A Isidro siempre le quedó grabada la estela de humo blanco del viejo tren de madera que venía de Barca. Aquel tren semejante al que cantó Antonio Machado (Yo/ para todo viaje, siempre sobre la madera/de mi vagón de tercera) marcó los años en los que aprendía a abrir los ojos a la vida. Mucho después, cuando el éxito se alió a su vida y alcanzó el honor de defender el escudo del Real Madrid, cuando alguien le recordaba su infancia salmantina, siempre aprovechaba para sacar a relucir su niñez en Fuenteliante, donde residió cuando su padre estaba destinado en la estación de Cerralbo y Bogajo.
De Isidrín quedaron un montón de recuerdos en esa zona, como cuando daba las primeras patadas a un balón en las eras y la gente decía que era más rápido que una liebre, sin que ningún avezado mozo frenara su ímpetu. Aquellas zancadas, que protagonizaba el rubiales, hijo del ferroviario, a algún empedernido madridista le recordaban a Gento, porque eran impropias de un niño, quizás presintiendo que Isidrín también llegaría a ser un grande del Madrid y acaparador de muchas alegrías. Como cuando le marcó un gol providencial al Spartak de Moscú y José María García lo bautizó como ‘San Isidro, el salvador’.
En las eras de Fuenteliente y en la explanada de la estación, Isidrín comenzó a cultivar sus virtudes deportivas, por las que pronto se alzó con la admiración de los lugareños. Como cuando acudía, de una carrera, a la estación a llevarle la comida a su padre, que estaba de servicio, lo que aprovechaba también para contemplar la cansina marcha del mixto de Barca D’Alva, tren que forma parte de las telarañas del recuerdo.
Aquel tren, ceremonioso, como el de los versos de Machado (El tren camina y camina/y la máquina resuella/y tose con tos ferina. ¡Vamos en una centella!) quedó grabado en su alma, que son las imágenes que no se borran en los archivos del recuerdo. Como cuando acudían a Barca a comprar café y para que no lo decomisara la Guardia Civil lo pasaban en la máquina, oculto entre las briquetas, que eran los ladrillos de carbón con los que atizaban la caldera de las viejas locomotoras.
Hoy cuando todo es añoranza, en Fuenteliante y en la vecina estación de Cerralbo y Bogajo quedó la historia de la familia ferroviaria que tenía un muchacho rubio que corría como las liebres y al cabo del tiempo marcaría su impronta de pundonoroso futbolista. Atrás quedan un montón de leyendas ajenas al fútbol, como cuando aprendió a montar a caballo en la jaca de un vecino. O a ir de tapia a los tentaderos de Hernandinos, donde vio torear a El Viti, a Pedrés, a Paco Camino y a tantos otros en un arte que le encanta y todavía, cuando surge la oportunidad se lanza al ruedo para deleitar de sus viejos compañeros del Madrid. Y entonces se pica con Hierro o con su compadre Chendo para ver quién torea mejor. Todo gracias a las lecciones que aprendió de los maestros cuando se curtía para la vida en Fuenteliante.
La vinculación de Isidro con la línea del Duero no acaba ahí. Años más tarde, cuando alcanzó los honores de defender la gloriosa camiseta blanca y, gracias a su casta, se convirtió en un clásico del Real Madrid de los ‘García’, muchos de sus goles llegaron en medidos pases que salían de las botas de otro ilustre charro, de Vicente del Bosque, que era figura en aquel Real Madrid y hoy santo y señal del fútbol español.
Paradojas del destino, el padre de Vicente, el señor Fermín también fue ferroviario hasta que España se lió a tiros en la Compañía de Ferrocarriles del Oeste de España, una de las antecesoras de Renfe. Porque cuando llegó la Guerra, al señor Fermín, que estaba a favor del orden democráticamente establecido, lo apartaron de su trabajo y también de su libertad. Y ya nunca más volvió a admirar ese paraíso de los túneles y los puentes de la línea del Duero.
Esa línea hoy lucha por volver a reverdecer y de ella, Isidro, siempre recuerda la estela blanca del viejo tren de madera que llegaba de Barca.