Simón Casas humilla a la afición

 Los aficionados siguen siendo la victima de las sucias artimañas del histriónico Bernard Domb (que realmente es el nombre de Simón Casas), el ególatra vendehúmos al mando del gran tempo del toreo: La Monumental de Las Ventas. Ellos son los grandes damnificados de las formas prepotentes, chulescas y despóticas de este francés, el personaje más dañino que sujeta las riendas de la Fiesta y conduce el prestigio del coso madrileño al desagüe.

Desde que se asentó al frente de la plaza, este histrión ha embadurnado el toreo, acompañado de sus forma circenses semejantes en ocasiones a las de un charlatán de feria, en otras un viejo rockero y siempre un truhan, autodenominado como promotor, que siempre busca culpables a su alrededor, cuando alguien pide explicaciones.

El promotor, así se hace llamar este individuo para quien jamás existió algo tan sagrado como la palabra, ha dejado a diestros que apoderó en la cuneta –pena que les de miedo hablar por represalias, para denunciar de una vez al personaje-, a quien ha sido capaz de ningunear a aficiones al no cumplir los pactos tras serle adjudicada una plaza. Él es también uno de los responsables de la enorme lacra de afeitado que se ha adueñado de la Tauromaquia actual y, como un cáncer maligno, corroe sus entrañas al matar la pureza que debe tener un festejo taurino. Porque su palabrería, acompañada de ostentosas formas y manoteos, aún sigue engañando a ingenuos. Entre ellos a Isabel Ayuso, la presidenta de Madrid, a quien le ha marcado un gol al volver a adjudicarle la plaza para una gestión que puede acabar convertida en una cruz. Ayuso, mal asesorada por el director gerente, sustentado en la figura de un nuevo vividor, el torero Miguel Abellán, a quien tan grande le ha venido el cargo de confianza –menos el fabuloso sueldo que cobra sin tener que ponerse delante-, ha realizado el borrón más oscuro de su gestión. La de jugar con Las Ventas, el inmueble que encierra tanta historia y grandeza. Aunque aquí también hay que añadir el nefasto empresariado taurino que padecemos en la actualidad, al no haber nadie capaz de echar ese pulso para hacerse con la gestión de una plaza que es la más deseada. Y la reina de la corona taurina.

Las Ventas siempre ha guiado la batuta de la orquesta del toreo, la que marca el momento y la verdadera lonja de la Tauromaquia; o lo que es igual, el barómetro que mejor mide qué ocurre en la Fiesta. De hecho, cuando Las Ventas funcionó mal y tuvo un terremoto, el seísmo se extendió por el resto del mundo taurino. Ahí está el ejemplo de la época de Hispalense Taurina –bajo el liderazgo de Canorea y que después pasó a José Luis Martín Berrocal, donde literalmente tocó tanto fondo de seriedad y prestigio que en un San Isidro se suspendieron varias corridas. En esa etapa quedó inmersa en un caos tan grande –el mismo al que la conduce Simón Casas- que únicamente fue capaz de levantarla Manolo Chopera. Con el vasco Chopera, Madrid, en pocos años recuperó su nivel perdido y vivió los mejores años de su existencia, del que después tanto se beneficiaron los Lozano, quienes se hicieron con Las Ventas en la época de oro.

Hoy, con este personaje al cargo de Las Ventas se han perdido varios símbolos de identidad de esa plaza de Madrid, aunque lo intente justificar con su esperpéntico juego de palabrería. Uno es la injustificada subida de los precios de la entradas sus precios, que han dejado de ser asequibles y para todos los bolsillos. El otro, el dejar también de ser plaza de temporada donde los modestos tenían una oportunidad en las corridas domingueras –de hecho, en la década de los 80, de ellas salieron lanzados gente como Ortega Cano, Paco Ojeda, José Luis Palomar…-. Y a otros le sirvió para recuperar el cartel perdido y volver a las ferias, ejemplo de Andrés Vázquez, tras cuajar magistralmente a ‘Baratero’, aquel toro de Victorino, en un domingo de agosto de finales de los 60. 

Esa plaza de Madrid, la Monumental de Las Ventas, la inspirada por Joselito, para que universalizar la Fiesta en todas las clases sociales y todos pudieran ir a los toros con precios asequibles, hoy se derrite. Porque la Tauromaquia es del pueblo, no un artículo de lujo como dice el vendehúmos de Simón Casas que es para justificar el auténtico atraco que supone la subida del precio de las entradas. Y encima lo hace menospreciando a la afición y acompañado de esos ademanes esperpénticos que utiliza este personaje, que salga el sol por donde salga, más allá de embaucador es un perfecto imbécil.

Casas y quienes él laboran, ya contagiados en el lloro, como ocurre también con Rafael Garrido, quien estos días, cual si fuera una zarzamora -que llora y llora por las esquinas-, no deja con su lagrimeo de quejarse que en la corrida del pasado domingo han perdido 100.000 euros. Y lo hace en otra pagina de estupidez y auténtica desfachatez, cuando la labor de un empresario es interesarse por el gusto del público, dar facilidades para que acuda a su programación –no esa canallada del abusivo precio de las entradas que han impuesto esta Feria de Otoño- y de tener dignidad con los toreros, además de cumplir la palabra dada. Que ahí Rafael Garrido tiene un buen maestro a quien imitar. Porque la gestión de Madrid ya empieza a sumar muchos cadáveres.

Y es que digan lo digan, la subida del precio de las entradas de esta Feria de Otoño es un escándalo, sin nada que lo justifique. Y ya de metidos en ese charco no deben olvidar el ejemplo de una feria muy de actualidad, la de Bilbao, donde muchos se echan las manos a la cabeza preguntándose el motivo por el cual el público ha dejado de acudir. No olviden que hacen uso años, pocos, Bilbao dobló de la noche a la mañana el precio de la entradas y la que valía 40 pasó a costar 80 y ese fue uno de los hechos que provocó la caída taurino de Bilbao, vaciando Vista Alegre.

Y respecto a la afición a lastimarse de Casas –en una patética escena adecuada a lo gran teatrero que es- por el motivo de que no ir la gente a la plaza  que aprendan de los antecedentes de Manolo Chopera, quien al poco de llegar a Madrid obligaba a las figuras a ir en verano. Estas se quejaban que en estas fechas no iba nadie, no había interés y les hacía perder cartel. Pero como Manolo Chopera era un gran empresario ya sabía que se traía entre manos logró que las plaza se llenase en pleno mes de julio a 40 grados. Y ahí salieron triunfos históricos, entre ellos algunos de los más grandes de Julio Robles en Madrid, con sus dos primeras salidas en hombros.  

La tinca se acaba, el pozo de las ideas se seca y para rubricar señalar la una inmensa rabia de  tener que escribir, una vez más, de este caradura profesional llamado Simón Casas. De quien ahora acaba de humillar a la afición invitándolaa que no vaya a la plaza por el abuso del precio de las entradas. Porque nada peor le puede haber ocurrido a Las Ventas que caer en las sucias artimañas de este histriónico, ególatra y vendehúmos.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

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