Anoche, bajo la cencellada que teñía de blanco las encinas, me quedé viendo la corrida de La México a través de los canales de internet, de la maravilla de la modernidad que ha eliminado las fronteras del mundo. Me quedé a verla porque prefiero tener la propia opinión de lo que ven mis ojos –estos que algún día se comerá la tierra- y también por no fiarme jamás de las crónicas, disfrazadas con excesivos tintes triunfalistas, que llegan desde el otro lado del charco. En esta ocasión se contaba con el añadido de ser un cartel de interés, con Ponce en otro año mágico –y van…-; con Joselito Adame, aupado en su tierra al altar de las figuras y con El Payo, un torero de sumo gusto e innata elegancia. Sobre el papel el interés era máximo, además contaba con el añadido de lidiarse toros de Barralva –junto a otros de Teófilo Gómez-, con sangre ‘atanasia’ y fue lo último que vendieron los descendientes de Atanasio Fernández, el ‘mago de Campo Cerrado’ -¡si levanta la cabeza y ve qué ha sido de su legendaria ganadería los mata a todos-, unos años antes de oficializar el crimen de llevarla al matadero.
Volviendo a La México el primer gran fracaso de la tarde fue la entrada, al no cubrirse ni de cerca el medio aforo de la plaza. Con un cartelón así La México siempre se llenaba, al menos si no se cubría totalmente, sí el numerado y había mucha gente en el graderío alto. Lo del aforo entre 20.000 y 25.000 espectadores en una plaza que puede acoger a 50.000 es para pensarlo y saber que algo se hace mal y no se ha encontrado el remedio. O no interesa. Porque si el público azteca no acude a un gran acontecimiento es algo. No sirve buscar vueltas, señores taurinos.
Y claro, la justificación estaba cantada –otro domingo más-. Se vio nada más en empezar a salir por chiqueros toritos indecorosos y de pitones mutilados, impropios de ser lidiados en algo anunciado como una corrida de toros, que son palabras mayores. Sin diferencia alguna entre las caras de los lidiados a pie –junto a su escasa presencia- con el de rejones.
Después también es triste comprobar como La México ha perdido su seriedad y ya no existe rigor alguno. No hay más que ver cómo se conceden premios tras estocadas indecorosas y que si se respetase la Fiesta jamás tendrían premio limitándose a recoger el torero una ovación de reconocimiento. Pero jamás un doble trofeo en un claro desprecio a la suerte suprema y en busca de ese triunfalismo que se impuso en América y hace un tiempo también llegó a España.
En fín. Que no busquen culpables en políticos y antis. El verdadero peligro de la Fiesta está dentro. En quienes la (mal) gobiernan. También en las figuras y no hay más que ver lo que hacen en las plazas de América y con qué toritos se dejan anunciar. La Fiesta es más seria y su grandeza no se puede patear así. Y me fastidia que Ponce entre y forme parte de este juego, porque tiene poder y arte para dignificar la Fiesta con el toro a modo e ideal. No más grande, ni más chico, el que siempre fue para La México. No el insulto de anoche.