Antonio Ferrera lleva vivido un largo calvario al que nunca parece llegar el final. Casi dos años sumido en un túnel del dolor donde nunca parece llegar la luz que abra otra vez los horizontes y el colorido de los ruedos. De su mundo. Una lesión de huesos de esas que tanto temen los toreros lo ha llevado al dique seco. Ya lo decía el maestro Antoñete, “prefiero una cornada grave a una fractura ósea”.
Ahora parece que clarean los horizontes de 2017 para él y volver a descolgar el taje de luces para regresar su nombre a los carteles. Porque el extremeño ha sido un ejemplo y a nadie ha dejado indiferente en una larga carrera marcada por la entrega, el pundonor y también esas gotas de pellizco. Ahora, en la paz del campo extremeño, ya se prepara para sacar la cabeza de nuevo y devolver su nombre a las ferias.
Gustará más o menos su interpretación, pero es un torero antes el que debemos descubrirnos, porque siempre ha dado la cara y ha ido de frente para saber estar a las duras y a las maduras, conviviendo con la cara y la cruz. Con esa cruz que llega en forma de cornadas y él la conoce mejor que nadie, porque son nada menos que ¡36! las cicatrices que trepan por su cuerpo. ¡36! las medallas que luces ganadas sobre las arenas para honra y grandeza del toreo. Todas con una historia, pero quizás la más amarga sea la actual, con un peso que carga desde hace casi dos años tras sufrir una grave lesión cuando su nombre era referente en las ferias y Ferrera era un símbolo de respeto y honor a la Tauromaquia.
Se le espera como esa agua de primavera que deja el campo hecha una postal, porque él volverá para seguir enriqueciendo su leyenda de respeto y de culto al toreo.