Su nombre, rodeado por las nieblas del oscurantismo, está en boca de las gentes del toreo. Más que nadie de ganaderos –abocados en una de las más graves crisis que recuerda el sector- y también de los empresarios –a quienes, según ellos, les quita su pan para repartirlo entre los amigos de su Fundación-, tras saber moverse en los bajos fondos del oportunismo.
Borja Cardelús, hijo del afamado escritor del mismo nombre, es otro personaje que se ha asentado en la Fiesta para medrar, mientras no se demuestre lo contrario, en la Fundación Toro de Lidia, de la que es director general, convertida ya un chiringuito de la que él mueve todos los hilos. Una entidad nacida para salvar la Fiesta de tantas ataques como recibía y al final ha acabado formando parte del negocio. Y como tal el chiringuito beneficia a quien bailan al son de su guitarra, del dinero público para sus asuntos recibido del Gobierno de Madrid o de quienes aun confían en su palabra, de la que cada día quedan menos ingenuos. Por eso, el malestar es mayúsculo y son muchas las voces que se alzan contra este personaje, contra Borja Carlelús, que vive a cuerpo de rey en el toreo gracias al sueldazo que recibe de la Fundación Toro de Lidia. Vamos, el típico oportunista que siempre pesca en las aguas revueltas, cuando reina la confusión y el desorden, como ocurre en el toreo desde que llegó la pandemia. Porque aunque ahora solamente se glorifiquen las gestas de Morante, en el que también ha sido su año –al igual que el anterior-, aquí hay mucho que barrer después de una temporada en la que se han visto tantas carencias por resolver.
La Fundación que, decían, venía a poner los puntos sobre las íes ha quedado en eso, en una especie de bluf que beneficia a unos cuantos, mientras otros muchos siguen alimentando su hambre. Es el caso de los ganaderos o el de los empresarios, donde están a punto de saltar las alarmas, desde que esta entidad se dedica a hacer la competencia, con deslealtad, porque no han jugado todos las mismas cartas. O el ejemplo de la Escuela Taurina de Cataluña, tierra a convertida en un erial del toreo, donde un grupo de chavales, sin ayuda oficial alguna, no dejar de sembrar en la besana de la esperanza y para ellos la Fundación no está. Ni desgraciadamente se le espera.
Cuentan voces del mundo ganadero –desde criadores de relumbrón a modestos- que encima se sienten más ninguneados al recibir una carta cada temporada y luego, la Fundación de Cardelús, no ser fiel a las propuestas en lo que un claro modelo de papel mojado. Una carta que no es más que vendas para luego hacer a su antojo en una página que tiene todos los ingredientes de escribirse con la tinta de la vergüenza.
Ejemplos hay a montones. Por ejemplo nunca he visto a este señor denunciando tantos atropellos como ocurren cada día en las plazas. Uno de ellos es llegar a lo peor que se podía esperar en la Fiesta, como es la casi legalización del afeitado por las bolitas, donde ya se le saca la famosa bolita, incluso, a casi todas las corridas que se lidian en Las Ventas, en un capítulo vergonzoso. Y la Fundación mira a otro lado para no molestar a sus amigos ganaderos.
Y es que sobre Borja Cardelús hay mucho que escribir. Porque este hombre que llegó a los mandos de la Fundación como alma redentora del toreo y al final ha acabado siendo otro más del negocio y desde luego no de la manera más objetiva. Así estamos.