¡Aquella ‘gañanada’ de Andrés Vázquez!

Cuando esta mañana sonó el teléfono de Patxi Arrizabalaga algo temí. No son días de venir al Campo Charro a ver los toros de la provincia que se van a lidiar en San Fermín; ni tampoco Patxi es de la bobada de andar llamando con eso del simulacro que empieza estos días; él, como buen navarro, mantiene la firmeza todo el año. Como era de esperar no era para buenas noticias y nada más leer su mensaje en la pantalla mis recuerdos me devolvieron a este querida Pamplona donde tanto hemos disfrutado. A esa Pamplona donde queda vacía otra silla. La de la amistad y la pasión de Lucio Riesco de la Llave, el tabernero que acaba de morir tras una pletórica existencia marcada por su pasión taurina y fue un estandarte de esa vieja Iruña. Y también por el sentimiento de orfandad que deja a tantos y tantos amigos que supo ganarse gracias a su nobleza y pasión taurina.

 Lucio era hijo de aquel Toledo pobre y duro, del que emigraban sus hijos en busca de un futuro más próspero en la España industrializada. Allí no tenía otra aspiración que acabar siendo manijero de un cigarral o irse a la Guardia Civil. Y Lucio, que tenía otras inquietudes un buen día se plantó en Pamplona sentando ya para siempre sus reales para dedicarse al viejo y noble oficio de vender vino; aunque siempre con el recuerdo de su querido Toledo, presumiendo siempre de bolo a quien le preguntó.

En esa vieja Iruña, cerca de la plaza de toros, gemela de aquella Monumental de Sevilla que inspiró Joselito, acabaría montando el bar ‘Haway’, una especie de museo taurino, lugar de cita de aficionados, además de toreros y profesionales en los viajes a Pamplona. Porque Lucio, que tenía un don de gentes especial tuvo muchas amistades entre las gentes del toro, arte que era el cruce de todos sus caminos.

Junto a Juanito Ganuza, otro magnífico aficionado de Pamplona que fue presidente del Club Taurino

Fruto de esa pasión era un magnifico aficionado- y el respeto, que fue su hoja de ruta- al que le cabían muchísimos toreros en la cabeza, todos los encastes, las diferentes suertes por lo que si conversación era una delicia mientras explicaba cómo se debe lidiar su toro poniendo como ejemplo a su paisano Rafael Corbelle, que tantas y tantas tardes regaló su magnifica brega para gloria del toreo, porque entre los lidiadores tuvo tanto respeto y pasión que su peña –‘Los Dobladores’- premiaban la labor del subalterno más destacado de San Fermín. Y es que era un todo-terreno en el toreo y, siempre bajo el pedestal de Curro Romero, al que veneraba como si fuera una religión, nunca pasó inadvertida para él la templada majestuosidad de Santiago Martin ‘El Viti’, del que nunca se perdió corrida alguna en el contorno de Navarra, La Rioja o Aragón, ni tampoco de Paco Camino; también el embrujo del Paula o el sentimiento muletero de Andrés Vázquez; la fusión de técnica y arte de Julio Robles, la templada y poderosa derecha de Dámaso González; la capacidad del Niño de la Capea; la inmensa clase de Antoñete, al que tanto siguió en aquellos gloriosos 80, el empaque de Juan Mora o el de Julito Aparicio, de quien tuvo la dicho de ver en directo su colosal faena a ‘Cañego’, el toro de Alcurrucén y ya tuvo en un altar, aunque sufría cuando Julito se ahogó en idas y venidas para apagar la llama de su gloriosa torería. Además, repartidas por numerosas estancias no faltaban surtidas vitrinas con cientos de libros y de crónicas, con un lugar de honor guardados varios tomos perfectamente encuadernados que recogían todas las crónicas de Alfonso Navalón.

En aquel museo, que era su bar ‘Haway’ se hablaba de toros en cada mesa, en cada rincón, junto a las exquisitas viandas, con la veneración que sipo ganarse Lucio, quien salía de la barra cuando recibía la visita de algún torero para tributarle su admiración con un abrazo; o algún aficionado, a quien siempre mostraba su exquisita educación, porque ese bar era un centro neurálgico de la Pamplona taurina. Lo era todo el año, excepto cuando llegaba San Fermín; entonces mientras todos los chiringos de la ciudad se frotaban las manos porque iban a llenar de billetes la caja, él, sin embargo, bajaba la trapa para dedicarse a su pasión. Aunque ya hace años que no corría los encierros, siempre tenía su privilegiado lugar en un balcón de la calle Estafeta y de allí, siempre con sus cuadrillas de amigos se iban de vinos aguardando la llegada de la corrida de la tarde. Y es que Lucio logró ser un símbolo de Pamplona, aunque sin olvidar jamás su Toledo natal, porque ser bolo era otro de sus orgullos, como lo fueron sus paisanos Domingo Ortega o Gregorio Sánchez. De ese Toledo del que debió emigrar en busca de la prosperidad, porque él quería otro futuro más digno que tantas veces soñó cuando cantaba ‘gañanadas’ en ¡mientras hacía las duras labores de la recolección, que eran de sol a sol en los interminable días de verano. 

Y jamás olvidó aquellas ‘gañanadas’. Por eso, cuando presentamos el libro del maestro Andrés Vázquez en Pamplona, Lució no avisó para decir que no nos comprometiéramos con nadie y fuéramos directamente a su casa a comer un cocido, junto a Patxi Arrizabalaga, embajador taurino de Navarro y Juanito Ganuza, que era el presidente del Club Taurino de Pamplona. Y recuerdo un almuerzo para enmarcar, mientras era un deleite escuchar al maestro de Villalpando en su particular mano a mano con Lucio, quien al final, antes de apurar la copa de pacharán dijo:

– Maestro, el mejor colofón de este magnifico rato que nos ha hecho pasar es que nos cante usted una ‘gañanada’.

En el centro de fila superior, junto a aficionados de Pamplona

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

2 comentarios en “¡Aquella ‘gañanada’ de Andrés Vázquez!

  1. Lucio era el primogénito de los 5 hijos que tuvieron Antonio Riesco (4° hijo de los 10 que tuvieron Vicente Riesco y Leonor Hernández, origen de esta larga familia) y Aurelia De La Llave.
    El fallecimiento prematuro de sus padres, Antonio con 48 años y Aurelia con 55 años, fue lo que obligó a sus vastagos a buscarse la vida desde muy jóvenes y los cinco han demostrado su capacidad de sacrificio para conseguir y disfrutar en la madurez de una vida digna. Todos los otros primos hermanos, de los 37 que en total somos, nos descubrimos ante estos cinco que tuvieron que enfrentarse y superar mayores dificultades.
    Tuve siempre con él desde niños una positiva afinidad, jugábamos en el pueblo de Los Cerralbos y, con el paso del tiempo, aprendimos las canciones que cantaban mientras trabajaban los labradores (que se les conocía como «gañanes») y que en sus visitas al pueblo ya adultos nos gustaba recordar.
    Pasé con él los Sanfermines de 1966, desde el «chupinazo» al «pobre de mí». Todos los días participamos en los encierros y cantábamos y bailábamos con las peñas taurinas a la salida de los toros. No se me olvida lo que me dijo durante la procesión de S. Fermin cuando íbamos cantando con ritmo de vals «Confundiendo la incultura, con una alegría sana, por una simple manía y porque nos da la gana…..»: yo me quiero quedar con la gente que canta estas cosas, y vaya si lo hizo.
    Podría escribir otros recuerdos que harían esta reseña interminable. Porque entre los dos convocamos una «Convención Riesco» para homenajear publicamente a nuestros ascendientes y, a la vista de la buena acogida que tuvo, se acordó volver a convocarla cada 4 años con la denominación «Convención Riesco-Pérez» considerando el apellido Pérez como muletilla para englobar los de todos los cónyuges. Si mal no recuerdo la primera fue en 1984 y se ha repetido cada 4 años, en 2020 tocaba la décima convocatoria pero debido a la pandemia que venimos padeciendo no fue posible llevarla a cabo y, sin Lucio y Salva (otro primo fallecido hace un mes también colaborador de estos eventos), no se si se volverá a convocar.
    La familia Riesco está muy orgullosa de Lucio por la buena imagen que ha ido dejando de ella, así como de su esposa Mila que ha hecho méritos de sobra para que la consideremos como una Pérez ejemplar.

    1. Precioso Germán, eres muy grande, como lo fue el tío Lucio que siempre estará presente entre todos nosotros. Guarda con cariño ese pañuelo de la Peña Taurina Los Dobladores de Pamplona pero sobre todo guarda todos los recuerdos de los buenos momentos que compartiste con Lucio, que suerte los que hayan podido compartir muchos con él. Muchos besos y abrazos!!!

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