Nuestro Helmántico, estandarte deportivo de la ciudad de Salamanca alcanza los 50 años. Ya medio siglo desde que el vetusto campo del Calvario cerró su puertas para abrir las de un moderno estadio admirado por todo el mundo del fútbol. Tiempos del vielo Pedraza, del capitán Huerta, del sensacional Pollo, de José Manuel, de Fermín, de Calero… entrenados por Casimiro Benavente, que era el técnico en aquel tiempo de mudanza. De entonces hasta hoy ha transcurrido mucha vida y ese recinto que ha sido un orgullo de la ciudad se nos hace mayor y hace tiempo que dejó de ser un mozo; aunque mantiene la coquetería y glamour, con la belleza de la madurez que lo convirtieron en una cancha futbolística tan bonita y singular, pese a las zozobras de momentos tan duros que llegaron a raíz de la desaparición de la Unión y aún continúan.
El Helmántico fue un símbolo de fútbol español en los tres últimos decenios del pasado siglo, especialmente coincidiendo con los años que la Unión –la querida y entrañable UDS a la que seguimos guardando luto en nuestro corazón de aficionados- se tuteó con los grandes en Primera División. Y allí, sobre ese magnífico tapete, envidiado por todos los equipos que visitaban el Helmántico, admiramos a los grandes jugadores que coleccionábamos en los cromos de Panini y eran los ídolos de la época. Primero los nuestros, con el fabuloso Joao Alves, el genio portugués de los guantes negros que puso al futbol charro en el escaparate mundial en unos años que todos los chavales jugábamos con guantes negros para emular al ídolo; los argentinos D’Alessandro y Rezza; tiempos de Sánchez Barrios, en un altar tras el gol de leyenda al Betis que convirtió a Salamanca en una fiesta y nos llevó al olimpo de los grandes, a la clase de Robi, a Lanchas, a Corominas, a Enrique, a Pepe, a Pedraza, a Martínez, a Juanjo, al magnífico Lobo Diarte, a Ángel, a Huerta, a Rial, a Ameijenda, a Báez, a Bustillo, a Tomé, a Pita, a Ito, a Pérez… y los que fueron llegando para contribuir a la grandeza del equipo y escribir páginas históricas sobre el césped del Helmántico.
Y junto a nuestros dioses era como un sueño ver en directo a las leyendas del Madrid con nuestro admirado paisano Vicente del Bosque, junto a los Santillana, Juanito, Pirri, Breitner, Sielike, Jensen, Camacho, el negrito Cunninghan contra aquella Unión que jamás se rendía. O al Barcelona de Cruyff, con su aureola de ser el mejor jugador del mundo, rodeado de Neeskens, Rexach, Asensi, Migueli, Carrasco… y la mayoría de las veces salían vapuleados con una nueva derrota en el Helmántico. O el Atlético de Madrid post Luis, en los denominados tiempos del Pupas, con Leivinha, Ayala, Pereira, Rubén Cano, Irureta… El Valencia de Kempes, Rep, Tendillo… El Español de Solsona o Marañón. La maravillosa Unión Deportiva Las Palmas que lideraba el maestro Germán Dévora, con Brindisi, Morete, Castellanos, el portero Carnevalli… Y la inolvidable Real de Arconada, Zamora, Satrustegui, López Ufarte, Alonso, Gajate (procedente de Hinojosa de Duero); de entonces recuerdo un partido que se encontraba en empate a uno y a falta de unos minutos para el final el técnico Ormaetxea realizó un cambio para reforzar la defensa y sacó a López Ufarte, a quien todo el estado tributó una ovación de gala cuando marchaba para el vestuario. ¡Aquella era la enorme afición charra!
El aquel precioso estadio y bajo el grito de ¡Hala Unión! fuimos creciendo y haciéndonos mayores. Eran tardes de fútbol con el olor a Faria que impregnaba el graderío y copas de Soberano que servían sin parar los bares del interior durante el descanso para matar los fríos del invierno. Era mágico aquel ambiente que nos cautivó y hoy miramos atrás con el orgullo y la felicidad de haber crecido teniendo al equipo de tu tierra en la élite y con un maravilloso campo que cada dos semanas se llenaba de aficionados, junto a otros muchos venidos de diferentes puntos del país y daban un toque tan colorista a la ciudad llenando hoteles y restaurantes. De entonces lo peor eran los partidos contra el vecino Valladolid que acababan convertidos en un choque de insultos entre las dos aficiones y los ecos se extendían los siguientes partidos al grito de “pucelano el que no vote” o “ese árbitro pucelano es”.
En esos tiempos de la infancia y adolescencia era lo máximo poder disfrutar de la Primera División en directo cada quince días, porque cada partido era un acontecimiento. Y hubo momento que jamás olvidaremos y han quedado grabados para siempre en las despensas de nuestros recuerdos. Uno de ellos un partido contra el Barcelona cuando España vivía con la zozobra del secuestro de Quini y aquel día, con la Unión casi descendida a Segunda tras siete años en la máxima categoría ganó al Barça gracias a un sensacional Ito que se marcó un partidazo y por esas fechas fue traspasado al Real Madrid con aureola de estrella; de aquel día jamás olvido la enorme ovación que recibió aquel gran señor, icono del seny catalán, que fue Nicolás Cassaus al atravesar el campo, completamente emocionado, camino del palco. Y aquel partido fue el canto del cisne de una leyenda blaugrana, del gran Charlie Rexach, quien a final de temporada se retiró y esa tarde salió el segundo tiempo marcándose un partidazo y llevando continuamente el peligro a la portería que defendía Antonio (ese día titular) para intentar fructificar el triunfo blaugrana. Esa noche, Helenio Herrera, el entrenador del Barça al ser entrevistado por José María García manifestaba que ese partido se debía repetir por no estar sicológicamente preparados los jugadores debido al momento de incertidumbre que vivían por el secuestro de su compañero.
Esa misma temporada del descenso, dos jornadas más tarde llega la visita del Real Madrid en una tarde sabatina de primavera con el Helmántico abarrotado. Comenzó marcando la Unión, con gol de Ito –que ya era propiedad del Madrid tras un cuantioso traspaso para la época- y pronto empató Juanito, quien marcó otros dos goles más para alzarse con un cómodo triunfo aquel Madrid que acabaría ganando la Liga en un partido donde en los primeros compases, el meta García Remón –que vivía entonces un gran momento deportivo- sufre una gravísima lesión al atajar un balón en la portería del fondo norte y propicia el debut del joven Agustín. Muchos años después, García Remón, siempre aireando la bandera de la caballerosidad, fue entrenador del Salamanca y cuando lo entrevistaban gustaba de posar en esa portería del fondo norte, donde un día vio cómo se truncaba su mejor momento deportivo.
Después llegaron ascensos, descensos, interminables etapas en la 2B y otro buen día la ciudad recuperó la Primera División; ahora con los Pauleta, César Brito, Sito, Taira, Barbará, Vellisca, Quique Martín, Torrecilla…volvimos a soñar con épicos triunfos como el 4-3 al Barcelona, el 5-4 al Atlético de Madrid, el 6-0 al Valencia… en esa casa de la felicidad que es el Estadio Helmántico y ahora cumple 50 años. Un siglo de gloria y grandeza al servicio de Salamanca y del fútbol.
Aquí se cumple el aforismo de cualquier tiempo pasado fue mejor.
Con tu relato he revivido tiempos de mí época universitaria.
Tenía un compañero, apasionado de la Unión, que vivía los partidos con la misma pasión que tú narras la historia del viejo Helmántico.
Un abrazo fuerte, Paco