¡Las piernas de Domingo Ortega!

Corría el trece de septiembre de 1935 y Salamanca, inmersa en su Feria en honor de la Virgen de la Vega y San Mateo –denominación de entonces– acogía la corrida estrella del ciclo, la más demandada por el público y que abarrotó La Glorieta. Esa tarde la reventa hizo su particular agosto para surtir de entradas a aficionados llegados de la provincia, también de las vecinas Zamora y Valladolid. Sin olvidar los procedentes de Madrid; porque, aquel día, al expreso que comunicaba las capitales del Tormes y el Manzanares se le sumaron dos vagones más de los habituales ante la avalancha de aficionados que viajaban para asistir al coso salmantino.

Para la ocasión se programó una corrida de ocho toros que acartelaba a Cayetano Ordóñez ‘El Niño de la Palma’, a Manolo Bienvenida, al local Pepe Amorós y a Domingo Ortega, quienes se enfrentaban a las afamadas reses de Graciliano Pérez-Tabernero. Del ganadero de Matilla de los Caños, entonces en los altares del prestigio y la consideración, que presentó una corrida encastada, fina y bonita, con toros que fueron verdaderas láminas.

Sin embargo, la tarde pronto se torció. El Niño de la Palma, bajo la disculpa de una reciente cornada, marcha a la enfermería tras despenar al segundo de su lote, al que no quiso ni ver y desde allí abandona la plaza; en contra la opinión médica, quien le autoriza volver al ruedo por lo que fue sancionado y detenido. Manolo Bienvenida también resulta lastimado al sufrir distensión de músculos dorsales mientras banderilleaba a su primero, por lo que fue evacuado hasta la mesa de operaciones aquejado de fuertes dolores. Mientras, en el ruedo de La Glorieta la tarde era de Domingo Ortega, del genial maestro toledano, que había cortado el rabo a su primero tras una inmensa faena. Por esta razón y por ser el torero más importante de esa época previa a la Guerra Civil, el público lo esperaba en su segundo, a la sazón último de la tarde. Fue un toro que apretó mucho en varas, derribando al picador y al que, al iniciar la faena de muleta, comenzó doblándose con él, teniendo la mala suerte que al rematar, el ‘graciliano’ lo voltea y deja colgado por la pierna izquierda, con la cabeza para abajo, por lo que se viven momentos de máxima tensión en la plaza; más aún, al verse libre del toro e intentar levantarse para caer desvanecido. Tomado por las asistencias, entre ellos los afamados banderilleros Magritas y Rafaelillo, junto a los areneros, es depositado en la camilla de la enfermería que dirige el doctor Díez, quien enseguida procede a inspeccionarlo y al observar la gravedad del percance decide operar sin demora, situación que provoca momentos de tensión al intentar varios amigos del herido que no fuera intervenido por el doctor Díaz, cirujano del coso charro y prestigioso galeno de la ciudad del Tormes. Pretendían llevarlo a Madrid y para ello hasta dispusieron de un vehículo alegando que eran: ¡Las piernas de Domingo Ortega!

En medio de la tensión, el doctor Díez se hizo con el control y logró zafarse de quienes tanto ‘cariño’ mostraban a Domingo Ortega. Como bien dijo más tarde, estaba por encima su deber como cirujano, la humanidad con el herido y también mantener el prestigio de la escuela salmantina, de la que era profesor. La intervención fue un éxito y el parte médico decía: ‘Herida por asta de toro en el tercio inferior del muslo izquierdo, con dos trayectos, uno ascendente y otro descendente, interesando el tejido celular del hueco poplíteo y dejando al descubierto el paquete vascular nervioso, sin interesarle. Pronóstico reservado’.

Finalizada la operación el doctor Díez mandó una factura de ¡25.000 pesetas! a Domingo Ortega, quien tan poco dado era al dispendio, nada más leer su contenido, se echó las manos a la cabeza y decidió remitir una carta al doctor pidiéndole explicaciones por tan exagerado costo. En su respuesta, el salmantino doctor Díez en un breve y escueto comunicado, le contestó: ¡Es que son las piernas de Domingo Ortega!

 

 

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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