Joaquín Moeckel, el del aguarrás

Encendidos los alumbrados de la Navidad en media España ha vuelto a la pomada la chistosa ‘restauración’ de un eccehomo existente en el pueblo zaragozano de Borja a cargo de una anciana feligresa. Entonces fue noticia de alcance mundial propia de la España de chirigota gaditana y jota aragonesa, en ese caso por la localización. Ahora regresa en versión taurina con un famoso personaje vinculado a la Fiesta que, de repente, cambió la toga de abogado –en el que goza de reconocido prestigio- por la lija de restaurador.

A raíz del caso polemiza en Sevilla el escándalo por el atentado cometido contra la escultura a Curro Romero. A todas luces un acto vandálico contra la monumentalidad de la vieja Híspalis y también contra la propia Tauromaquia como patrimonio cultural. Lo diré siempre y apoyaré que se condenen a los delincuentes de este tipo de agresiones realizadas por cobardes que atacan protegidos por la sombras de la madrugada. Como ha sucedido con el bronce del Faraón a la vera de La Maestranza; con el de Montoliu, en Valencia; o los habituales en los conjuntos escultóricos dedicados a los torero charros, el pie de La Glorieta.

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Pero bajo la mencionada polémica del atentado a la escultura, que debe ser limpiado –y vigilado para que no vuelva a ocurrir- exclusivamente por el área de aso urbano del Ayuntamiento de Sevilla, que es su competencia, se apuntó voluntariamente el letrado Joaquín Moeckel en una actitud impropia, liga y aguarrás en mano. Porque nadie puede hacer de su capa un sayo en un intento de revolución contra el sistema, como ha tratado de hacer. Se puede comprender su cabreo, pero nadie es más papista que el Papa. Y hasta se entiende que en una calentura se haga una tontería, que quien no la haya hecho tire la primera piedra. Pero el problema del señor Moeckel, de quien dicho sea de paso valoramos que siempre mira por el bien de la Fiesta, es que lo hizo y, según la rapidez con la que filtró fotos a las redes sociales buscó la notoriedad -que le encanta-  Ese fue un problema, el exceso de protagonismo del letrado, pero más grave es que, según informes, dañó la patina de la escultura al ‘limpiarla’ al utilizar productos no procedentes, como el descrito aguarrás. Y por tanto su exceso de protagonismo ha encontrado un nuevo problema al dañar seriamente la estatua.

Porque al letrado Moeckel al salir del despacho y colgar la toga en el perchero se le olvidó aquello de zapatero a tus zapatos en su intento de imitar a la anciana restauradora del pueblo de Borja.

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Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

1 comentario en “Joaquín Moeckel, el del aguarrás

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