Carlos Escolar ‘Frascuelo’ llegó a Salamanca con su porte de torero clásico, con su elegancia innata y esos andares que, de largo, delataban su torería. Con su deje castizo, tan característico en él y que forma parte del ADN de su vida, porque junto a Antoñete y Ángel Teruel han sido los tres toreros más castizos de la segunda mitad del siglo XX. Y Frascuelo lo lleva en sus andares, en su mirada y hasta ese chulería innata, con un fondo de tanta pureza y de verdad. Porque Frascuelo en su vida es como habla. Y como torea. Todo verdad y si no es capaz de explicar se sentimiento jamás engaña a nadie. Así en el toro como en el vida.
Vino invitado por la peña Albero Charro a las tertulias que, periódicamente, organiza en el Mesón Las Tablas, rincón taurino situado al lado de Van Dyck, la zona que rinde culto a la tradición de ir de vinos con los amigos, para explicar el sentimiento del toreo, el arte y la grandeza que envuelve este arte único que tiene en él a un maestro de culto. A un símbolo capaz de despertar pasiones y hacer vibrar a los mejores aficionados cuando ven su nombre anunciado en los carteles. Pero antes paseó por las viejas calles de la capital charra, con su histórica solera y monumentalidad, para adentrarse también en su magia torera y admirar el Museo Taurino, un lugar que lo cautivó y, mientras Pablo del Castillo le explicaba, observaba detenidamente cada detalle de un lugar que es una referencia taurina para disfrutar con el legado de S. M. ‘El Viti’, del Niño de la Capea, de Julio Robles y de tantos otros, como Jumillano , Posada, Juan José, José Luis Ramos, Juan Mari García, José Luis Barrero…
Venir a Salamanca y no impregnarse de la belleza de la Plaza Mayor deja huérfano el viajero y Frascuelo volvió a andar por ese mágico recinto que tantas veces ha pateado. Poco después el paseo pedía un descanso y ningún sitio mejor que el Restaurante Valencia. Allí se maravilló con cada fotografía y agradecido se dirigió a José Luis, el mesonero pintor de alma torera, cuando sacó un plato grabado a pincel con la fecha de su alternativa y un detalle del gran Frascuelo.
Ya en la charla, con Patricia Melero de moderadora y sabiendo sacar lo mejor del protagonista, el maestro habló despacio y con temple. Deleitando a los presentes con cada una de sus palabras y de sus frases, muchas de ellas sentencias. Artista de esencias, de sentimiento añejo, bebedor de las aguas del ‘antoñetismo’ más verdadero, sin embargo a Frascuelo siempre le tocó bregar con los toros más duros que pastan en los campos bravos para llevar a cabo su interpretación, teniendo su hoja de servicios llena de corridas de Prieto de la Cal, del Cura de Valverde –una de ellas con salida en hombros de Madrid-, de Los Eulogios, de Cuadri, de Hernández Plá, de Barcial… Sin dejarle probar este ‘sistema’ la golosina de las ganaderías que se rifan las llamadas figuras, “no soy un torero rico, pero sí un rico torero”.
Fue una maravilla escuchar en la abarrotada sala –entre el público numerosos profesionales entre ellos Mezquita, Adolfo Lafuente, Rubén de Dios, El Lobo, Antonio Martín, Marcial Villasante y varios novilleros…- a este maestro que comenzó a impregnarse del toreo gracias a su padre y, desde niño, admirando la presencia del viejo torero Antonio Sánchez en su taberna de la madrileña calle Mesón de Paredes, en el corazón de Lavapiés e inmortalizada por la pluma de Díaz Cañabate en la preciosa novela ‘Historia de una Taberna’. Antonio Sánchez, con su leyenda, su cuerpo cosido a cornadas, sus triunfos de principios del siglo XX en los cosos capitalinos de Tetuán de las Victorias y en Carabanchel seguía siendo un ídolo para sus vecinos en aquel Madrid de los cincuenta ya con el pelo encanecido y luciendo las medallas de la vejez.
Dejándose impregnar por ese ambiente, el pequeño Carlos, no tarda en irse a las capeas de Toledo y Guadalajara para dar sus primeros muletazos mientras escuchaba a los viejos aficionados hablar de Domingo Ortega y de Marcial Lalanda, de dos colosos a quien, años después, tendría oportunidad de tratar. En esas capeas, junto a otro montón de chavales ávidos de gloria, nace Carlos Escolar para el toreo, el mismo que poco más tarde ya sería Frascuelo después de que intentase bajar a torear un toro en Olías del Rey y un aficionado, al verlo tan menudo, le dijera: “¿Dónde vas, muchacho? ¡Ni que fueras Fracuelo!”. A aquel toro lo cuajó y el alcalde hasta lo invitó a matarlo, para finiquitarlo de un espadazo y recibiendo por tal gesta dos mil pesetas, además del orgullo interior de poder decirle al aficionado: “¡Ve como sí soy Frascuelo!”. Y así surge este apodo que él contribuyó a continuar con el prestigio del antiguo y decimonónico Salvador Sánchez Poveda. El que ya luciría ya para siempre en los carteles.
Desde entonces ya una vida en torero. Llegan los inviernos en Salamanca, las capeas de Ciudad Rodrigo y primeras novilladas de este maestro contrario a las actuales escuelas que hacen los toreros en serie, “aunque con alguna excepción que han podido sacar lo bueno que tenían dentro y sin que eso sirva para no mostrar mi admiración total a los maestros Gregorio, Bernadó y Andrés Sánchez”. Tardes de campo en las fincas charras y mañanas de espera para orientarse en la puerta del Gran Hotel, del Novelty o de Las Torres. En este último un día observa a Dámaso Gómez limpiándose los botos y a él se dirige para mostrarle sus respetos e indicarle si lo podía llevar al campo y, de ese momento, le queda clavado la reacción del aquel que llamaron ‘El León de Chamberí’ al vocearle de malos modos. Después, al momento, lo llama y le pregunta si quiere ser torero, al contestarle que sí lo invita a él con él y lo lleva a Educación y Descanso para tenerlo durante dos horas embistiéndole. Años después compartieron cartel en varias corridas, en Barcelona, Madrid o Frejús (Francia) y hoy, Fracuelo, no oculta lo gran torero que ha sido y el poco reconocimiento que goza. Más tarde llega el apoderamiento de Balaña y la enorme vinculación con el viejo Teodoro Matilla tan grata para él en los tiempos que torea tanto en Barcelona y resto de las plazas regentadas por esa familia catalana. La misma Barcelona que lo ve hacerse manos de toros de manos de Curro Romero y donde es tan habitual su presencia que muchos pensaban que era barcelonés.
Desde entonces llegan buenos años y una tarde que torea en Bayona con Paquirri y Teruel logra un triunfo grande le sirve para que Manolo Chopera lo apodere y con él permanece hasta que una tarde en Bilbao un toro de Villagodio le atraviesa el pecho en una terrorífica cogida y lo tiene dos años parado. Y a partir de ahí llega una intensa época en América con numerosas corridas, muchas de ellas en Venezuela donde se reencuentra con Antoñete, quien reside en la ganadería de Tarapío, retirado del mundanal ruido y pocos años antes de su sonada reaparición en España que lo convierte en una leyenda.
No faltaron recuerdos de sus grandes tardes en Madrid, plaza que le ha dado tanto y goza del unánime reconocimiento. Porque los días que torea Frascuelo en Las Ventas se viven con una inaudita pasión cada momento del festejo. De la Fiesta actual y el ‘sistema’ que la maneja con la única política de buscar el dinero rápido y en la mano, dejando arrinconado a ese romanticismo que siempre ha sido una esencia de la Fiesta.
En fin, la del miércoles fue una noche para enmarcar escuchando a un torero de culto en las tertulias taurinas del Mesón Las Tablas que organiza Albero Charro. A quien ha hecho gala de una esencia y personalidad única. A quien rinde culto al toreo en todos los momentos de su vida. A una persona admirable.
Paco, que artículo más bonito!, un abrazo.
Esto. Es el TOREO ETERNO. Gracias Torero
Esto es el TOREO ETERNO. Gracias. Torero
Paco lo has descrito al maestro.
Hola Paco, enhorabuena por tan genial artículo y gracias por adjuntar el vídeo con la entrevista completa.
Si me permite hacerle una pregunta:
En torno a la media hora de la entrevista, habla un torero pidiéndole perdón al Maestro Frascuelo por algo sucedido en su alternativa en Las Ventas.
¿Ese caballero corresponde a la identidad de Francisco Campos, conocido como «El Lobo»?