¡Aquellas ferias de Valladolid!

El dicho “vamos a los toros a Valladolid” dejó hace tiempo perdió protagonismo en las conversaciones de aficionados. Hubo alguna excepción, como hace dos años con la doble comparecencia de José Tomás, o algún caso puntual que arrastró al público -más público que aficionados- al coso del Paseo de Zorilla. Porque hace años que la feria taurina de Pucela perdió la personalidad imprimida por el maestro Emilio Ortuño ‘Jumillano’, quien lograba centrar la atención taurina de septiembre en la vera del Pisuerga, sin quedarse atrás de Salamanca en el esplendor de pasadas décadas de los setenta y ochenta cuando la capital charra vibraba de pasión en su particular edad de oro taurina gracias a El Viti, El Niño de la Capea y Julio Robles. Entonces el ciclo de Valladolid tenía tronío, variedad de toreros, de ganaderías y era además una plaza de grandes acontecimientos. Ejemplo de ello es que un día de septiembre de 1979 en esas arenas dijo adiós Santiago Martín ‘El Viti’, para nacer la leyenda del más grande de los maestros que parió la vieja Castilla. Tres años más tarde hizo lo mismo el grandioso Paco Camino.

Hoy poco queda del esplendoroso Valladolid. El de las mañanas de ferias con excepcional ambiente en el viejo ‘Conde Ansúrez’, o en el ‘Lucense’; más tarde en el ‘Meliá Parque’, en cuya explanada esperaban aparcadas las furgonetas de las cuadrillas rodeadas de aficionados que hacían tertulias sobre el festejo de la tarde. Da igual que fuera la corrida del Conde de la Corte, la de Molero, la del Raboso…; que torease Paula –habitual en Valladolid- o un cartel estrella con Antoñete, Domínguez o Robles porque el ambiente era de excepción. Más que ninguna tarde la que acartelaba las corridas de los banderilleros con Esplá, Mendes, El Soro o Morenito que llamaban el ‘salvaferias’ porque casi siempre colocaba el ‘no hay billetes’, tan diferente del actual ‘mataferias’ que suele llegar allá donde mete la mano Matilla –el ciclo de Valladolid lleva su firma, aunque haya sido organizado por Manolo Chopera-.

Entonces Valladolid ofrecía una gran feria. De postín. Ni por asomo se lidiaba una corrida como la del jueves de Vellosinono y acababa ahí porque más allá de San Mateo estaba el añadido de las corridas de San Pedro Regalado –la llamada ‘feria chica’ de mayo-, sin olvidar los festejos nocturnos de verano organizados por Jumillano y la colaboración del eficaz Arsenio Álvarez, que fueron una auténtica oportunidad para los nuevos toreros. En esa época, una cálida noche de 1974 llegó Luis Francisco Esplá, un chavalín alicantino que formó la marimorena al cortar cuatro orejas y dos rabos, el mismo premio logrado la semana siguiente para ponerlo en el candelero de todos los taurinos. Entonces no había móviles y faltaban años para la llegada de las nuevas tecnologías, pero el boca a boca hacía milagros entre la gente del toro.

Hoy, Valladolid, también ha matado los festejos de la ‘oportunidad’ porque los taurinos dicen que sin subvención es imposible programarlos. Triste de un espectáculo que deba vivir de la subvención y quienes lo manejan sean incapaces de buscar argumentos para atraer al público al sembrar la semilla de la afición. Triste de esta Fiesta regida por gentes que solo buscan llevárselo rápido y no hacen planes de futuro, seguramente porque no creen en él.

La capital del Pisuerga cierra mañana otra feria más, la misma que ha llenado más páginas por lo malo que por lo bueno. Sobre el papel en el ciclo han faltado importantes toreros que, injustamente, fueron excluidos y más que nada de lo que más se ha hablado ha sido del escándalo de la corrida de Vellosino que llevó Morante debajo del brazo y fue una tomadura de pelo a Valladolid, a sus tradición y su historia. Depués y esto se escribe en letras grandes el gran acontecimiento ha sido la definitiva irrupción de Emilio de Justo con un triunfo de verdad, con las armas de la pureza, a una corrida del Pilar que, definitivamente le ha abierto todas las puertas de las ferias. Además lo convierte en el toreo más ‘goloso’ de este invierno para todos los apoderados y aquí esperemos que el de Torrejoncillo tenga sensatez y no se deje llevar con tantos cantos de sirena como va a escuchar -que recuerde a Urdiales cuando se fue con la FIT-. Y en el pedestal no puede faltar ese Roca Rey que es el gran revulsivo del toreo, el que ha llegado con la escoba y merece todos los honores. El que pone firmes a las figuras y las está destronando. Valladolid, como no podía ser menos, también se rindió a él.

Me encantaría volver a escuchar aquello de “vamos a los toros a Valladolid”, pero ahora mismo lo veo difícil y complicado, porque poco a poco es otra feria que se está perdiendo por la cloaca del desinterés y la falta de una afición digna y exigente.

COLETILLA FINAL: En estos días escribiré algún artículo de Albacete, que esa es una feria modelo en todo. Una feria que debe ser el escaparate de todas las demás. Con ciclos como el manchego la Fiesta tiene futuro.

 

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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