Juan José, medio siglo de torería

El maestro Juan José pasea por su pueblo natal (La Fuente de San Esteban-1951) vestido casi siempre de forma informal, con sus inseparables gafas de sol y sin perder sus andares de torero. El maestro, que es una persona afable y habla con quien se le acerca, desde hace unos años está jubilado y ahora aprovecha el tiempo para darse largos paseos por los caminos del Campo Charro, hacer ejercicio, leer la prensa y estar al tanto de la actualidad taurina, deportiva, social, política… Después le encanta salir al encuentro de sus amigos todas las corridas televisadas y después ‘arreglar’ el toreo y la vida.

Ahora, Juan José, ha vuelto a la pomada –aunque en realidad nunca dejó de estarlo- para conmemorar el cincuenta aniversario de su alternativa. Medio siglo de aquella celebración en la histórica plaza de Manzanares, cuando se hizo matador de toros de manos del segoviano Andrés Hernando y testificado por Gabriel de la Casa, frente a una corrida del Conde de Mayalde, en una tarde donde entró por la puerta grande y con unánimes alabanzas en el nuevo escalafón.

El maestro, que conserva una prodigiosa memoria y es un hombre de verbo fácil, echa la vista atrás para rememorar la efeméride, “parece mentira cómo ha trascurrido el tiempo. Tengo grandes recuerdos de aquel día y de toda esa época. Date cuenta que el mío ha sido el caso más breve de una carrera. Debuto en Coca –Segovia- el catorce de agosto de 1967 y antes de un año, el once de agosto, ya tomo la alternativa. Tenía diecisiete años y todo eran ilusiones. Aunque hubo toreros más jóvenes en alcanzar la alternativa, con una carrera tan corta como la mía nadie; los demás, casos de Joselito ‘el Gallo’, Manolo Bienvenida, Luis Miguel…- estuvieron más tiempo de novilleros y becerristas”, señala Juan José.

El protagonista habla con naturalidad, con mucho respeto a la Tauromaquia y desde luego sintiendo orgullo de haber sido torero, antes de iniciar propiamente la entrevista, realizada como no podía ser menos en el escenario de La Fuente de San Esteban, su querido pueblo y cuyo nombre ha llevado con orgullo por todo el mundo taurino.

– Maestro, enhorabuena por esta conmemoración.

– Gracias, el tiempo se ha ido demasiado deprisa, pero lo importante es haberlo vivido y a la vez disfrutarlo en la manera de lo posible.

– Ahora ya  al grano, ¿cómo prende en usted la semilla de ser torero?

– Fue gracias al ambiente que se respiraba aquí en Fuentes (así se dirige para nombrar a su localidad natal). Recuerdo de niño ver en el invierno a muchas figuras, a Camino o Antoñete, que venían a casa de Atanasio; a los Girón, a Santiago Martín ‘El Viti’, a Aparicio, que paraba en Pedraza de Yeltes, a Jumillano… todo aquello marca y pronto ya no quiero ser otra cosa que torero, yendo además a ver los primeros tentaderos a Campo Cerrado.

– Y de una manera más seria, ¿en qué momento se decide a dar el paso adelante?

– Enseguida, porque allí hay un personaje llamado Antonio Díez, que es practicante y se convierte en la primera persona que apuesta en firme por mí. Tiene un gran concepto del toreo, muy clásico, es aficionado práctico y él me enseña lo que es el toreo, además de llevarme al campo, siempre en su moto. Ahora recuerdo aquella época y de todas ha sido la más bonita de mi vida, porque era el sueño de un chaval de Fuentes que quería ser torero. Que se levantaba lleno de ilusiones y queriendo aprender cada día un poco más.

(El maestro, que un hombre sentimental se emociona al abrir las ventanas en las despensas de su ayer).

– ¿Hasta cuando fue a escuela de primeras letras?

– Hasta los catorce años, pero era muy mal estudiante y peor aún desde que ya me meto en el toreo. Eso sí guardo un magnífico recuerdo de don Julio, un maestro que enseñó todo lo que sé y con quien tanto me gustaba hablar, incluso ya muchos años después de hacer sido su alumno. Era un hombre sabio. Además, entonces, compartí escuela con Julio Robles y con él hice novillos para ir a algún tentadero; luego a la mañana siguiente don Julio nos llamaba y decía: “venid aquí vosotros dos, que ahora vamos a tener la corrida”.

– Metido de lleno en el toreo, ¿en qué momento empieza a profesionalizarse de alguna forma?

– También enseguida, porque todo va muy rápido. Entonces entre los ganaderos comentan cómo anda el chaval de Fuentes y es un banderillero del pueblo, Pepe Güevero –que había estado con Paco Pallarés y después iría conmigo varias temporadas-, quien me pone a torear por primera vez. Es el catorce de agosto de 1967 en la localidad segoviana de Coca con Enrique Martín Arranz, precisamente. En vísperas de esos día fuimos a Madrid a comprar ropa y todos los útiles que necesitaba, siendo la primera vez que pisaba la capital, quedándome admirado. Desde ese momento, me instalo en Ávila, gracias al hacer de un cuñado de Andrés Hernando y toreo, frecuentemente, durante ese verano por esas dos provincias castellanas, por Segovia y Ávila.

– ¿Y en Salamanca no torea?

– Entonces no, ni de becerrista, ni de novillero. De hecho había hasta gente que no me relacionaba con esta tierra, porque primero y durante el periodo que le dije viví en Ávila; luego ya me instalé en Madrid, donde residí cerca de quince años.

– ¿Cómo fragua su apoderamiento con Manolo Lozano?

– Al finalizar la temporada regreso a Fuentes y hago mucho campo. Entonces frecuento la casa de Salustiano Galache, también la de su hermano Paco, quienes son muy valedores míos y, al ver que aún no tengo apoderado, deciden hablar con los hermano Lozano para que me apoderen; sin embargo al tener exclusividad con Palomo Linares optan para que sea su hermano Manolo, que va por libre, quien me apodere. Manolo, hasta entonces, había apoderado a varios toreros, pero conmigo es cuando logra por primera vez alcanzar relevancia.

– De su breve etapa de novillero, ¿qué recuerda?

– Fue muy rápido, intenso y bonito, porque debuté enseguida en Orihuela. Toreé mucho y son numerosos los momentos, no olvido una tarde que toreé en Las Arenas de Barcelona mientras nevaba; también otras muchas de triunfos… luego enseguida la alternativa.

– ¿No cree que le precipitaron?

– No, ni tan siquiera noté el cambio del novillo al toro, andaba muy suelto. Aunque es cierto que se adelanta, porque inicialmente estaba previsto tomarla en la llamada ‘corrida del motín’ de Aranjuez, que se celebra el ocho de septiembre, con Julio Aparicio y Palomo Linares. Pero un mes antes ocurre un imprevisto que cambia el proyecto al sufrir Palomo Linares un grave percance, el ocho de agosto en Málaga, al descabellar un toro. Esa circunstancia hace que mi apoderado decida que toma la alternativa y de esa forma acaparar las sustituciones de Palomo, que tenía completado ese mes. Esa circunstancia provoca, como te decía antes, que en una misma temporada fuera becerrista, novillero con picadores y matador de toros, algo que nadie ha logrado…

– ¿Y a partir de ese día?

– La alternativa fue un triunfo, corté cuatro orejas y rabo: también el día antes me despedí de novillero en Manzanares, con otro éxito de clamor. A partir de entonces fue todo un mundo nuevo, distinto y vivía con emoción cómo hacía el paseíllo con las figuras que, poco tiempo antes, habían sido mis ídolos.

– Por ejemplo..

– No olvido la prestancia del maestro Antonio Ordóñez, su enorme categoría y maneras, que eran una bendición. Toreé varias corridas con él y el primer cartel viví el momento realmente emocionado, mientras lo observaba y me parecía todo un sueño hecho realidad. Entonces había que apretar todos los días, porque aquellos figurones no daban tregua. Veías entrar por el patio de cuadrillas a Diego Puerta y te imponía, sabedor de cómo cómo se iba a jugar la vida ese hombre la vida y con aquella seriedad, sin dar ninguna concesión, siempre rodeado por Almensilla, aquel grandioso banderillero que fue su peón de confianza. Lo mismo Paco Camino, con el que toreé mucho e hice amistad porque después coincidimos mucho en el campo, casi siempre en casa de Atanasio; aquel Viti, que siempre he admirado tanto y para mí ha sido un modelo de torero y señor. Los Girón, Paquirri, ¡pobre Paco! que además era amigo y un año que sufrí una grave cornada en Lima, tan lejos de España y de la familia, él fue quien cuidó de mi. También Palomo Linares, que fue íntimo amigo y durante mucho tiempo viví en su finca El Palomar hay que ver cómo se arrimaba. Y es que me pongo a pensar y me siento orgulloso de haber formado de esa época del toreo.

– Luego al año siguiente llega su puerta grande en San Isidro y la consagración. ¿Qué era más difícil llegar o mantenerse?

– Era seguir creciendo. Esa feria ya corto una oreja en día de la confirmación, que la tomo con El Viti y Paquirri, en un cartel muy fuerte. Luego, en mi segunda actuación, ya salgo por la puerta grande y era pues otro sueño hecho realidad, yendo todo muy rápido. Aunque ese triunfo no fue valorado como se decía, porque voy a San Sebastián con una corrida de Palha y a Bilbao con una Guardiola, algo que no debió suceder con el bagaje que tenía esos días. U otros cosas inexplicables, como cortar cuatro orejas en Dax, el mismo día que subió el hombre a la luna y no volver jamás a torear en esa plaza.

– Y ya debuta en Salamanca, ¿no?

 – Si, al tomar la alternativa me presento en la feria. Pero no fue nunca fácil torear en La Glorieta, de hecho muchos años me quedo fuera del ciclo y otros en la corrida de San Mateo. Todo era muy distinto.

– Antes habló de la cornada sufrida en Lima, ¿fue la peor de todas?

– No. Mi mayor percance fue el grave accidente que sufrí en junio de 1971 al venir de Pamplona. Al perder la visión del ojo ya no era lo mismo, pero yo siempre me entregué con la misma afición en mi sueño de ser figura.

– ¿Ese accidente le impidió ser figura?

– Posiblemente, cierto es que un poco antes tuve un bache con la espada, pero entonces ya estaba matando los toros y triunfando. Desde entonces, aunque reaparecí a los cuarenta días toreando un manos a mano con Palomo, en Haro, costó un mundo, sobre todo a las empresas que se fueron olvidando de mi, aunque nunca desfallecí. Es más, tras el accidente toreo muchos toros como siempre soñé, algunos en Madrid, también en Salamanca, en Santoña…

– Hablaba de Salamanca, donde la empresa lo ‘colocó’ tantas veces con aquellos corridones del día de San Mateo.

– Si eran corridas del Conde de la Corte, de Guardiola… y en ellas muchas veces logré triunfar, por lo que durante los años 1984, 1985 y 1986 la empresa organiza el cartel charro que integro junto al Niño de la Capea y Julio Robles, llenándose la plaza hasta la bandera y con grandes momentos.

– Un día deja de torear. ¿Se marchó insatisfecho?

– No. Hoy miro atrás y siento añoranza. Fui muy feliz de torero, aunque después del accidente fue una pena que las empresas dejaran de confiar en mí.

– La crítica de su época siempre lo puso como ejemplo de muletero y especialmente en su toreo al natural. ¿Fue su fuerte?

– Me gustaba torear con clasicismo y con sentimiento, cuando cuajas un toro al natural es lo más grande. Yo tuve la suerte vivirlo muchas veces.

– Coincidió con todas las grandes figuras de los sesenta, ¿qué más le impresionó de entonces aparte de los citados previamente?

– Fíjate, toreé con Manuel Álvarez ‘El Andaluz’ en una reaparición que tuvo al tener problemas y echarle una mano don Pedro Balañá poniéndolo en sus plazas. Aquel señor y atan mayor y escaso de facultades, que había sido tan gran torero me impresionó. Otro maestro que era grandioso de los que no cité fue Rafael Ortega, también me ha impresionado Dámaso Gómez, a quien la historia no ha hecho justicia.

– Maestro, ¿recuerda el momento mas difícil en su larga carrera?

– Claro. El del accidente sufrido en 1970, en Aranda de Duero, que supuso la pérdida de visión de un ojo, ya te dije. Esa ha sido una prueba muy difícil en mi profesión. A partir de entonces ya nada fue igual. Fijate que hay broncas, tardes que no estás bien, algo que te han hecho y no te ha gustado, pero nada comparable a esto que ya me marcó para siempre. También hubo otro muy triste.

– ¿Cuál?

– En el toro hay dureza, lo marca la propia profesión, que es la más bonita del mundo, pero requiere mucho esfuerzo y sacrificio, además la suerte debe estar de tu lado. En mi carrera ha habido momentos duros y uno tristísimo, al que me refiero. Fue la muerte de banderillero Paco Pita, un excelente peón de mi cuadrilla que murió a raíz de la cornada sufrida por un toro de Palha la tarde de mi presentación en El Chofre, de San Sebastián. El pobre, tras operarlo, quiso que lo llevaran a Madrid, para estar al amparo de su familia y nada más llegar al Sanatorio de Toreros se le presentó la gangrena gaseosa y murió, sin que pusieran hacer nada por salvarlo. Fui muy doloroso todo aquello, con unos niños tan pequeños y tan joven. Organizamos un festival para tratar de ampararlos. Después no volví a saber de ellos y me gustaría saber qué fue de su vida.

– Mediada la década de los setenta y primeros de los ochenta deja el sello de su calidad en muchas actuaciones en Las Ventas durante los domingos de verano. ¿Cómo eran entonces aquellas corridas?

– Solían ser duras y muy grandes, con pocas posibilidades de triunfar. Siempre iba muy preparado y con la ilusión que me embistiera un toro para cortarle las orejas y volver a las ferias. Hubo veces que estuve cerca de triunfar y cuajé varios toros, pero la necesaria explosión no llegó.

– Ya en su final recuerdo una grave cornada en Fuentesaúco. ¿Le afectó también?

– Fue al final de mi carrera y sí. Aquel verano me preparaba intensamente, me sentía muy bien. Tenía varias corridas importantes en Madrid, Barcelona, la Feria de Salamanca y ala grave cornada en los abductores ya acabó por frenar los ánimos que me quedaban. Precipité mi reaparición en Peñaranda y no estaba aún recuperado, con lo cual ya desistí de torear en Salamanca y corté la temporada.

– ¿Cuándo torea sus últimas corridas?

– En 1989, cuando se inaugura la plaza del Toreo de Cuatro Caminos, aquí en Fuentes y Paco Pallarés, que la había promovido, me ofrece torear junto a Julio Robles y Sánchez Marcos, con toros de Paco Galache. Aquel mismo toreo en la feria de Salamanca y cortó las orejas en la que fue la última vez que me vestí de luces.

– ¿En el campo siguió toreando?

– Poco, si acaso alguna vez esporádica, pero casi nada. Por cierto, al año siguiente de esas corridas maté un novillo en mi pueblo por las fiestas del Corpus, que fue también el último festival. En el campo en contadas ocasiones.

– ¿No lo echa de menos?

– Cada época tiene su tiempos, aunque sí he de reconocer que el toreo ha sido lo que más me ha llenado y me ha hecho sentir. Mi vida ha íntegramente en torno del toro.

– Hablaba que Julio Robles fue compañero de escuela y con él comparte cartel  también en su penúltima corrida, ¿coincidieron mucho?

– Toreamos varios corridas y muchos festivales. Aunque las carreras de ambos fueron completamente distintas, yo empecé antes y marché del pueblo enseguida, coincidiendo desde entonces también en el campo. Fue un gran torero y pudo haberlo sido aun más si no sufre ese desgraciado percance. Ya cuando volví a reencontrarme con él y disfruté de su amistad fue cuando hicimos un certamen de la escuela en su finca. Siempre llamaba, iba a verlo, hablábamos y ese reencuentro fue muy feliz para ambos. Lástima que muriera tan pronto.

– En sus últimos años estuvo apoderado por Eduardo Mediavilla, ¿qué significó para usted?

– Ante todo fue una gran persona y un amigo de siempre. Se preocupó mucho de mi carrera y velaba por los detalles, era todo honradez. Eduardo, además, fue una persona muy conocida, porque era dueño de una conocida imprenta donde se imprimían los carteles de muchas ferias. De él me quedó un enorme recuerdo.

– Y con el vestido de torear colgado llega una larga y fructífera etapa en la Escuela de Tauromaquia. ¿Qué le aportó?

– Fueron veintinueve años, que se dice pronto. Una experiencia enriquecedora y donde cada día aprendí algo. Le agradezco mucho al maestro Santiago Martín ‘El Viti’ que  propusiera mi nombre para estar al frente de la Escuela en el momento de crearla. De la escuela salmantina han salido chicos con grandes condiciones y otro montón de profesionales que la dignifican. Compartí esa etapa con un excelente plantel de profesores, donde además de compañeros fuimos amigos.

– Y también la de apoderado. ¿Cómo fue?

– Surge al jubilarme y finalizar mi labor al frente de la Escuela. Entonces surge Alejandro Marcos, de Fuentes y con quien además tengo parentesco. Es un chico al que le vi excelentes condiciones y que puede ser un gran torero, porque tiene arte y personalidad. Viví una bonita etapa a su lado, aunque sufrí mucho en la labor del despacho, que no era lo mío. Por cierto otro chico de Fuentes que también reúne magníficas condiciones es David Salvador. Les deseo toda la suerte, al igual que a todos los que han estado en la Escuela, alegrándome de todos sus triunfos.

– Hace un par de meses, la Salamanca taurina le dedicó un homenaje con motivo de este celebración. ¿Qué significó ese detalle?

– Fue muy agradable. Y toda mi gratitud a la Federación de Peñas Taurinas ‘Helmántica’ por hacer posible ese acto tan bonito. Muy emotivo que estuvieran mi padrino y testigo, Andrés Hernando y Gabriel de la Casa, además de mi apoderado de esos días, Manolo Lozano, con quien ahora hablo muchísimo por teléfono. Te llena de alegría ver a tantos profesiones recordando un momento que marcó tu vida, la misma vida que se va pasando tan deprisa. Y también fue muy emotiva la carta que leyó mi hija Nadia, que es lo grande que tengo.

Junto a su padrino -Andrés Hernando- y el testigo -Gabriel de la Casa-, en la celebración del 50 aniversario de la alternativa.

– ¿Y qué era mejor antes o ahora?

– Cada cosa a su tiempo, ahora va todo muy deprisa, ya no hay distancias. Ocurre algo y al momento tienes toda la información. Si que añoro la Salamanca ganadera de mi juventud, el señorío de aquellos hombres, como don Atanasio Fernández, a quien estuve tan unido; a Paco y Salustiano Galache, a su cuñado Habacuc; a José Luis Cobaleda, a Manolo Cobaleda, a Pepe ‘Raboso’ y su hijo Domingo; a  Antonio ‘Sepúlveda’ y a su hermano Luis; a Antonio Pérez y su hermanos Juan Mari; Alipio y Javier, los Sánchez Rico, los Muriel… Aquella época la viví y fue inolvidable. También recuerdos tentaderos en otros lugares, como en la finca Navalcaide, de Domingo Ortega, donde era un primor escuchar al maestro o verlo salir a poner un vaca al caballo, siempre con sus guantes de material y su sombrero, mientras su amigo El Estudiante, que fue otro grandioso torero, lo filmaba en Súper-8. Aún tengo por casa esas cintas. También frecuenté ganaderías de La Mancha, a las que iba con Palomo Linares, a las casas de Martín-Peñato. Otras veces en Jaén…

– ¡Es un honor escuchar el montón de figuras que han salido en la conversación, lo más granado del toreo!

– Y mirando a todos, ver su interpretación, sus formas… Fíjate con Luis Miguel, otro grandioso torero, solo toreé una corrida, que fue en Consuegra. Sin embargo no olvido un día en la casa de Atanasio, de Campo Cerrado, en el tiempo que ayudaba a un sobrino suyo, hijo de Pepe Dominguín, que quería ser toreo. Había una vaca en la plaza y él orientando a su sobrino desde el palco, hasta que al final dice: “espera un momento que bajo yo” y no veas a ese hombre, ya retirado, con qué facilidad y poder, con dos capotazos, puso a la vaca donde quiso.

– ¿Sigue acudiendo a las plazas?

– Sí, claro. Y por la televisión no me pierdo ninguna, además de estar al tanto de todo lo que ocurre.

– ¿Por quién haría kilómetros para ir a verlo?

– He hecho muchos kilómetros para ver toros y ahora mismo hay un plantel de magníficos toreros. Pero hay uno que es verdaderamente maravilloso y se llama José Tomás, con esa pureza y verdad que tiene lo hace ser un coloso. También me gusta cada día mas Roca Rey, está creciendo mucho y toreando muchas veces muy bien.

– ¿Dónde pasará el once de agosto?

– En mi pueblo, saldré a andar, a hacer algo de ejercicio y luego de tertulia con los amigos.

– ¡Los tendrá que invitar!

– No faltaría más.

– Maestro. Que disfrute muchos años de la vida y del toreo.

– Gracias.

 

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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