A Andrés Sánchez le llega la celebración de sus veinticinco años de matador de toros. De un cuarto de siglo, que se dice pronto y bien, desde aquella tarde de la feria de 1993 que, en un cartel de gala, Dámaso González lo hizo matador de toros, con nuestro Niño de la Capea, de testigo, ambos viviendo ambos maestros la segunda parte de sus destacadísimas carreras. ¡Ya ha llovido! Y parece que fue ayer cuando Andrés, que entonces aún era Andresín para muchos, salía a parar a Buenos Días, el toro de Clairac con el que se hizo matador.
Aquel 1993, La Glorieta, alcanzaba su centenario y, para el acontecimiento, sufrió importantes obras de mejora y remodelación más allá del lavado de cara. Hoy, todas ellas, ya se han quedado obsoletas y en un edificio de su categoría siempre necesita cuidados, además de adaptarlo a las necesidades demandadas en la actualidad en cuanto a accesos a gradas y andanadas, baños… De aquel año del centenario también llegó la polémica al desaparecer un documento que se escrituró al construirla con la finalidad que al alcanzar sus primeros cien años pasaba a ser propiedad municipal. Jamás nadie supo de él.
Hoy, mirando para atrás, uno recuerda esos momentos y parece que fue ayer mismo. Con ese Andrés, de blanco y oro en el intercambio de tratos en un día grande en su carrera, saldado con su primera salida en hombros por la llamada puerta del toro. Después vendrían un buen número de ellas a medida que crecía artísticamente, llegando a torear muy bien en muchas ocasiones y acaparando un montón de titulares.
Algunos de esos éxitos son recordados por quien los disfrutó al dejar la esencia de su buen hacer sobre las arenas. Fue el caso de la extraordinaria faena realizada al toro Manzano, de Valdefresno -ganadería muy vinculada a él por lazos de íntima amistad-, durante la feria de 1998 y brindada al maestro Santiago Martín El Viti, que se encontraba en una barrera. Ese día, Salamanca entera admiró a un nuevo Andrés Sánchez, gracias a una artística interpretación que le permitió ganarse el respeto de los profesionales, quienes veían en él al nuevo torero de campanillas que necesitaba Salamanca.
Apoderado por Jaime Ostos –antes y después del ecijano estuvo dirigido por otros taurinos en la que fue una rémora de su carrera- confirmó en la plaza de Madrid el dieciséis de abril de 1995, en la tradicional corrida del Domingo de Resurrección, de manos Fernando Cepeda y con Fernando Cámara de testigo frente a toros portugueses de Fouto de Fornilhos. Andrés dejó buen ambiente y le propició frecuentar esa plaza madrileña para conocer el dulce sabor del triunfo al lograr varias orejas –en alguna ocasión estuvo muy cerca de salir por la puerta grande- y también sufrir la amargura de la cornada. Una de esas tardes importantísimas en Las Ventas fue el veintiocho de julio de 1996, al cortar una oreja a un Palha y resultar herido por el segundo de su lote. Ahí vive sus mejores años y se hace merecedor del respeto de los grandes, con quienes comparte carteles, desde José Miguel Arroyo, José Tomás, Enrique Ponce, El Juli… hasta las uevas figuras que fueron llegando.
Permaneció en activo durante la primera década del nuevo siglo. Rodeado del buen ambiente que le acompañaba, arropado por sus paisanos y por los ganaderos de su tierra, quienes confiaban en él las labores camperas del tentadero, un día al ver que no había dado el salto a la élite decidió irse en silencio y colgó en el ropero de las añoranzas sus chispeantes de oro. Se iba un torero respetado y solidario con el necesitado, algo que demostró con el viejo Dionisio Rodríguez Toreri, quien le dio los primeros consejos en los lejanos días de la escuela La Capea, a quien correspondió con su amistad y varios brindis, además de organizarle dos festivales en su beneficio para amparar las privaciones de su vejez. También organizó un festival para hacer un monumento al torero Paco Pallarés, al poco de su fallecimiento, de donde surgió el dinero para fundir en bronce la escultura que hoy es un recuerdo perpetuo en el pueblo natal del desaparecido maestro.
Vaya este brindis de admiración a Andrés Sánchez, quien fue tan buen torero charro ante la inminente celebración de sus primeros veinticinco años de matador.
Un pedazo torero y muy buena persona