Qué oscura esta noche inverniza con el corazón envuelto en las tinieblas por este latigazo de dolor, querido Enrique. No sé ahora si llorar dejándome llevar por el sentimiento de tu inesperada marcha o qué hacer, aunque ahora mismo me voy a dedicar a rememorar con alegría tu inmenso pasado humano y deportivo. ¡Porque tu naciste para hacer feliz a la gente! Aquellas bromas a tus compañeros, tu sonrisa contagiosa, ese carácter tan positivo que regalabas en el vestuario y el talento de ser uno de los más grandes delanteros centros que parió el fútbol español, posiblemente el mejor, el más completo, el que se desmarcaba del rival para rematar con cualquiera de los pies; el que volaba sobre las defensas para cabecear y, en aquellos saltos donde te asomabas al cielo, enviar el balón a la red. El que ganó más Pichichi que nadie, el que jugando en Segunda División siempre lo llamaba Kubala, porque tenías un sitio fijo en la Selección Nacional, donde tantas veces te alineabas junto a otro ‘9’ puro, el gran Santillana.
Te has ido sin decir nada, tú que no eras amigo de saraos; en silencio y sin algarabías, aunque ni me imagino la que se va a liar estos días en Gijón con tu grandioso recuerdo en los momentos del adiós. Porque más allá de un jugador histórico, de quien contribuyó enormemente al gran Sporting se va un símbolo, se va el jugador más querido de su época, el que causaba admiración y el que logró, tantos años después de retirado, seguir siendo una referencia del fútbol español. Hasta te enfadabas –bueno, aunque en ti el enfado no existía- cuando eras delegado de tu querido Sporting y en los desplazamientos nada más bajar del autobús una avalancha de gente ávida de fotos y recuerdos contigo, entonces tu siempre le decías que se sacaran fotos con los chicos –como te referías a los jugadores-, que los importantes eran ellos. Pero, admirado Enrique, la huella de tu pasado nunca tuvo amnesia y por eso seguías siendo un divo, aunque hace años que ya dejaras de marcar goles, sin embargo el espíritu del Brujo seguía vivo en todos los corazones.
Mala suerte, Enrique, al igual que la tuvo tan mala tu hermano Jesús, que se lo tragaron las aguas cantábricas después de salvar la vida a dos muchachos. Mala, porque merecía disfrutar mucho más y volver a ver a tu querido Sporting en esa máxima categoría que nunca debió perder. Hoy, nos quedará siempre la emoción de haber disfrutado con un genial delantero centro, con un hombre ameno y que siempre buscaba el lado simpático de las cosas. De quien supo salir adelante en la adversidad, como aquel secuestro que sufriste en marzo de 1981 y, durante semanas, España entera rezó por tu liberación. De esos días recuerdo cuando vino a jugar el Barcelona contra el Salamanca, al Helmántico, en aquella temporada que, antes del rapto, teníais la Liga en la mano y tras ese episodio el ánimo de tus compañeros se vino abajo. Aquel partido, ganado por la Unión, me dejó un recuerdo imperecedero por el homenaje previo que se te hizo antes del inicio y la enorme ovación que recibió el vicepresidente Nicolás Casaus, que venía al frente de la expedición, al caminar al palco desde vestuarios y atravesar el campo. Ese partido, el genial Rexach, ya a punto de retirarse, salió en el segundo tiempo y maravilló por su banda con el talento que lo hizo figura; mientras que en las filas charras sobresalió Ito, que ese mismo año fue traspasado al Madrid. Fue un partido con tu nombre aflorando entre los presentes, con muchas lágrimas de emoción deseando que volvieras a ser libre. Pocos días después la policía te liberó en un sótano de Zaragoza y España fue una fiesta. Hoy, treinta y siete años después, en esta noche inverniza, las lágrimas afloran de nuevo al enterarnos del mazazo de tu marcha a los cielos. La pena, querido Quini, que ya no habrá policía para liberarte y volver a disfrutar de ti. Ya solo queda tu recuerdo. Un recuerdo labrado con la felicidad del gol, al que tú le diste un toque de humanidad.
Hasta siempre, Brujo. Y que sigas iluminando los campos de la eternidad con la grandeza de tus goles.
Hoy mis ojos se vuelven de niño, y se empañan de nuevo ante la perdida de aquel crak del futbol, y de la vida. Como lo hicieron aquel domingo de Carnaval de 1980, ante la noticia del secuestro de un hombre q siempre gozo de mi admiracion. Gracias Paco.
La verdad es que cuando uno oye la noticia de la muerte de Quini, no puede sentir más que una gran pena y una gran sorpresa. Muy bien tu Glorieta Digital: Quini para los aficionados al fútbol de nuestra generación, y que ya hemos perdido la ilusión y la afición, representa lo máximo como futbolista y como persona. Ha habido muy pocos futbolistas españoles como él. FUE UN FUTBOLISTA EXCEPCIONAL.
Amigo Paco, emotivo y entrañable lo que escribes sobre Quini. Desempolvando recuerdos, te cuento la primera vez que le vi jugar, fue en el viejo campo charro del «Calvario», en la temporada 1969/70. Vaya delantera (muy joven) que traía el Gijón: Lavandera, Quini, Marañón (estaba cedido por el Madrid y luego triunfó en el Español), Salazar, fino interior charro, por el que el club gijonés había pagado a la U.D.S. un año antes 1.500.000 Pts. y Churruca, que se lo llevaría el Bilbao. Creo que perdimos 0-4. El «Brujo» Quini y Marañón nos dieron un baño. Ese año el Sporting subió a Primera y la Unión bajó a Tercera. Les entrenaba un gallego sabio: Luis Cid «Carriera».