Anunciaban cartel de campanillas en las fiestas de San Antolín de Medina del Campo y allí nos presentamos. Ir a Medina siempre es un acontecimiento por tantos encantos como atesora la histórica villa, junto al especial significado de ir ligada a mi existencia (allí ambienté la novela ‘Trasbordo en Medina’). Por eso siempre es oportuno acudir con antelación, aparcar en los alrededores del coqueto coso del Arrabal, levantado por don Manuel Casares, para bajar paseando hasta su Plaza Mayor a dejar perder el tiempo en una terraza e imaginar a Isabel La Católica y toda su Corte en ese ágora; o en los días de mercado llena de tratantes, cuando Medina mandaba en esos mundos mercantiles. Además, con su sabia afición siempre gusta departir, mientras detienes los pasos para saludar a tanta gente conocida.
También he de decir que, después de esta temporada de tanta observación en plazas de toros de toda la geografía nacional y de ver cómo discurre esta Fiesta nueva llegada tras la pandemia, uno cuando se dispone a ver un festejo lo hace con la mosca detrás de la oreja por la inmensa falta de respeto a los públicos y a la propia Tauromaquia a cargo de quienes más la deben defender. Porque esta emergente Tauromaquia actual está marcada por el afeitado sistemático (vergüenza sin justificar), el ridículo triunfalismo, las faenas interminables y demás abusos que se cometen. Y con ese temor acudí a Medina, cumpliéndose sobradamente los negros presagios.
Sin embargo, también es cierto, que algo inicial me atraía de la corrida, el precio de las entradas. Muy a modo en estos tiempos al poder adquirir un tendido general de sol a 15 euros y 18 en la sombra. Llevamos tiempo denunciando que la Fiesta se ha encarecido brutalmente con un prohibitivo precio de las entradas que aleja de los cosos a la mayoría de los aficionados. Sin embargo, en Medina, supieron tocar la tecla y el resultado fue que los tendidos presentaron casi tres cuartos de entrada, con la sombra completamente llena. Y eso vuelve a demostrar con hechos que abaratar los precios es la manera más razonable de volver a recuperar aficionados. Pero después, visto lo visto, no creo que al numeroso público le queden ganas de volver, porque el gato escaldado del agua hirviendo huye.
Primero por ser estafados al lidiarse una corrida afeitada y con un saldo –excepto el cuarto, aunque también diezmada la cuerna por mano humana- indigno de salir a las arenas. Además tampoco se vio nada interesante hasta los dos últimos toros, más que un conjunto de semovientes, sin fuerza, con la lengua fuera, en suertes de varas simuladas, a los que había que cuidar (¡en vez de cuidarse el torero). Y claro ya se sabe que un toro afeitado, además de no tener tacto sale a la plaza acobardado y a la defensiva, con todo su brío y grandeza perdida, en esta enorme insensatez de los taurinos para poder seguir sumando corridas y haciendo cada, dándole de la lado a quien pasa por taquillas, al llamado respetable, que tanto desprecian y de quien se burlan miserablemente.
Además se abusó de la faena larga e interminable, entre aburridos gritos de ¡eh, eh, toro! para tratar de lograr algún muletazo a media altura, carente de cualquier calidad, arte o emoción, mientras los bostezos se adueñaban entre los presentes. Con lo bonito y torero que es la brevedad, donde una vez comprobado que no hay faena, cuadrarlo y darle una estocada. No esta Fiesta moderna de aburrimiento en faenas interminables, en la misma que los incautos dicen la tremenda aberración que se torea mejor que nunca.
Eso sí, siguiendo el habitual guión de los actuales tiempos, en medio del tedio no dejaban de caer orejas, tanto que se preguntará usted, amigo aficionado, si no los estoy engañando con una corrida tan mala cuando la imagen es la salida triunfal en hombros de la terna por la puerta grande. No, aunque salieron en hombros, todo de mentira, igual que se podía haber indultado un toro, que si no se produjo es porque nadie lo pidió en ese ambiente de triunfalismo donde el señor del palco se volvió loco –sí, loco de atar-. Y eso que se trata de un policía que un hombre riguroso en su trabajo y con personalidad en la calle. Pero en el palco fue un pelele con un pañuelo blanco que aireaba casi sin petición; o lo mismo, vaya usted a saber, le entró un tic nervioso en sus manos y de ahí llegaron tantos desmanes. A ese señor, si hubiera un rigor y unas leyes serias, hoy mismo debería ser cesado como presidente de espectáculos taurinos -y con él todos los que han convertido las plazas en una tómbola-. Además, ese presidente debería haber mandado precintar los pitones de los seis toros para llevarlos a analizar, porque estaban vergonzosamente afeitados y esa lacra hay que empezar a erradicarla. Y la mejor manera es a base de sanciones. Debería haberlos mandado a examinar y que caiga una multa ejemplar a la ganadería. Después el ganadero se entienda con los veedores y apoderados de los toreros que le exigieron esa tropelía para abonar como mejor les venga. Y es que es la manera de recuperar la Fiesta, porque si sigue así más pronto que tarde estará extinguida, principalmente por los desmanes de los taurinos, que son quienes más deben velar con ella.
En medio de tanto desorden únicamente hubo detalles toreros en el quinto a cargo de Diego Urdiales, con su clasicismo, quien regaló varios naturales que fueron carteles, junto a Aguado en el que cerró el festejo, en un trasteo marcado por detalles de su exquisita interpretación. Ferrera, más pendiente de su particular teatro, pasó sin pena ni gloria y aburrió hasta al mismo San Antolín.
Y aquí hay una cosa clara, o se ponen las pilas ya o adiós Tauromaquia. Porque es insoportable tantas cosas malas como las que ha venido tras la pandemia, entre ellas ese vergonzoso afeitado que es una lacra. Porque ni en los tiempos Litri y Aparicio, cuando Camará contrató a los mejores barberos se afeitó con el descaro como se hace ahora; ni en los del Cordobes y Palomo Linares o en los posteriores de Espartaco, con su padre sin dejar un pitón a salvo en ninguna ganadería.
En fin, que la corrida de Medina fue otra copia de la actual Tauromaquia y de la sucesión de festejos marcados por los abusos del ‘sistema’. Pero la única lectura es que cuando el precio es razonable la gente va… aunque luego los taurinos los echen a patadas riéndose de ellos.
Y la lectura final es que hay un cambio ya o está muy cercano el final de la Fiesta.
Más razón que un santo
Totalmente deacuerdo,es una verdadera vergüenza como chulesn a quien pagamos las entradas y mantenemos la fiesta
Totawnte de acuerdo, fue aburrida haya se oyó dede el tendido aquello de Ferrera me aburro!! Algo que el diestro replicó «comparte un mono» el esta para torear y proteger la fiesta y así no se hace.
Fue totalmente una vergüenza la culpa la tiene el ayuntamiento por comprar mierdas para ahorrarse dinero así dejan a medina en la mierda que es lo que están haciendo todos.
Tiene usted toda la razón. Y respecto a la ganadería para mí poco entender se podía haber quedado en Portugal.
Medina hace muucho tiempo fue taurina, ahora es de capeas, que muy de vez en cuando trae una corrida. Hay(alguno queda) y ha habido buenos aficionados taurinos dispuestos a desplazarse a cualquier plaza para disfrutar de su afición. Y en plazas cómo está para venir, siempre van a exigir que haya un mínimo riesgo con lo que ello conlleva.
Este Guzmán no sabe regir ni una comunidad de vecinos, no trae cabras porque no se las ofertan. Vergüenza corrida, no solo cuesta la recaudación de las entradas, hay que sumar los más de 50000€ que abona el ayuntamiento. Un ROBO con todas las de la ley.