Aquella mañana, lejana en el tiempo y de perpetuo recuerdo, los rayos del sol vencieron pronto a la escarcha de la noche anterior. Era el jueves, veintiuno de diciembre de 1978, con la felicidad reinando en el ambiente y las guirnaldas anunciando ya las venideras jornadas navideñas, cuyas vacaciones comenzaban ese mismo día en la mayoría de los centros educativos de España. También en el Colegio Público Comarcal ‘Nuestra Señora de los Remedios’, de La Fuente de San Esteban, al que entonces asistían cerca de setecientos alumnos procedentes de las localidades vecinas del Campo Charro enmarcadas en las tierras del Yeltes y el Huebra. Por lo tanto iba a ser un día de despedida y de tomar buena nota de los deberes escolares para no perder el hábito del estudio en la larga quincena de asueto que se avecinaba.
Quien esto escribe era otro alumno de aquel colegio -en el que cursó la totalidad de la EGB- y como residente en El Cruce, barrio situado en los extrarradios de La Fuente, también utilizaba el transporte escolar, al igual que el resto de los chicos de ese barrio, aunque en este caso nuestro autobús era el que realizaba la ruta de Sepulcro Hilario, Cabrillas y Santa Olalla de Yeltes. Sin embargo, esa mañana en la espera, que solía ser breve, llamó la atención un Land Rover –de chasis corto- de la Guardia Civil que enfilaba con rapidez dirección Salamanca con la señal luminosa y acústica. Y al momento seguía los mismos pasos un benemérito Dyan-6, que era el vehículo oficial del teniente de línea destinado en La Fuente. A pesar de la aparatosidad de las sirenas pensamos que se trataría del accidente de tráfico de algún portugués en la antigua Nacional-620, tan habituales en esas fechas vacacionales y donde dejaron su vida sobre el asfalto tantos hermanos lusitanos.
Sin embargo, una vez llegados al colegio, empezaron a notarse rarezas. Con los alumnos en el aula esperando a unos profesores que no llegaban y permanecían reunidos en dirección; además faltaba el autobús que desplazaba a los compañeros de Carrascalejo, La Sagrada, San Muñoz, Ardonsillero, Muñoz y Boadilla, que solía llegar el último. Transcurrían los minutos y el nerviosismo se adueñaba al observar coches que entraban en el patio del colegio y enseguida salían a toda velocidad, mientras empezaba a correrse la noticia de que el autobús que faltaba había sufrido un grave accidente al ser arrollado por una locomotora en el paso a nivel de Muñoz, pero en esos instantes las noticias eran confusas. Más tarde, alrededor de las diez y media, entraron en el aula de 6-B –a la que pertenecía- dos maestras, doña Conchi Vicente y doña Mari Carmen Carrasco –grandísimas personas y profesoras-, con el rostro lloroso, al ser ya conocedoras del inmenso drama, para comunicar la trágica noticia y preguntar qué alumnos de esa clase eran de los pueblos afectados. Después ya todo fue un sin vivir, con la emoción dominando a los alumnos, muchos de los cuales fueron a recogerlos sus padres, quienes al enterarse de la noticia, emprendieron marcha hasta el colegio de La Fuente de San Esteban.
En medio de la turbación marché caminando para casa, e impresionado por el ambiente, al llegar a mi altura, paró su motocicleta un joven rubio, completamente compungido, que me preguntó si no viajaban escolares de Martín de Yeltes en el autobús de la tragedia; le dije que no y, con lágrimas en los ojos, comentó que venía del lugar del accidente y era horrible el espectáculo que acaba de presenciar. Aquel joven rubio, a quien rápido reconocí, era el boxeador Manolo Carrasco, de Martín de Yeltes, en esos días flamante campeón de Europa de los pesos mosca y quien más tarde cambió los cuadriláteros por el uniforme de policía local en San Sebastián. La tensión se palpaba a cada momento porque en apenas tres kilómetros y medio se vivía la tragedia más grande que conoció el Campo Charro en el siglo XX, con decenas de niños muertos a lo largo de la vía férrea, mientras los supervivientes eran atendidos por don Jacinto de la Vega, el médico de la Fuente; don Ceferino Turrión, galeno de Boadilla; don Manuel Almaraz, de San Muñoz y el conocido ATS don Antonio Díez, quienes tantas vidas salvaron sobre los raíles, ayudados por voluntarios. Todo en un escenario dantesco, de muerte y sangre, mientras llegaban padres de los niños afectados, encontrándose muchos de ellos con el cadáver de sus hijos, que los recogieron para llevarlo hasta su casa, porque entonces la legislación era muy distinta a la actual, dándose el caso de un hombre de La Sagrada que trasladó los restos de sus tres hijos hasta el hogar familiar. Mientras tanto, los heridos eran evacuados a los hospitales de Salamanca en coches particulares por la gente de la zona, porque en aquellos años no existían las emergencias médicas -excepto Cruz Roja que disponía de un viejo Citröen C-8– y fueron los lugareños de Muñoz, La Fuente, Boadilla…, de forma anónima y con la única misión de ayudar, quienes rubricaron una hermosa lección de solidaridad.
Enseguida las principales radios interrumpieron sus emisiones para dar la noticia, que inicialmente confirmaba la muerte de veintiocho niños –cifra que al día siguiente aumentó en uno más-, junto con un adulto de La Sagrada que viajaba para recoger su coche en el taller de Seat que Serafín Fiz poseía en El Cruce de La Fuente de San Esteban. Con el dolor empañando las entrañas del Campo Charro, aquella jornada prendió una tristeza que sigue viva entre esas gentes y pueblos que vieron perder a toda una generación. Y desde entonces vio cómo se apagaban los alegres gritos de los niños corriendo por sus calles.
Esa tarde todos los medios se centraron en la tragedia de Muñoz y la Reina Sofía viajó a Salamanca para visitar, en los hospitales Clínico y Virgen de la Vega, a los heridos. A los supervivientes de aquel gravísimo percance producido al ser arrollado un autobús Setra Seida por una locomotora de Renfe que circulaba en solitario camino del depósito de Salamanca después de arrastrar, horas antes, el Sudex desde Medina del Campo a Fuentes de Oñoro y cuyo maquinista, que inicialmente resultó ileso, murió a los pocos meses como consecuencia del choque emocional producido por las consecuencias del accidente. Por su parte, el autobús era conducido por Chan, un chófer muy querido por todos los escolares gracias a su carisma y simpatía, además de tener un enorme parecido a Johhan Cruyff, que entones era el ídolo de la chavalería.
Al día siguiente se celebraron los entierros, con el llanto presente en las multitudinarias manifestaciones entre las encinas camino del camposanto, todas ellas marcadas por el dolor de padres que veían su vida rota. Y el funeral de Estado, celebrado el inmediato sábado en la abarrotada iglesia de La Fuente de San Esteban en una misa concelebrada por los obispos don Demetrio Mansilla -de Ciudad Rodrigo- y don Mauro Rubio –de Salamanca-, junto a decenas de sacerdotes y la presencia de los ministros de Transportes –Salvador Sánchez Terán-, de Cultura –Pío Cabanillas- y de Educación –Íñigo Cavero-, además de de la totalidad de autoridades provinciales.
Fueron las navidades más tristes. Las que enlutaron al Campo Charro para dejar una herida que jamás volvió a cicatrizar. Acabadas las Fiestas, el ocho de enero volvió a abrir sus puertas del Colegio ‘Nuestra Señora de los Remedios’ en un regreso a las aulas marcado por la angustia al ver los pupitres vacíos de compañeros que jamás volverían, dejando para siempre sellado su nombre al de una tragedia. Varios meses después, la Reina Sofía recibió a los supervivientes en una recepción celebrada en el madrileño Palacio de Oriente, interesándose por unos chicos que después continuaron sus estudios en colegios privados de Salamanca, excepto algunos que siguieron en La Fuente.
El tiempo pasó y esas heridas jamás dejaron de sangrar, teniendo que ocurrir esa tragedia para ver que en Muñoz levantasen un paso a nivel superior sobre la vía. O se construyesen más dotaciones en el colegio. Hace varios años y a iniciativa del inquieto Félix Torres, de Muñoz, se acondicionó un espacio público como recuerdo colocándose cinco grandes piedras graníticas, que eran restos del derribo de la vieja escuela, como homenaje a los cinco pueblos que perdieron a sus niños. Además, Félix Torres, cada año organizaba una ofrenda floral en el lugar del accidente que pagaba de su bolsillo como perpetuo recuerdo.
Nada volvió a ser igual desde aquella soleada mañana de hace cuarenta años, cuando la alegría de las guirnaldas se tornó en el negro del luto por una generación perdida.
PD: A modo de anécdota informaré que la locomotora del accidente, una máquina de la serie 321 –conocidas en los ámbitos ferroviarios por la 2100-, con matrícula UIC 2148, tras el percance fue llevada a reparar a los talleres de Renfe en Fuencarral. Durante los años siguientes apenas se utilizó por lo que debido a su buen estado no fue desguazada y hoy permanece en activo, testimoniando a aquella maravillosa generación de locomotoras. Con base en la madrileña estación-museo de Delicias hace recorridos para trenes turísticos.