Hace varios días me refería a los encastes de la banca, tras analizar que muchos de los grandes nombres bancarios de hoy son producto de un montón de fusiones. A raíz de ello resulta que mucha gente me ha dicho que refleje historias banqueras charras del siglo XX, sobre todo porque la banca, junto a sus próceres formaron una parte destacada de la historia charra del siglo XX.
La banca salmantina nunca tuvo buen final. Es más, el nombre de esta tierra siempre fue gafe para ese gremio, como se reflejó que cuando alguna entidad anunciaba el nombre de Salamanca, su final, generalmente, no era el más deseado.
Por ejemplo, todavía queda mucha gente por aquí que recuerda la banca de don Matías Blanco Cobaleda, quien protagonizó un desastroso final, como refleja magistralmente Isabel Muñoz en su preciosa novela ‘El cielo de Salamanca’, sobre todo porque en aquella sociedad charra en la que don Matías se quitó la vida, los ricos siempre morían piadosamente y en paz con Dios, aunque después con el tiempo se conocieron todas las páginas oscuras.
La banca de don Matías estaba situada en un palacete situado en la plaza de Lo Bandos, en el mismo lugar en el que, actualmente, se levanta el edificio del Banco de Castilla. Perdón, lo de Castilla hasta hace poco, porque ahora ya es Banco Popular, o sea catalán, con lo que se perdió la penúltima entidad bancaria radicada en Salamanca. Precisamente la destrucción de aquel hermoso palacete fue otro de los atentados urbanísticos producidos en esta ciudad, porque se destruyó un edificio precioso, a modo con el lugar para especular sobre su solar y levantar una aberración de aluminio y cristal de inspiración neoyorquina. En 1957, la banca de don Matías pasó a denominarse Banco de Salamanca, nombre con el que permaneció unos años hasta que ya adquirió su definitiva denominación de Banco de Castilla. Curiosamente uno de los pocos resquicios que queda de aquel banco se encuentra en Zamora, en lo alto de un edificio situado en la esquina del edifico de la céntrica calle Santa Clara, donde se observa un inmenso letrero en el que se lee claramente ‘Banco de Salamanca’.
En Salamanca germinó también el Banco Coca, otra importante entidad monetaria de implantación nacional que permaneció en actividad hasta 1978, cuando lo absorbió Banesto después de entrar en barrena y convertirse en escándalo nacional con un montón de fraudes, estafas. Hoy del Banco Coca no queda nada, aunque sí la familia charra, con posesiones en la provincia, como también la vieja sede de la calle Toro, la misma que muchos salmantinos siguen diciendo: “Mira, ahí estaba el Banco Coca”.
También había otros más modestos. Como la banca que tenía en Fuentes de Béjar don Leandro Cascón, importante empresario lanero que era máximo accionista de García y Cascón y acabó amasando una fortuna. Además, un signo evidente de su poder es que, en los mejores tiempos llegó a tener en su nómina a más de 1.600 trabajadores, por lo que Girón de Velasco (aquel ministro de Valladolid que, nada más acabar la guerra, finalizó la carrera de Derecho con la pistola encima del pupitre) le distinguió con la medalla de Oro al Mérito del Trabajo en 1947. Curiosamente, don Leandro saltó a la fama hace unos años, cuando ya llevaba varias décadas muerto. Fue a raíz de que el hijo de una sobrina manifestase que era hijo legítimo de don Leandro, por lo que exigió todo su legado como heredero universal de sus bienes gracias a que el adinerado bejarano no tenía descendencia. Además alegaba que un banco suizo había cuentas por valor de ¡10.000 millones de las antiguas pesetas!
La banca de don Leandro no fue la única que hubo por la zona en esa época. No, porque entonces también funcionaba a pleno rendimiento, coincidiendo con el esplendor de la industria textil, el Banco de Béjar, que también desapareció para pasar a las manos de un avispado segoviano, Nicomedes García Gómez, que era natural del pequeño pueblo de Valverde de Majano y pasó a la historia, entre otros actividades, por ser fundador las famosas destilerías DYC. El encaste de aquel Banco de Béjar hoy habría que buscarlo en el Banco Atlántico, porque los descendientes de don Nicomedes se lo acabaron vendiendo a Rumasa.
Y todo ello llega cuando está cercana la aberración de perder Caja Duero, la joya superviviente de la vieja corona de la banca local. Por esa razón, vaya este artículo para dar gusto a la fidelidad de los lectores sobre un gremio que en nuestra tierra fue tan poco afortunado.