Finalizada la Feria de Abril y ya embalaba la temporada hacía su cita con Madrid y San Isidro, su santo patrón, llegan las primeras consideraciones de un año taurino que debía ser definitivo para el inmediato futuro de la Tauromaquia y, sin embargo, deja tantas preguntas en el aire. Y lo peor de todo, infinidad de dudas.
Sevilla ya nada tiene que ver con la esencia que le sirvió para marcar su propio prestigio e identidad para convertirse en templo que fue santo y señor del toreo. Han amaestrado al público, dando por buena la desaparición de la suerte de varas, para venderse al llamado ‘sistema’, que continúa empeñado en bajar la presencia del toro, del toro comercial que gusta a las figuras y nada tiene que ver con el que se lidiaba sobre su albero. Toro distinto al de Madrid y más ‘cómodo’, pero a distancia del actual, impropio de tradición en La Real Maestranza. De momento ha habido varias corridas que, en otra época, provocarían un altercado de orden público, entre ellas la de Matilla –poderosa familia que es culpable de la mayoría de los males del toreo-, o de Juan Pedro Domecq, en su enésimo petardo en una plaza donde tanto ha mangoneado. Como premio y lo mal que se hacen las cosas, Matilla volverá a lidiar en San Miguel y Juan Pedro no faltará en las próximas ferias. Así funciona la Fiesta actual, de pena.
Por otro lado, La Real Maestranza, cada año pierde más esencia, al igual que esa personalidad que la dominó con sus silencios, con los grandes aficionados que llenaban los tendidos, con su sabor y saber de tanta distinción. Hoy han muerto los silencios que se interrumpen por voces espontáneas y el público –que no afición- se ha vendido a ese triunfalismo que se impone -en los carteles ya se no pone ‘se lidiarán seis bravos toros’ y pronto se añadirá ‘al final del festejo la terna actuante saldrá en hombros’, ¡al tiempo!-.
Entre los males el más gravísimo ha sido nombrar presidente al jurista José Miguel Luque Teruel e hijo del banderillero y apoderado Andrés Luque Gago, tantos años en las filas de Luis Miguel. Luque Teruel, que se pone en manos de los taurinos, nunca ha ocultado su afán por el triunfalismo y de hecho ha llegado a manifestar que “en La Maestranza ya es hora que se corte otro rabo”. Grave error pretender dar ese premio de cualquier manera, cuando han sido poquísimos los logrados ahí y siempre con obras colosales y perpetuas. Si algún día se vuelve a cortar un rabo en Sevilla debe ser por algo majestuoso. Y los indultos si de verdad se dan todos los condicionantes, como ocurrió con aquel toro de Victorino llamado ‘Cobradiezmos’, que fue lidiado hace tres años.
El indultado este año fue un gran toro –por cierto esa ganadería lidió el pasado año en San Isidro un encierro de soñar-, el deseado para un matador en el escenario ideal, colaborador -que dicen ahora en el desprestigio que vive la jerga taurina, tan rica en expresiones que se van perdiendo-, pero le faltó la casta necesaria para ganarse la vida, que es algo muy serio y debía ser reglado ya. Un toro que, en cualquier otra época sería premiado con una vuelta al ruedo, que es un inmenso honor. Y por cierto, al día siguiente de indulto, se lidió un Núñez del Cuvillo de tanta clase como al que se perdonó la vida, pero en esta ocasión había otro presidente y la vara de medir ya no era la misma.
Lo dicho, La Real Maestranza, que siempre ha sido santo y seña del toreo, ya comienza a lucir crespones negros.
COLETILLA FINAL: Por cierto no puede cerrar esta artículo sin descubrirme ante Pepe Moral, un torerazo que supo beber de las fuentes del gran Manolo Cortés y nos cautivó en la ‘miurada’. Moral se ganó un billete para todas las ferias, porque hacen falta toreros jóvenes con su raza y ambición, pero sobre todo con el fiel concepto de su torería.