó a desinflarse, hasta que su organismo acabó ‘gripando’ al no soportar el estricto cambio de vida. Entonces nació la leyenda de ‘barrilete’, el policía que marcó época en el tren del Duero donde era un espectáculo presenciar su insaciable gula.