Se nos fue Juan Carlos Martín Aparicio y quedamos huérfanos de un personaje singular y único. Charro lígrimo y superviviente de una raza de hombres que fue un espejo de esta tierra, de la que supo plasmar su grandeza como casi nadie lo hizo, además de escribir con lujo y deleite ese castellano que hablaban nuestras gentes. Dueño de una inmensa cultura, junto a vivacidad, tenía una conversación amena y fluida, siempre con su querido Santiago Martín ‘El Viti’ en el pedestal de admiración. El Viti fue su torero, al que más siguió y al que jamás se cansaba de halagar; después había otros –fue muy de Luis Miguel y en la última época de José Tomás-, pero el maestro de Vitigudino era la catedral de su devoción; el resto, capillas.
En Salamanca, más dados a echar zancadillas que a ayudar, a entorpecer que a facilitar, jamás acabaron de darle el sitio que se merecía el genial Juan Carlos, de Carreros. El singular ‘Jujujuancarcarlos’. Un hombre que guardaba en los almacenes de su memoria el inmenso legado del Campo Bravo. Un escritor costumbrista, de fina pluma, con arte en la palabra –adornada con una simpática tartamudez- y un singular gracejo que lo convirtió en un maestro. Y le permitió disfrutar de tal condición entre la gente que se acercó a su lado para impregnarse de su sabiduría.
Se nos ha ido quien fue una leyenda entre los escritores taurinos, de pluma y papel. Un hombre apasionado del campo, ganadero que mantuvo el legado de sus antepasados en ese museo que convirtió su casa de la finca Fuenterroble, al lado de Sancti Spíritus, donde se volvió a ilusionar con la cría de bravo. Y en su tiempo libre escribía de mayorales y toros, de fincas y ganaderías, de vaqueros y pigorros, de mondongo y bueyes, de potros o parideras…
Hoy quedamos huérfanos de él. De alguien que ya admiraba desde mucho antes de ser su amigo. Casi desde que tengo uso razón leía sus reportajes camperos en Aplausos. Sus crónicas del campo de Salamanca, del madrileño, del extremeño –cuando en Extremadura pastaban aún muy pocas ganaderías bravas-, o del portugués, que tanta magia y grandeza atesora. Mas allá de los toros recuerdo sus reportajes en un diario local sobre pueblos y comarcas, algo que merecía volver a ser reeditado. También un magnífico libro editado por la Diputación de Salamanca titulado ‘Gentes y Costumbres’ que debería leer quien quiere conocer la idiosincrasia de lo charro, al ser una obra fundamental para mostrar el legado que atesora la Salamanca agrícola y ganadera.
Qué pena da que nunca le dieron el sitio que merecía quien fue el mayor conocedor del Campo Charro por zancadillas de mediocres, el que dejase tantas lecciones sin enseñar por zancadillas que le echaron, cuando nadie mejor que él sabía todos los intríngulis de un pasado glorioso. Y además lo escribía con ese deleite y gracia que únicamente atesoran los grandes escritores. Los que dejan impronta de su tesoro para el mañana.
Adiós, querido amigo Juan Carlos, ¡maestro! Que la tierra te sea leve.
Coincido totalmente en la entrañable idiosincrasia de Juan Carlos al que tuve ocasión de tratar muy seguido en mi periplo
Charro hace medio siglo.Acompaño a toda su familia en estos momentos.