Un torero de oro macizo

Diego Urdiales era ya un torero de culto, de los que cada temporada regalaba una tarde para soñar o dejaba impronta de una torería de oro macizo. De los que seguían los escasos aficionados que van quedando para impregnar su aroma. Pero lo cierto es que faltaba el broche de un oro de un golpe definitivo en la mesa. De que llegase ese día esperado en el que reventase con el aroma y sentido clásico que atesora. Y fue la siempre seria feria de Bilbao, que también necesitaba otro aliciente, la que supuso este impactante ‘suceso’, todo frente a un magnífico toro –que todo hay que decirlo- de los Lozano.

Urdiales abrió el baúl de su pureza sobre las arenas negras del Botxo y la Fiesta estalló en tal delirio que trajo un volcán de esperanza. Porque su triunfo, sustentado en la torería, era el antídoto que necesitaba una Fiesta demasiado mecanizada y donde pretenden que el triunfo esté por encima de los sentimientos. Por eso, el de Arnedo, como las viejas hormas de las fábricas zapateras de su pueblo, dibujó la que ha sido una faena de aroma, de sentimiento, de crujío… Una faena tan grande que ha partido en dos a la temporada. Y de muchas temporadas, porque cuando surja cualquier conversación se hablará de ‘lo’ de Bilbao de Urdiales. Y es que el arte es el mejor abono para que el toreo grane con toda la verdad. Por eso me descubro ante este riojano que tiene el sello de maestro y cuyo triunfó me recordó en ocasiones al de el gran maestro Juan Mora cuando iluminó de torería el otoño de Las Ventas de 2010.

Porque el trasteo que protagonizó estuvo marcado por la pureza e inspirado en las aguas más limpias de la Tarumaquia, sin que allí hubiera contaminación alguna, ni ningún derechazometro tan habitual hoy en las largas faenas de muleta. Ni por supuesto nadie echó de menos las ‘manuelas’ ‘bernardas’ que tanto deslucen la Fiesta actual cuando la monotonías se ha puesto de moda. Por esa razón el triunfo de Urdialeses aún más importante y redondo. Es rotundo y esperanzador.

Y por supuesto mató con tanta pureza y verdad, que esa manera de interpretar la suerte suprema la deben copiar los novilleros nuevos, porque siempre hay que beber de la pureza, que fue la que hizo grande a la Tauromaquia. No con otras horrendas formas que ya dan por buenas y la prensa de hoy no solamente las tapa sino que las ha santificado. Cuando ya intentan que valga cualquier cosa para cortar las orejas y lo justifican con absurdos y demagógicos planteamientos hasta lograr que los aficionados miren para otro lado o los echen de las plazas. Porque Urdiales es, nada menos, que discípulo de Antonio León, aquel torero de su pueblo, ya desaparecido, que pasó a la historia como un estoqueador de leyenda.

Me descubro ante este maestro de La Rioja que tiene el toreo como el aroma de los ricos caldos de su tierra y, bajo los ecos de la emoción, en la mañana de este domingo agosteño, arrojo a sus pies mi gorrilla charra por ser capaz de provocar un delirio que afloró como un volcán que ha llenado de lava salvadora a la Fiesta. Porque ha demostrado que aquí la verdad es el camino de la perfección. Y de la libertad que tanto necesitamos.

Preciosa fotografía junto al maestro Santiago Martín ’El Viti’ el pasado febrero en Salamanca. Ese día el maestro charro dedicó bellas palabras de admiración al riojano.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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