Caraduras y vendehúmos

Simón Casas, el taurino más nefasto y con menos seriedad en su palabra

A casi nadie sorprende ya la cara tan dura de Simón Casas. Digo casi nadie porque siempre quedarán ingenuos –o estómagos agradecidos, que es la mejor definición- de este personaje cuyos tejemanejes son propios del caballo de Atila. Que allá donde pisa no vuelve a nacer la hierba. ¡Que pregunten!

Cada vez engaña a menos gente este pícaro, generador de desconfianza, charlatán de feria y con tantas víctimas en las cunetas de sus gestiones, entre ellas la afición madrileña. Porque es el más nefasto taurino que ha estado al cargo de Las Ventas, plaza que va completamente a la deriva, descarrilada, con pérdida de plaza de temporada, de ser el templo de las oportunidades, además de perder su integridad al lidiarse ya los toros con las fraudulentas bolitas. De hecho desde que este tipo está el frente, la plaza madrileña es un conjunto de desdichas con los más grave de atracar literalmente al aficionado con una subida de las entrada que convierte a la Fiesta en un espectáculo elitista. Cuando esa plaza Monumental la diseñó Joselito con un aforo tan grande que pudiera acoger a todas las clases sociales. 

Simón Casas, del que tantas veces sus palabras se las ha llevado el viento y lo que hoy dice mañana se demuestra que es mentira, también el peor apoderado, de quien huyen los toreros pegando un puñetazo en la mesa en el momento que ven las liquidaciones. Aunque muchos ingenuos, al principio, se presten a que los apodere por las numerosas plazas que gestiona y tener asegurado un alto número de corridas sin pensar que después llegarán los desengaños. El último ha sido Juan Ortega, un torerazo, el exponente de la torería sevillana, a quien este año ha administrado la carrera –ser apoderado es otra cosa-, aunque quien viajaba era Roberto Piles, su lugarteniente y otro regalito, socio en la labor de destrozar la grandeza de Las Ventas, en la que ejerce de malo por raro que parezca al tener de jefe a Simón Casas.

Simón Casas y Roberto Piles, su lugarteniente

Juan Ortega fue avisado de la tormenta que vendría antes de caer en las redes dañinas de este siniestro Simón Casas. Debió preguntar a la larga lista de toreros a quienes administró –que es muy distinto a lo que se entiende por apoderado-, ejemplo de Paco Ureña antes de dejarse engatusar pos este palabrero. Por este personaje que recuerdo a los charlatanes de feria para tratar de vender su baratijas milagrosas a inocentes.

Bien decía Ortega y Gasset que para saber el estado de la nación había que asomarse a una plaza de toros. Y aquí, si Casas es el principal empresario de la actualidad no es más que un reflejo de la realidad; no hay más que verlo en el gobierno de caraduras y vendehúmos. En las antípodas de la seriedad de Manolo Chopera, duro en el trato como buen empresario, pero honrado y cumplidor de su palabra para llevar a Madrid –y a la propia Fiesta- a las máximas cotas de prestigio.

Por eso da pena que la nueva víctima sea Juan Ortega, un torerazo. Y además hasta no hayan respetado a un profesional tan íntegro como Pepe Luis Vargas, su descubridor, que en su contribución a la Fiesta arrastre una cojera y decenas de cicatrices en su cuerpo en aquellos años que se jugaba a la vida sin trampa ni cartón y nos ponía el alma en vilo viendo sus faenas, siendo un auténtico estandarte de la torería sevillana que merecía mucha mejor suerte.

Y mientras todos hibernan este personaje sigue maniobrando, porque a él la grandeza de la Fiesta le da igual y todo lo que venga. Porque ahora mismo, la afición madrileña no debía parar en comunicados a Isabel Ayuso, la presidenta de la Comunidad abriéndole los ojos con este vendehúmos. Porque el futuro de recuperar Madrid pasa por echar a este caradura y a sus mariachis, donde Roberto Piles, aquel torerito francés que se vino a España apoderado por Dominguito Dominguín, ha jugado el papel de malo.

Porque este no más que una historia de caraduras y vendehúmos que no hace más que erosionar la grandeza y verdad de la Fiesta

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

1 comentario en “Caraduras y vendehúmos

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