Melilla fue ayer un canto a la torería. Y a España, cuna de la Tauromaquia, en estos momentos que sufre el tsunami del odio y la deslealtad. Melilla, con su preciosa plaza bautizada por el gran Gregorio Corrochano con el acertado nombre de ‘La Mezquita del Toreo’ ha sido un baluarte artístico de este 2017 para sacar a la Fiesta del fango de lo repetitivo. De lo mismo y con los mismos en todas las ferias por la clara falta imaginación de un ‘sistema’ abocado al fracaso –no hay más que ver el ejemplo de ayer en Valladolid y en tantas otras ferias-. Por eso la grandeza de Melilla fue tener imaginación a la hora de confeccionar un cartel con gancho y atractivo, algo de lo que adolece el llamado ‘sistema’.
Desde la distancia se siguió la tarde con pasión gracias a la magia y cercanía de las redes sociales, que al momento te transportaban para ver qué ocurría en ese rincón de ultramar donde España extiende sus alas a África con el cariño de conservar sus raíces , al igual que su tradición taurina que vibró con la pasión y categoría artística de Juan Mora y Antonio Ferrera. Del maestro Juan Mora, el último lujo del toreo, un poeta que escribe la página de su historia con versos que enamoran con la magnitud de su capote y muleta. Un genio olvidado por un ‘sistema’ caduco e ignorado en las sustituciones de Morante, porque si la Fiesta estuviera regida por gente que pensase en el bien común y la grandeza de la Tauromaquia todas estas tardes deberían ser para el genio de Plasencia.
Y también, ¿cómo no? Ahí es nada ese nuevo Ferrera, un gran descubrimiento con el poso y torería que ha irrumpido tras esa larga lesión que lo tuvo ausente de los ruedos y tantas veces se recogió en la soledad del campo junto a Juan Mora para beber la magia de su poesía.
Fue la tarde que suelan los aficionados, la del caviar y las notas de la mejor orquesta. La que presumió de torería y de España, algo que otras mentes vacías a las que Dios libró de la esclavitud del talento quieren aborrecer. Y es que solo faltó Gregorio Corrochano para contarlo.
Qué suerte estar en Melilla y saborear lo queda del toreo eterno, del toreo puro, natural, sencillo, clásico, de calidad y de sentimiento.