No me gustan ciertas modas llegadas al toreo. Ni la forma de tapar goteras en muchas ferias, con evidente falta de imaginación. No digamos ya el triunfalismo que se ha adueñado de la Fiesta, en el que las corridas ya son ‘de toreros’ -¡hay carteles que incluso no anuncian la ganadería en claro despropósito!- y el final de todo ello es la salida final en hombros. Aunque al poco rato ya nadie recuerde nada, algo ocurrido en la mayoría de las ocasiones en esta Fiesta dominada por las orejas e indultos (me cuentan que el del sábado en Íscar fue un atropello a la dignidad de la Tauromaquia).
Y entre esas modas una es el exceso de carteles de un único espada ahora que empiezan a florecer, demasiado monótono. Primero para anunciar un torero en solitario debe tener interés, estar en un momento gozalón y que tenga repertorio, variedad, frescura e innovación. A partir de ahí se plantea lo que siempre es una gesta que además debe tener el aliciente de llenar la plaza. Malo una encerrona con medio aforo, vamos malo es todo lo que no sea completar los tres cuartos, porque de no lograrlo es el primer síntoma del fracaso. Fracaso empresarial y del propio torero que pide una gesta con el único fin de sumar y olvidándose de lo fundamental.
Una corrida en solitario puede acabar siendo un dolor, ponerse cuesta arriba para todos y estar el público deseando el final con el arrastre del sexto toro. No olvidemos que grandes toreros han fracasado en solitario, ahí está en caso de Paquirri en la Beneficencia. O de Morante, también en Madrid, de tanto peso sobre él que acabó por irse un tiempo para poner en orden sus ideas. O Talavante el año que se anunció en San Isidro con seis ‘victorinos’ –aunque ahí el apoderado fue listo y pocos días después le contrató una corrida a modo, que le sirvió para triunfar y redimirse del fracaso-. O José Miguel Arroyo en una feria en Sevilla.
Y es que seis toros son palabras mayores que no se pueden anunciar con la frivolidad que lo hace hoy en día. Prueba de ello es que grandísimas figuras siempre evitaron los seis toros. Un caso claro fue el de Santiago Martín ‘El Viti’ que siempre dijo no a las numerosos ofrecimientos que tuvo.
Lo mismo ha ocurrido con la abundancia de los manos a mano de los últimos años, toros carentes de algún interés. Porque un mano a mano se deben programar con dos toreros que de verdad levanten pasiones y rivalidad. Y no digamos ya de esos ridículo mano-pata (torero y caballo). Mano a mano de verdad eran aquellos de Salamanca con El Niño de la Capea y Julio Robles en los que ambos, con carreras muy distintas, los daban todo en la arena y contribuyó a levantar una plaza y dividir apasionadamente a una afición.
Y es que falta demasiada imaginación.