El señor Luis Rubio aún tiembla en sus entrañas al rememorar aquella mañana del día de San Juan del lejano año 1948 cuando, empañado en lágrimas, dejaba atrás a su querido Bacares rumbo a un mundo desconocido. Primero a Cádiz para embarcar a Argentina, tierra en la que le esperaría otra existencia alejada de las estrecheces de su niñez en ese rincón de la Andalucía pobre que, ya por esos días, una vez que cerradas las minas de hierro, buscaba otros horizontes. Y siguió el rumbo, al igual que las generaciones que le procedieron al enterarse por unos parientes que en Mendoza haría realidad sus sueños.
Y allá en Mendoza se instaló, aunque transcurrió mucho tiempo hasta que olvidó cómo soplaba el viento del sur, o el sofocante calor africano que traía el levante. Pero más que nunca al llegar el 12 de septiembre con la celebración de la romería del Cristo del Bosque, al que siempre se encomendó en sus actos. Por esa razón tuvo presente que no se moriría sin volver a postrarse ante su Cristo para darle gracias por tantas cosas, y también tuvo claro que alguna vez pisaría otra vez las calles serranas de su querido Bacares para sentir sus aires y perder la vista entre su bosques llenos de moreras y cuya seda tanta fama le dio a esa localidad.
Casi sesenta y ocho años ese sueño tan perseguido lo hizo realidad a la vez mientras sentía que cada paso que daba por las calles de su pueblo era igual que pisar el cielo. Ya apenas quedaba nada de aquel mozo que emigró, aunque aún quedaban varios amigos con los que se volvió a reencontrar, porque recodaba todos los detalles de sus calles y sus montes, de las fuentes y las torrenteras. Y hasta a los chavales que veía por la calle les decía de qué familia eran.
Hace unos días en un viaje en tren de regreso a Madrid se sentó a mi lado el entrañable Luis Rubio, con el que compartí compañía durante siete horas que fueron una bendición. Pocas veces encontré en las sendas de la vida a un hombre así, con sus ojos pequeñitos y vivarachos llenos de bondad. Con un corazón de oro y una inmensa sonrisa de gratitud con la que volvía a su patria de adopción sabedor que ya podía morir en paz, algo tanto distinto vivido en día de San Juan del lejano año 1948. Regresaba a Mendoza, al mismo lugar en el que se asentó cuando era un mozo apuesto y no tardó en encontrar a una argentina de la que se enamoró, se casó y fueron padres de dos hijos, una inspectora de enseñanza y el otro agricultor. La hija lo trajo a España y aquí lo dejó para que disfrutase de los dos meses hasta que el hijo vino a recogerlo, ocasión que aprovechó para enseñarles a ambos esa raíz andaluza de la tierra paterna que se clava en Bacares. Todo tan lejos de Mendoza, en la que formó una familia y desarrolló su vida laboral en la profesión de conductor del ‘colectivo’ –como denominan en aquellas tierras a los autobuses-.
Al llegar a Madrid y despedirnos en el andén de la estación de Chamartín sacó de su cartera un billete argentino y me dijo, “apenas tiene valor, pero para que tengas un recuerdo de Luis Nieto” y al momento apretó su huesuda mano contra la mía en señal de amistad.
Hoy brindo por este señor con el que que seguramente jamás vuelva a encontrarme, pero que dejó la impronta de su bondad al regresar a su querida Argentina con la felicidad marcada en su mirada.
PRECIOSO PACO. CUENTA MAS COSAS DE ESAS. RECUERDO QUE LAS ESCRIBIAS MUY BIEN Y TE LAS LEIA CON MUCHO AGRADO
Desde Guatemala buenos dias
Paco yo te lo dije un dia, nosotros los emigrantes soñamos mucho con el pueblo, su iglesia y su torre, las cigueñas y la gastronomia.
yo he sido un privilegiado pues viajo a salamanca no menos de 5 veces al año, y como tu sabes sigo muy vinculado a UPSA y a los amigos salmantinos y al mundo del toro.
el domingo 30 me voy a La Mexico pues se anuncia buen cartel y asi medio jubilado medio obrero disfruto mis hobys.
cuando vaya por salamanca le aviso a Noa y almorzamos
un abrazo
miguel el perrachica de guijuelo