Vicente del Bosque se subió al estrado del Aula Magna de la Universidad Pontificia de Salamanca tras ser nombrado doctor ‘Honoris Causa’ y de sus palabras surgió la prestancia de un caballero que pasea por el mundo con un botón charro prendido de su corazón. Palabras que hurgaron en quienes éramos testigos del distinguido nombramiento en esa casa de la sabiduría bajo el encapotado cielo primaveral.
Segundos antes al acceder a la Cátedra, con tan alto honor, acompañado de su padrino de ceremonias, el profesor Salvador Pérez Muñoz –bajo la venia del cardenal Ricardo Blázquez-, el cortejo pasó delante de la bancada en que se encontraba Trinidaad, su esposa, sentada junto a los tres hijos del matrimonio -Vicente, Álvaro y Gema-, instante en el que Trinidad, con discreción y suma elegancia, le deseó suerte con un gesto cómplice al agarrarle suavemente la mano, con amor, cariño y fidelidad, ante ese importante momento del que su marido era protagonista.
A continuación, Del Bosque, que era el eje sobre la que giraba una jornada en la que estuvo rodeado de familiares, de amigos llegados de Madrid, otros de Salamanca, junto a autoridades y la ‘Ponti’ en pleno, no pasó de largo por sus orígenes en el barrio de Garrido y Bermejo, que fueron el escenario de su infancia y primera juventud: “Atravesaba la Plaza Mayor camino del Fray Luis…”, “mi madre quería que fuera maestro…”, “abandoné Salamanca a los 17 años y permanecí 36 años en el Real Madrid al que llegué de meritorio y abandoné tras entrenar al primer equipo en un paralelismo semejante a quien entra en un banco de botones y se jubila de director…”.
Los caminos en la vida de Vicente regresan otra vez a Salamanca, la ciudad que creció bajo el calor del hogar que formaban el señor Fermín y la señora Carmen, siempre con la fiel compañía de su hermano Fermín, inseparables ambos, hasta que un día las brillantes condiciones de Vicente lo alejaron de su tierra, pero no del corazón de los suyos. Tiempo después de que se empezase a comentar que Vicente, el hijo del señor Fermín, era un genio del balón, en los partidos que jugaba junto a la Campsa, o al lado de la estación, bajo las potentes bocinas de las locomotoras que iban o venían, en un ambiente en el que se curtía quien llegaría ser una estrella. Pero sobre todo un caballero que bajo su señorío, bonhomía y serenidad supo guiar al fútbol nacional a lo más alto.
Vicente, admirable persona y deportista, disfrutó de las mieles del éxito portando la sencillez como la bandera de su existencia. Y también la de la solidaridad, al alzarse como uno de los fundadores de la AFE (Asociación de Futbolistas Españoles), o desde hace muchos años tan comprometido con la discapacidad, grupos con los que siempre está pendiente para poder echar una mano y que puedan sonreír, aferrado a la humildad y tesón.
Y siempre estuvo ahí. Ya fuera un evento deportivo, social, humanitario o institucional. Como el de ayer, porque ya para siempre se recordará la mañana abrileña de cielos encapotados con aquel chaval que, hace casi 50 años, deslumbró a todos con su calidad como jugador y ahora emocionó con la prestancia de sus palabras el recibir el ‘honoris causa’ en la Universidad Pontificia, todo ello gracias a una trayectoria, profesional y humana, en la que supo guiar con su batuta para hacer feliz a un país tan necesitado de alegrías, siempre bajo la prestancia de sus palabras.
Bonitas palabras a un salmantino universal.
DON VICENTE USTE HA HECHO GRANDE A ESTE PAIS. OAJALA LOS POLÍTICOS SE FIJARAN EN PERSONALIDAD.
Bien, Del Bosque. ¿Te acuerdas de un doblete que le metiste al Rayo Vallecas? Yo tengo ese balón.