Pepe ‘El Güevero’, en su adiós a la vida

Fue el último superviviente de una época que hace tiempo quedó teñida de color sepia, siendo uno de los socios más longevos del particular club de los toreros bohemios que protagonizaron una época de sueños e ilusiones. De cuando el decorado de la vida apenas tenía otros escenarios más allá del toro.

Su pasión tuvo un culpable, nada menos que Manolete, quien cambió su vida tras verlo torear en el campo e hizo que ya solo tuviera sueños, aunque tampoco tardaría en nublarse la ilusión de lograr el éxito. Después fue banderillero de mil festejos alternando plazas de talanqueras con las grandes ferias, hasta que un día, ya con el pelo encanecido, el tiempo fundió sus luces de plata. Mientras, también fue empresario de plazas de La Ribera, de Lumbrales, de Villavieja o de otros lugares donde los veteranos aficionados recuerdan sus andanzas empresariales. Eran tiempos de palangana y palanganero en fondas impregnadas por el olor a faria y el tintorro. De ilusiones que se iban marchitando y de hombres con guayabera blanca que llegaban bajo promesas de grandeza.

Pepe El Güevero encontró en el toro, como tantos muchachos de la postguerra, la vía de escape para redimirse de la dureza. En esa España, rota y llena de hambruna, una tarde de invierno se entera que Manolete tentaba en Campo Cerrado. Y allí se dirige para presenciar un acontecimiento que acabaría cambiando el sino de su vida. Desde aquel día ya sus pasos quedan marcados por Manolete, que le impresionó aún más cuando, tímidamente, intercambió unas palabras con él –las pocas que se podía y más entonces-. De ese momento quedó el tesoro de un autógrafo que conservó a lo largo de su vida. Un autógrafo firmado en una época donde no había ni bolígrafos, únicamente la solidaridad con el muchacho de algún pudiente que observó la escena y prestó su pluma. Aquella rubrica fue el más preciado de los miles de tesoros que tenía Pepe El Güevero.

Tras años de capeas y de tratar de buscar una oportunidad, el tiempo pasó y durante largos años el toreo comenzó a quedar lejos, hasta que a principios de los sesenta surge en su pueblo Paco Pallarés, quien deslumbra desde becerrista gracias a su pellizco y toreo elegante, Entonces, Pepe El Güevero cambia de vida –trabajaba en La Casera- para enrolarse de banderillero en la cuadrilla de su paisano. A su lado vive una gran época que le abre otra vez las puertas de la Fiesta, su vida e ilusión y de la que guarda infinidad de recuerdos en los que fueron sus mejores años, “tuvo en sus manos las llaves del Banco de España”, responde si le preguntan por aquel finísimo torero de La Fuente.

Al lado de Pallarés conoce a gente de la talla de Rafael Sánchez El Pipo, en la época que apoderaba a novilleros con condiciones, “este va a ser mejor que Manolete y Pepe Luis”, decía un entusiasmado Pipo si alguien le preguntaba por alguno de sus toreros. Con El Pipo ejerce labores de representante y secretario, especialmente en la época que llegan sus toreros al Campo Charro, de quienes se preocupa para que tengan allanado el camino. Luego, en temporada, si había ocasión, El Güevero, actuaba con ellos. Y así lo hizo con Curro Vázquez, con Antonio Porras o también, en alguna ocasión, con José Fuentes -¡Linares nos los quitó, Linares nos los devuelve!-. Por medio con otro paisano, con Juan José, coincidiendo con la época más brillante del diestro, que es apoderado por Manolo Lozano. Más tarde también toreó varias veces con Julio Robles; eran los  inicios del grandioso torero de quien El Güevero ya siempre fue tan amigo y seguidor. También fue muy amigo de Emilio Ortuño Jumillano y guardaba máxima admiración por El Viti y El Niño de la Capea.

Paco Pallarés fue muy debilidad y le encantaba recordar los años que pasó a su lado.

En esos y en todos los momentos, como un viejo guerrero, Pepe siempre volvía al encuentro de sus orígenes. Y de cada viaje llegaba con carteles antiguos que valen un dineral, o también de los más pintorescos objetos relacionados con la Tauromaquia que deja siempre arrinconados. Además, poco a poco, fue adquiriendo valiosos coches de caballos, los mismos que un día prestó para una exposición en Ciudad Rodrigo, donde permanecieron un tiempo y después, cuando quiso ir a recogerlos, le ocurrió igual que a Manolo Escobar, que se los había robado.

Ajeno a barullos, pasota social y viejo lobo solitario, hasta hace pocos meses, cada tarde encaminaba sus pasos a la calefacción del bar Las Palmeras, donde pasaba las horas muertas observando ya únicamente el vaivén de quien iba o venía, porque ni tan siquiera tomaba ya sus famosos perros (manera que tenía de denominar al chato de vino blanco) que los había cambiado por vasitos de leche. Y allí, hasta hace un par de años esperaba en su calendario particular el día de emprender viaje a sus ferias habituales de Valencia, Sevilla, San Isidro…. O más adelante, ya pasado el ecuador del verano, la Semana Grande de San Sebastián. Entonces, el día de la marcha y siguiente su rutina habitual, sin despedirse de nadie y con el único equipaje de la ilusión, marchaba a la estación para tomar el tren –cuando aún paraban los trenes en su pueblo- y subirse camino de Donosti. Allí, a la vera del Cantábrico y bajo el alocado vuelo de las gaviotas, con su jersey de lana y una camisa, casi siempre del año de maricastaño, cada mañana gustaba de pasear su soledad por la Parte Vieja en busca de sueños que nunca volvieron y donde en no pocas veces coincidió con algún paisano que lo paraba y se marchaban a tomar un perro a La Cepa o Casa Alcalde.

Porque ha sido un hombre que gozó de fervor entre el paisanaje y hasta le dedicaron un pasodoble que aún cantan algunas cuadrillas durante las fiestas del Corpus: “Pepe ‘Güevero’ y olé/ Pepe ‘Güevero’ y olé”. Un pasodoble que fue obra del muy popular Gerardo, el mayor de los autobuseros hermanos Martín en un particular homenaje al pintoresco Pepe El Güevero, quien esta madrugada nos ha dejado y fue el último superviviente de una época que ya murió.

En los inicios de Paco Pallarés, en un festival que toreó con Antonio de Jesús en el hospital salmantino de Los Montalvos.

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

4 comentarios en “Pepe ‘El Güevero’, en su adiós a la vida

  1. Poco a poco, van desapareciendo las personas del toro, de las de antes, de la época limpia del toro con Pepe daba gusto hablar y escucharle, descansa en paz, torero

  2. Que pena dio en el entierro ver que el cura no tenia ni idea de quien era Pepe. Lo llamo muchas veces novillero, dijo que si la muletilla. Fue la pena.
    Pepe merecia un entierro mas acorde,

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