Continúa la enorme resaca taurina que trajo el faenón de Pablo Aguado en la Feria de Abril para escribir un antes y después en esta temporada de 2019. Seguramente el que ha abierto una nueva época del toreo y debe coronarle como nuevo rey de la escuela sevillana para dejar al veterano Morante –leyenda en activo- en situación de emérito y desde ahí seguir regalándonos el azahar de esa torería que siempre se espera de él, junto a sus detalles, ¡asombrosos su toreo de capa en su primera actuación y el inicio de faena! Por cierto, de Morante no interesa esta nueva versión de torero afanoso que pretende ser ahora, ya de viejo; el que ahora llega con larguísimas faenas, tan lejos de su habitual brevedad y que incluso escucha avisos sin haber ido aún a por la espada. Morante es o no es; con faenas donde se escuchen los cascabeles de su grandeza o bronca, que siempre ha sido algo muy torero; jamás afanarse en el je, je, je… Porque una bronca también es grandeza.
En este serial abrileño ya ha consagrado a Pablo Aguado, quien atesora el don de la mejor torería sevillana; el que resucita a Chicuelo, Pepín, Pepe Luis y regala aromas de la mejor época de Romero. Quien ha logrado que el mismo Currito de la Cruz vuelva a reaparecer. Si, aquel grandioso Pepín Martín Vázquez que tantas vocaciones taurinas despertó en la famosa película que protagonizó en la postguerra y fue un enorme éxito taquillero en tiempos de hambruna y de pan negro, con las heridas del dolor aún sangrando en una España desolada; en días del NODO y donde el toreo era la única vía de escape para lograr fama, dinero y prestigio social. Después los tiempos cambiaron, pero el mito de Pepín Martín Vázquez en su estelar papel en Currito de la Cruz siempre ha estado ahí desempolvado entre los viejos aficionados. Hasta ahora que lo ha resucitado Pablo Aguado, ese chico que ya se ha coronado rey de la torería sevillana y es el Currito de la Cruz en versión 2.0. ¡Estoy deseando ver un cartel de cuatro toreros con Juan Mora, Diego Urdiales, Emilio de Justo y Pablo Aguado!
No era nuevo que Aguado podía destapar las esencias de su grandeza. En las pasadas Fallas asombró, también lo ha hecho en Madrid y en otras plazas, sin olvidar su etapa de novillero adornada con un racimo de faenas para enmarcar. Pero el aldabonazo ha llegado en Sevilla, su Sevilla del alma; la que deseaba buscar otro ídolo para rivalizar con ese Morante que había sido su última pasión; con ese Morante que, ante el triunfo de Aguado, regaló adornos y torería para cincelar un bronce e inspiró a los pintores con tanta genialidad. Fue tal el aldabonazo de Aguado que Roca Rey, arrollador hasta ahora, se vio desbordado por ese torrente de torería que llevó tantas emociones a la Maestranza y hasta quienes estaban detrás de las televisiones aplaudían con locura una obra de arte para el recuerdo. Y hasta volvió a cargar el depósito de la pasión de tantos como nos ahogábamos en esta Fiesta monótona y aburrida que derivó en estos últimos años por mor de un ‘sistema’ caduco que únicamente programaba a los mismos toreros con las mismas ganaderías (¡buff, miedo dio ver la euforia de Simón Casas y aquel abrazo al final de la corrida!).
Eso sí, el triunfo fue legítimo y abrió una nueva época del toreo, pero lo que no es legítimo es presentar una corrida de Jandilla tan afeitada, con toros saliendo de los chiqueros vergonzosamente masacrados de pitones. Ese fue el punto negro e imperdonable, que no se puede para por alta; porque el triunfo debe llegar bajo el riesgo y toda la seriedad que trae una tarde de toros.