«En Julio Robles encontré la horma de mi zapato»

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Victoriano García ‘El Legionario’ ha sido uno de los últimos grandes picadores que ha dado Salamanca. Un excelente profesional que se hizo acreedor del respeto de las aficiones y el trato de maestro de sus compañeros. Su carrera tocó a su fin a finales de 2009 en la plaza de Zaragoza, en plena Feria del Pilar. Allí dijo adiós al toreo un profesional que marcó escuela actuando a las órdenes de Javier Valverde. Hoy recuperamos una entrevista que le realicé hace un tiempo para rememorar a quien fue tan sobresaliente varilarguero que brilló en las cuadrillas de Julio Robles, Manzanares, Julio Aparicio, Curro Vázquez, Javier Valverde, El Regio, Pallarés, Víctor Manuel Martín, Juan José, Juan Diego…

Victoriano, ¿cómo comenzó?

Al principio yo quería ser torero y con esa ilusión fui muchas veces al campo, sobre todo a casa de Antonio Martín, el de Casasola; también en la de los Guerra, de Boadilla y después estuve en Campo Cerrado, en la finca de Atanasio Fernández, pero siempre con la firmeza de ser torero.

¿Y cuándo se hace picador?

En casa de Atanasio Fernández. Fue un día que tentaron Antoñete y Camino cuando al finalizar me dijo Juan Mari García, el picador, que me animara. Él fue quien me ayudó a sacar el carné y me dio muchos consejos, tan necesarios en esos primeros pasos. Es un hombre al que admiro y un maestro de picadores.

Con el carné en su mano, ¿empezó a torear ya?

Sí, poco después me llama Paco Pallarés y con él ya comencé en serio.

¿Dónde fue el primero?

En Salamanca en 1967, un festival celebrado a beneficio de Cruz Roja en el que se lidiaron 20 novillos. Toreé con Paco Pallarés y estuve fatal, tan mal que estuve a punto de romper el carnet. Pero Pallarés siguió confiando en mí y permanecí en su cuadrilla hasta 1973, cuando tuvo aquel accidente tan grave que lo quitó del toreo. Precisamente aquel día yo lo acompañaba e íbamos a tentar a la finca de Baltasar Ibán, en la sierra de Madrid.

A partir del accidente de Paco Pallarés, ¿con quién actúa después?

Con los toreros de Salamanca, como Juan José, Víctor Manuel Martín… hasta que una vez, en casa de los Guerra, donde acudía a picar las vacas, fue invitado el torero palentino Félix López ‘El Regio’ y aquel mismo día me contrató para su cuadrilla. Con él estuve 4 ó 5 años, hasta que me llamó Julio Robles.

Ya en las filas de Robles arranca una nueva época, ¿verdad?

Sí, la más apasionante de mi vida. Julio Robles cada año va a más y yo me consolido a su lado. En su cuadrilla permanecí hasta la triste tarde de Béziers, aquel 13 de agosto de 1990, cuando un toro lo volteó de tal mala manera que lo dejó inútil. Aquello fue algo horrible.

¡Qué personaje era Julio Robles!

No te puedes imaginar. Enseguida me compenetré con él a la perfección. Y hasta el último día de su vida estuve a su lado, iba a su casa a ver los toros, a pasar la tarde, si había tentadero, a echarle una mano; luego, en invierno a prepararle la matanza. En el toreo ha sido la más persona más importante que me encontré y a nivel personal, como un hermano.

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¡Y qué torero!

Una figura que marcó una época. Todo el mundo lo recuerda y sus grandes faenas siguen vivas en el recuerdo de todos los aficionados.

¿En Julio Robles encontró la horma de su zapato?

Pues sí.

Al lado de Robles, además empieza a destacar entre los picadores y le llega el reconocimiento, ¿no?

Sí, fueron unos años magníficos. Con él viajo por primera vez a América y se viven momentos muy felices, como las salidas en hombros en Madrid, el triunfo de Sevilla, los faenones que hizo en todas las plazas y cómo se iba consolidando en una figura de época…

(En su casa de Boadilla hay decenas de trofeos. Todos ellos reflejan la magnífica labor del Legionario’. Sin embargo hay algo que ocupa el rincón más destacado, como una fotografía de Julio Robles rematando con una media verónica de rodillas.  Hombre callado, prudente, ajeno a los focos y a cualquier protagonismo, ha hecho de la sensatez y la profesionalidad, la bandera de su vida).

Tras el percance de Robles, ¿con quién torea?

Después me llama José María Manzanares y estuve a su lado cinco temporadas; posteriormente llegó Julio Aparicio y más tarde, José Tomás. En las últimas temporadas con Curro Vázquez, hasta que se retiró y también eché un par de años con Juan Diego, a quien aprecio mucho. De él me marché con Javier Valverde, con quien he picado los tres últimos años muy a gusto y con quien toreé por última vez en la plaza de Zaragoza.

En tantos años tendrá muchos toros en el recuerdo, ¿no?

Sí, muchos, como una vez que toreaba con Juan José, en Madrid y uno de Murteira Grave me trajo loco, me tiró del caballo tres o cuatro veces. También otro de El Regio, éste en la plaza francesa de Frejus. Luego, de buen recuerdo, uno del Puerto de San Lorenzo en Salamanca, un día que toreé con Sánchez Puerto.

¿Y el más grande que ha picado?

El último año de profesional a un toro de Miura en Béziers, con el que Javier Valverde estuvo hecho un tío. Precisamente fue en Béziers, justo dieciocho años después de que un toro cogiera al pobre Julio y cuando voy allí lo paso fatal. También, otro con El Zotoluco, en Sevilla.

el legionario-valverdelegionarioLa última tarde que actuó en Salamanca recibió el brindis da Javier Valverde, el último matador al que picó en tar larga y brillante trayectoria.

Cuando empezó, ¿a qué picadores tenía como espejo?

A los veteranos, en la gente mayor que es con quien aprendes. Yo me fijaba en Epifanio ‘El Mozo’, en El Moro, en Juan Mari García, en su hermano Aurelio, en Salitas, en José ‘El Rubio’ y su hermano Antonio.

Aunque a usted no le guste alardear para los verdaderos profesionales y los aficionados ha sido una de las figuras actuales de los picadores, ¿se siente respetado por el gremio?

Sí, casi todo el mundo me trata con respeto.

¿Cuándo se picaba mejor, antes o ahora?

Ahora todo es más fácil, pues cualquier cosa vale y apenas hay exigencias. Cualquiera se ha hecho picador.

Y mientras disfruta con la paz del jubilo y disfruta montando a caballo dejamos al Legionario, con su aspecto magro y socarrón, como el de los viejos mayorales que dejaron impronta en ese Campo Charro del que es una raíz.

 

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Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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