La trágica vida del novillero Antonio del Castillo traspasó fronteras. Nacido en la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira encontró la muerte en la plaza salmantina de Masueco de la Ribera, en agosto de 1952. Poco tiempo después, la artista Concha Piquer inmortalizó su vida y sueños en su Romance de Valentía. Aquí os cuento su historia.
Antonio del Castillo quería triunfar en los ruedos para indultarse de la cruel dureza de la Andalucía pobre que lo vio nacer. Hijos de braceros que trabajaban de sol a sol por un mísero jornal en aquella Alcalá de Guadaira enlutada y triste por los horrores de la Guerra Civil. Esa Alcalá de Guadaira, desde la que asomaba La Giralda que coronaba los cielos de Sevilla. La misma Sevilla que se vestía de luces cuando toreaba Pepe Luis Vázquez y los aficionados soñaban con la genialidad de Pepín Martín Vázquez, quien tras la gravísima cornada sufrida en Valdepeñas -en vísperas de la mortal de Manolete, en Linares- ya no encontró su sitio y aún se vertían lágrimas por aquel ilusionante Pascual Márquez, a quien llamaban El Tesoro de la Isla y falleció en mayo de 1941, días después de la brutal cornada recibida el pecho por un Concha y Sierra, en la plaza de Madrid.
Antonio del Castillo, pobre de solemnidad y sin otro futuro que ser jornalero, descubrió siendo un chaval que solamente en el toreo podían cambiar el reverso de su existencia. Y podría ser aclamado por las gentes, obsequiar con una vivienda digna, ir a entrenar al complejo Piscina Sevilla con los Vázquez, con Pepín; con el joven Antonio Ordóñez, que ha roto en torero de postín; con los excelentes banderilleros sevillanos donde sobresalía la estampa agitanada de Joaquín Delgado Joaquinillo. Y ser un hombre querido y respetado con esa distinción única de los toreros.
Decidido en su empeño y sin más compañía que su ilusión, ayuno de técnica o conocimientos, emprendió el camino de las capeas de La Mancha y Guadalajara, haciendo hasta alguna noche la luna, donde evitaba ser descubierto por los vaqueros ante el peligro de recibir una paliza e incluso de la Guardia Civil con el reflejo de la luna en el charol del tricornio-, hasta que un buen día conoce a Pavesio, un banderillero radicado en Salamanca. Pavesio lo anima a irse a esa tierra, de tanta tradición ganadera, con festejos en todos sus pueblos y así aprovecha para echar un buen verano y tener un sustento, o ser visto por algún influyente taurino que le de la oportunidad. No se lo piensa y, animado por la ilusión de torear para cambiar el sino de su vida, colándose en el tren llega un buen día a Salamanca, desconocida para él, siendo el dueño de la noche y el día.
Salamanca era todo un mundo para él y en ella conoce el esplendor ganadero de los Pérez-Tabernero, de Galache, de Cobaleda, de los Sánchez Rico, los Muriel… y todos los de segunda, porque en esa época en el Campo Charro embisten hasta los moruchos. Hay además un buen plantel de toreros y pronto empieza a acudir a los festejos con el propio Pavesio, con Fernando El Latas, con Valentín Cano Jerte, un banderillero curtido con técnica y valor; también con Dionisio Toreri, madrileño instalado en Salamanca que torea magistralmente de capa y tras la falta de oportunidades empieza a dar sus primeros pasos de banderillero. También en Salamanca lo orienta muchas veces el señor Primitivo Lafuente El Primi, banderillero de Zaragoza a quien sorprende la Guerra Civil en Salamanca –curándose de una cornada sufrida semanas antes en el pueblo de Parada de Rubiales- y aquí se queda para siempre, siendo padre de dos hijos que quieren ser toreros llamados Victoriano y Adolfo. El Primi además organiza la mayoría de los festejos de la provincia y está muy vinculado a Florentino Díaz Flores, otro antiguo torero llamado que se busca la vida en diferentes negocios y en todo lo que tiene que ver con el toro.
En esa Salamanca que abre el telón de la década de los 50, plena de dificultades y sueña con salir adelante, el aspirante a torero sevillano Antonio del Castillo, que además es un muchacho con muy buen porte, sueña con la gloria y toma parte en distintos festejos, además de las capeas celebradas en la provincia, ganándose pronto fama de torerillo valiente entre los aficionados y el respeto de los profesionales, porque el muchacho de Alcalá de Guadaíra quiere triunfar en los ruedos y sale a darlo todo.
Una de esas ocasiones donde es acartelado su nombre es en las Fiestas del Toro, en honor a San Bernardo de Masueco de la Ribera, localidad situada muy cerca de Aldeadávila de la Ribera, que siempre rinden culto al toro, al igual que en la mayoría de los pueblos de esa Ribera salmantina en esas jornadas de tintorro y diversión. Inicialmente va a torear Adolfo Lafuente, el hijo del Primi, que está comenzando en el toreo, pero el progenitor al ver los tres pavos que se van a lidiar, muy corraleados y corridos por varios pueblos -adquiridos a Saturio Ramiro, un tratante de Villavieja de Yeltes muy relacionado con los ganaderos de su pueblo y previamente se los habían comprado a sus paisanos Hermanos Ramos, Dionisio Rodríguez y el procurador de los Tribunales Rogelio Miguel del Corral-, decide que no vaya su hijo Adolfo y ofrecen el sitio a Antonio del Castillo, más hecho y curtido para esta ocasión, aceptando este con gran agrado, porque sabía que en esa comarca los alcaldes eran muy generosos con los toreros y en esta ocasión sabía que le iban a pagar 1.500 pesetas, con lo cual podría mandarle algo a su madre y tener asegurada la pensión de varias semanas.
Eran el día 19 de agosto, víspera del festejo y la cuadrilla integrada por el propio Antonio del Castillo, los banderilleros Pavesio, El Latas y Jerte llegan a Masueco en el autobús de Mariano Bautista, que hace la línea regular desde Salamanca. Enseguida la entusiasmada chavalería corre detrás de la tropa torera, ataviada con sus trebejos y los acompaña hasta la posada de José Gómez, a quien llaman el tío Botero, donde se instalan, compartiendo cuartos y alcobas con otras pintorescas cuadrillas, las de almendreros y músicos. Masueco, que hace esas fechas un alto en la labor de las tareas agrícolas, en las que trabaja casi todo el pueblo y ya espera la vendimia, vive con desbordada pasión las fiestas y esa noche del 19 en el baile animan al torero protagonista, a quien invitan a charras de vino y se ofrecen varios mozos a sacarlo en hombros tras el triunfo; mientras otros le dicen que se arrime, porque si no se arrima acabará en la fuente del Cachón, donde no sería el primer torero en ser arrojado.
En este lugar se ubicaba la plaza donde encontró la muerte del novillero sevillano.
A buena hora marcha para la pensión y el día siguiente, el del 20 discurre con normalidad, yendo a visitar la plaza donde por la tarde mataría los toros y tratando de familiarizarse con aquel improvisado coso levantado detrás de la iglesia, ya en el camino de Corporario. Los toros, de impresionante lámina permanecieron hasta la hora del festejo en el camión de Los Macines, transportistas de Vitigudino, donde la mujer de uno de ellos, Isa de la Cruz La Macina, marcó historia como adelantada a su tiempo al ser la primer mujer que se vio conducir camiones en esa zona de la provincia -coches conducía antes Inés Luna Terrero La Bebé-.
A la hora anunciada, las cinco de la tarde y con la plaza abarrotada bajo un calor infernal, mientras desde el Ayuntamiento se disparaban varios cohetes que indicaban el comienzo, los toreros hacen el paseíllo embutidos en desvencijados ternos, ya con las luces fundidas de tantos usos. Abierta la puerta de chiqueros sale el primer toro, cuya lámina impacta aunque en esos pueblos guste de llevar toros grandes y cornalones, donde tras dar un par de vueltas pronto sale Antonio del Castillo a saludarlo, quien es arrollado en el segundo lance y empitonado. Aún pudo levantarse con el gesto dolorido y echándose las manos a la herida que sufría en el triángulo de escarpa y de la que manaba abundante sangre, los peones y varios mozos lo recogen para llevarlo al Ayuntamiento, donde el médico del pueblo, ayudado por el practicante y el boticario intentarían salvar la vida. Uno de aquellos mozos era el seminarista Jesús Carretero, de Aldeadávila de la Ribera, personaje con una vida de novela que más tarde abandonaría la sotana para entrar en la Guardia Civil y no tardando mucho hizo lo mismo con el tricornio convirtiéndose en contrabandista; ya en edad madura alcanza la alcaldía de Aldeadávila de la Ribera para hacer una grandiosa labor en esta localidad. Y siempre con su pasión taurina a gala, como fueron el ejemplo de aquellos festivales de figuras que programaba cada Sábado de Gloria y colocaban el no hay billetes en esa localidad.
Sobre la mesa del Ayuntamiento improvisada como camilla agonizaba Antonio del Castillo, quien recordaba a sus familiares y a su pobre padre fallecida años antes al ser arrollado por un camión el carro con el que se dirigía a Sevilla, mientras trataban de atajar la hemorragia. Una vez contenida y dada la extrema gravedad de la situación, se precisó que lo mejor era trasladarlo a Vitigudino, con más medios, por lo que gracias a la disposición del boticario que disponía de un vehículo, un Fiat Balilla, se realizó el traslado, acompañado por el médico del pueblo. El herido pronto comenzó a balbucear palabras que no podían entender, mientras un sudor frío recorría de su cara a la vez empalidecía en el momento que atravesaban El Milano, momento en el que Antonio del Castillo expiró a pesar de los intentos de reanimación que le realizaba el médico, mientras trataban de alcanzar el destino en aquella tortuosa carretera
Ya en Vitigudino no pudieron más que certificar su defunción, mientras la noticia se extendía por todo el pueblo causando una tremenda conmoción y arremolinándose la gente en el centro médico, también los chiquillos. Uno de ellos, Santiago Martín Sánchez, hijo del señor Baltasar Machorro, el carretero, no perdía detalle, impresionándole la historia de ese muchacho que acababa de perder la vida y cuyo cuerpo yacía ahí mismo. Aquel Santiago Martín Sánchez, años más tarde, con el nombre artístico de El Viti sería una leyenda del toreo.
Caída la noche en un Vitigudino conmocionado no tardaron en llegar los compañeros que hicieron con él su último paseíllo en Masueco, mientras que la noticia de esta tragedia se extendía por toda la provincia y la propia capital, donde en el bar Federico, el más frecuentado por los torerillos, al enterarse quedaron impactados los camareros y clientes que esa noche agosteña llenaban el bar.
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¡A Antonio del Castillo lo ha matado un toro en Masueco de la Ribera!
Durante la madrugada fue velado por sus compañeros y algunos vecinos de Vitigudino en el depósito municipal, hasta que al día siguiente, 21 de agosto, recibió sepultura en el mismo cementerio de Vitigudino, tras un funeral llevado a cabo en su iglesia de San Nicolás de Bari al que asistió gran parte del vecindario y a la finalización se realizó una colecta para enviarle a sus familiares, quienes dadas las carencias de la época y su falta de recursos, imposibilitaron que pudieran desplazarse para el entierro. Si lo hicieron unos meses más tarde, para postrarse, llorosos, antes la tumba de aquel Antonio del Castillo que vivió y murió para ser torero.
Impactado de su trágica muerte del novillero de Alcala de Guadaira en tierras de Salamanca, el gran poeta sevillano Rafael de León, quien junto a sus socios de letras Antonio Quintero y Manuel Quiroga, le escribía las canciones a Concha Piquer, máxima figura de la copla, tuvo conocimiento de la desgracia escribía un bello poema que, poco más tarde, Concha Piquer lo popularizó en Romance de Valentía, uno de sus grandes éxitos que hizo emocionar a los públicos en todos los espectáculos del mundo.
Romance de Valentía (por Rafael de León). «Todas las noches saltaba sin miedo la talanquera y a cara y cruz se jugaba al toro la vía entera. Quizá fuera colorao el buré que lo embistió y mordiendo su costao malherido le dejó. Romance de valentía teñido con luna blanca y sangre de Andalucía en campo de Salamanca».
Que bonito escribe Paco Cañamero, tiene en su pluma, el magisterio del Maestro «El Viti», la toreria del Maestro Robles (D.E.P.), la raza y técnica del Maestro Capea y el buen hacer del Maestro Juan José.
En Salamanca siempre hay magia entre sus gentes.
Recuerdo perfectamente la muerte de Antonio delCastillo, inclso creo que conservo la ronica de la Gaceta. Yo era un nino en aquella Salamanca de la posguerra
Magnifico la narracion dePaco Canamero. Un ejemplo de antropologia rural.
Buenas tardes Don Jose Manuel, aunque no creo que vea este mensaje, lo intento. Soy un familiar de Antonio del Castillo, después de escuchar a mi padre hablar mucho de su tío-abuelo, estoy recopilando información. Me ha llamado la antención que puede ser que aun tenga usted la gaceta de la crónica de su muerte. Me gustaría hacerle fotocopia o escanearla. También busco los carteles de las corridas en la que pueda aparecer su nombre.
Gracias.
Por desgracia. Estas eran las clases prácticas que tenían los toreros de antes los de Ahora ni se les Ocurriría ser toreros una de esas clases para los tan de moda aficionados prácticos que lo único q hacen es quitar vacas y algún festejo alos novilleros sin caballos
Quanta ilusão e tanta tristeza! Quanta humanidade e tão grande tragédia!
Que grandeza encerra o mundo do toiro!
Belo texto Paco Cañamero. Enhorabuena.
Paco esta muy bien escrito y ademas metiendo en la historia a todos los personajes taurinos de aquella época. Yo por suerte siendo un niño los conoci a todos en el restaurante de mis padres La Viña de Vitigudino donde solian venir a merendar-cenar despues de actuar en aquellos pueblos de La Ribera (ahora Las Arribes). Respecto a lo que dices de Antonio del Castillo le oi muchas veces a mi padre que al conocer la noticia fueron al cementerio de Viti (él, el Sr.Cipriano «el Hule», aureliano el de la huerta y varios mas que se encontraban en el bar) donde estaba su cadaver en el depósito y lo vieron y velaron y alli le hizo el forense la autopsia . Muchas veces de niños nos asomabamos al deposito en el Cenenterio de Viti para ver donde habia estado su cuerpo y tambien muchas veces, muchas, los niños le rezabamos en su tumba ( recuerdo estaba a la izq de la entrada al cementerio con una cruz de hierro con su nombre) unas oraciones. Respecto a las heridas siempre le oi a mi padre que su cuerpo estaba cosido a cornadas. En fin asi es nuestra querida fiesta de tragica a veces.
Que historia más bonita; algo sabia por lo que he oído desde pequeña, pero no la había leido leído entera. Es hermosa. Gracias Paco
Emocionante historia Cañamero (no la conocia)
Si conocí a Carretero. Alguna noche en casa del Farmaceutico por los años 75/79 me contó algunas historias apasionantes de esa última época.
Creo recordar (no con toda seguridad) que el farmaceutico era D. Jaime y era el alcalde.
Él vivia en Coorporario…
La tauromaquia con toda su crudeza de aquellos tiempos. Enhorabuena Paco
Tiempos de hambre, torería y pasión..
Tiempos de héroes y de romanticismo..
Tiempos q no volverán para lo bueno y lo malo..
Tiempos de los q tanto me hablaba mi madre en su Aldeanueva.. serrana y dura.
Para los últimos románticos como el Maestro Julián.
Un saludo Paco.
Amigo Paco.
La verdad es que me ha impactado la historia de mi paisano Antonio del Castillo y mucho más con el lujo de detalles que das.
Has conseguido que vuelva a vivir aquellos tiempos donde yo tambien hice la Luna en El Castillo de las Guardas, Sevilla.
Precioso y preciso Paco.
Un abrazo fuerte.
Muy bueno y entrañable, y una narrativa espectacular.
Leer este relato de la tragedia en Masueco de Antonio del Castillo, me ha removido recuerdos de mis 8 años de aquella tarde, que no he podido por menos que enlazar la noticia de su publicación en mi güeb dedicada a mi pueblo, La Zarza de Pumareda.
Cuando se cumplieron 60 años de su muerte, la afición de Vitigudino colocó una lapida recordatoria en el Cementerio
Siempre es una delicia leerte, Paco. «Pellizcas » el corazón y nos ilustrado con tus crónicas llenas de sabiduría.
Un abrazo.
Me ha encantado leer la historia. Que pena!
Siempre le oí cantar a mi padre, Romance de Valentía. Gracias Paco.
Buenas tardes. En primer lugar, dar las gracias por los comentarios sobre Antonio del Castillo. Desde pequeña mi abuela me habló mucho de él, ya que Antonio era su hermano. Antonio del Castillo es mi tío abuelo, hermano de mi abuela paterna y el tío de mi padre Antonio, el cual lleva su nombre.
En Alcalá tenemos una calle con su nombre pero desde luego allí en Masueco y en Vitigudino le habéis dado un reconocimiento ejemplar.
La semana que viene queremos ir a Salamanca y visitar Masueco y Vitigudino, para que mi padre lo conozca. Cómo podemos hacer para conocer a personas que tuvieron alguna relación o conocieron a mi tío abuelo?
Muchas gracias por todo. Un saludo.
Extraordinario relato Paco, da gusto leer lo que escribes, estas son cosas que nadie sabe relacionadas con el mundo del toro, y las barbaridades que cometen en muchos pueblos, relacionadas con los animales que te echan, sin darle la mayor importancia por los asistentes a esos espectaculos y son verdaderos crímenes , cuando pasan tragedias como esta, ya que no es única, pero al parecer la vida de un ser humano no importa mucho.
Bonita y desgarradora descripción de una realidad, de lo que fue el mundo del toro en aquella época.entonces todo era más serio que ahora,esto cada día va a peor pero por falta de autenticidad
Bonito recuerdo y a buen seguro que tú pluma lo va a bordar.