Un catalán enamorado de Salamanca

Roberto Espinosa llevaba a Salamanca en el corazón. De hecho, este catalán que triunfó en lo negocios taurinos, hace muchos años que se construyó una casa en la travesía del pueblo de Sancti Spíritus, muy cercano a ciudad Rodrigo, en la que pasaba largas temporadas invernales. Allí era feliz, tan cerca del toro bravo, de los encinares y con un ambiente único que lo hacía encontrarse en su salsa. Entonces aún vivía el viejo Raboso, que siempre fue su guía y personaje de referencia, su hijo Domingo y un montón de amigos, porque Roberto estaba con todos todos y solía salir al encuentro de Alicio, viejo militar de Aviación muy aficionado y pariente de Raboso. O de Javier Arjona, que tiene la finca al lado; con el Bocho, siempre tan taurino y con quienes comentaban los pormenores que se cocían en la olla del toreo. Con Abdón Montejo, antiguo novillero de postín y a quien siempre acudía a visitar a aquel santuario de la Tauromaquia que era el restaurante El Cruce, en La Fuente de San Esteban, del que era regente..

Hombre honrado, serio, de gran talante y muy culto, allá donde estaba nunca dejaba indiferente a nadie. Tuve la suerte de tratarlo mucho, de frecuentarlo en sus largas estancias en Santis, de hablar largas horas de toros y de la vida, de cómo debía ser la nueva Tauromaquia, algo que siempre tuvo claro. Siempre que sacaba una obra nueva, independientemente de su contenida, se la enviaba a su domicilio de Vinaroz, o donde se encontrase

De hecho siendo un hombre tan cabal fue socio de una persona tan excéntrica como Simón Casas, en aquella sociedad que formaron con otro ilustre catalán como era Enrique Patón y un andaluz, el caballero José Martínez ‘Limeño’, en las gestión de varias plazas y toreros. También fue empresario por libre y, entre otras, guió los destino de Valencia, de Castellón… Gerente de Vitoria, cuando se cometió el grave error de tirar la vieja plaza para levantar la nueva, antiestética y más parecida a un pabellón de baloncesto; aún así realizó una importante labor. Sin embargo, su ultimo gran servicio a la Fiesta fue cuando aquel viejo zorro del toreo, el sabio José Antonio Chopera, lo llamó para gerenciar Las Ventas, porque sabía que el catalán Roberto Espinosa era el mejor. Y no se equivocó, al rubricar una importante labor que fue el colofón de una vida para enmarcar. 

También es cierto que esos últimos años los vivió con el dolor de ver cómo su querida Cataluña vivía con el paso cambiado y esos dictadores populistas, de alma bolivariana, que se alzaron al poder la desgajaron de la Tauromaquia, un arte que allí vivió muchos de los días más gloriosos de su historia. Sentía ver cómo todas las plazas de la Costa Brava, la de Tarragona y la grandeza de La Monumental cerraban sus puertas por la dictadura del separatismo. Más aún él, que aparte de haber nacido en Cataluña, allí se fraguó su carrera taurina y gracias a ella, siendo novillero, un buen día decidió venir a los tentaderos del Campo Charro para instalarse en Santi Spíritus –Santis, que se dice coloquialmente-, primero en la pensión de la Otilia –donde buscaban hospedaje nómadas como músicos, almendreros, afiladores gallegos y toreros- y ya siempre selló un lazo de amor a esa localidad que ha mantenido hasta el final. De Santis fueron sus primeros seguidores y muchos de sus grandes amigos, mostrándose siempre un hombre generoso, de exquisita educación y magnifico conversador. 

Su amor cristalizó en el apoderamiento de dos toreros salmantinos. Primero a Juan Diego, tras su irrupción en las novilladas de promoción de Las Ventas y más tarde a López Chaves, a quien llevó a las ferias en unas temporadas felices para ambos. Antes y después también estuvo al frente de las carreras de otros diestros, algunos de la talla de Curro Vázquez, Emilio Muñoz, Luis Francisco Esplá, Dámaso González… junto a otros nombres, ejemplo de Rubén Pinar, Dávila Miura..

Querido por todos los ganaderos del Campo Charro, con los que siempre tuvo deferencias, se le quiso como a una más, porque se ganó a todos por su exquisitez frente a las formas más rudas del campesinado charro. Porque este catalán vivió siempre enamorado de Salamanca.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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