Ha llovido desde que el entonces bachiller Vicente, un espigado chaval que ya tenía metido el fútbol en sus venas, esperaba ansioso el mediodía de los lunes para detenerse en el escaparate de ‘Calzados Antonio’ y observar al detalle las fotos del partido que la Unión Deportiva Salamanca había disputado la tarde antes en el viejo Calvario. En ‘Calzados Antonio’ exponía sus instantáneas en blanco y negro el fotógrafo Almaraz y allí, Vicente, durante largo rato, se fijaba con interés en todos los detalles de los jugadores que había aplaudido la tarde anterior y, por esas fechas, eran sus ídolos, como Cefe, José Manuel, Pollo, Pedraza o Huerta. Eran días del crudo invierno charro, cuando los hielos hacían candar al Tormes y el frío se metía en los huesos, coincidiendo con la época que Vicente atravesaba, siempre con garbosos andares, la ciudad desde su modesta casa del Barrio de Garrido y Bermejo hasta el otro extremo, en el que se encontraba el ‘masculino’, como se conocía al Fray Luis de León, en el que cursaba estudios, que por entonces estaba situado en el Barrio Antiguo, al lado de viejo Estudio Salmanticense.
Por entonces, Vicente del Bosque, tras pasar por distintos equipos de la capital comienza a destacar en el once del instituto, en el que se hace acreedor de las primeras admiraciones. Es un líder oculto y un hombre de marcada inteligencia natural, siempre prudente y callado, que brilla de tal manera que por la ciudad se empieza a correr la voz de que el hijo del señor Fermín y la señora Carmen iba para figura. Hasta los más apasionados decía que iba a superar a Abilio, que hasta que fichó por el Zaragoza de los ‘cinco magníficos’ era la estrella de ese Salamanca y cada domingo convertía el viejo Calvario en una fiesta con la magia de sus regates y sus goles. Vicente era distinto, pero gracias a su toque y calidad, como su olfato de gol comenzaba a contar con los primeros partidarios en el mundo del fútbol.
Era el germen de quien poco después se convertiría en el protagonista de los lunes con su magnífico fútbol, aún en tiempos de juveniles. De quien, más tarde, ya cuando jugaba en el Real Madrid acaparó tantas portadas con la grandeza de su juego académico. Del mismo que sembraba la besana de su futuro para convertirse en un técnico elegante marcado por la prudencia y el señorío. De ese, Vicente del Bosque, caballero y señor, que ya forma parte del Olimpo de los dioses del Fútbol, el lugar sagrado reservado para los más grandes y sobre el que enfocan todas las cámaras y flases. De un hombre sereno que mira con tranquilidad y la ilusión de cumplir el deber cuando iniciaba una nueva etapa y, siempre, acaba volviendo al abrazo de los lunes. Esa fecha de resaca que queda para conmemorar los grandes triunfos conseguidos sobre el césped y la que él era la diana de todos los elogios, abrazado a una humildad y una categoría humana que solamente tienen lo elegidos.
Aquel muchacho que hace 45 años disfrutaba cuando observaba las fotos que el viejo Almaraz exponía en ‘Calzados Antonio’ hoy es la estrella del país y su imagen acapara titulares en todos los medios gracias a esa sabiduría del fútbol, como también a ese líder oculto que lleva dentro con el que ha logrado ser el artífice de una selección de ensueño capaz de superar al maravilloso Brasil que capitaneó Pelé en la pasada década de los 70; a la extraordinaria Alemania de Beckenbauer o la grandiosa Holanda de Johan Cruyff.
Ese Vicente que un buen día, en el crudo escenario invernal de su Salamanca natal, comenzó a tener los primeros admiradores cuando florecía el runrún de que iba para figura.