La leyenda de don Atanasio, en las librerías

Portada del libro

Domingo Delgado de la Cámara ha vuelto a la pomada. Ahora, con un monográfico sobre la desaparecida ganadería de don Atanasio Fernández que es una joya y cuyo centenar de páginas, con precisión de datos e infinidad de hechos, guarda la grandeza de esta divisa. Del encaste creado por don Atanasio en los tiempos que Salamanca abanderaba la ganadería española.

Me ha encantado este monográfico por muchas razones. Primero por afinidad al conocer la ganadería de don Atanasio, su casa y sus fincas desde que tengo uso de razón. Mi padre, que era electricista, gozó siempre de la confianza de esa familia –al igual que de otras muchas casas ganaderas del Campo Charro- y le hizo todas las instalaciones en Campo Cerrado, Aldeávila de Revilla y Martihernando, al igual que después los mantenimientos. Desde niño lo acompañé en multitud de ocasiones y tengo el privilegio de que muchas veces al acabar su labor, el viejo don Atanasio lo llamaba para que entrase en la casa a tomar algo con él, lo mismo que ocurrió años después con Bernabé, el hijo o Gabriel Aguirre, el yerno, por lo que, desde mi infancia, pude estar cerca de lugares únicos y escuchar conversaciones que, con el paso del tiempo, rememoro y siento que fui un privilegiado. 

 Era Campo Cerrado, con la leyenda de don Atanasio y tantas páginas gloriosas de la Fiesta escritas en esa casa. Desde tiempos de Manolete, a Luis Miguel y su cuñado Antonio Ordóñez, pasando por Julio Aparicio, Pedrés, Antoñete, Paco Camino, El Viti, El Niño de la Capea, Julio Robles, Juan José, Espartaco, Ponce… Miles de tentaderos a los que no faltó nadie importante o modesto de la torería, porque en esa casa todos tuvieron su sitio. De ahí la enorme grandeza que atesoraba y en la que era frecuente la visita de altas personalidades, porque esta familia siempre tuvo mano izquierda para navegar con el poder y con la oposición.  Por eso, además de su bravura, durante más de sesenta años, los toros de don Atanasio estuvieron en los mejores carteles. 

En aquella casa ganadera de tanto esplendor estaba de mayoral Fidel Rivas, de una genuina estirpe de hombres del toro natural de Martín del Río –cuna de los mejores mayorales- que dejaron impronta de nobleza, con su espíritu introvertido, sabiendo lo que traían entre manos y ajeno a cualquier barullo. Fidel supo sujetar las riendas de la ganadería y beber de las fuentes de don Atanasio desde que llegó a ese cargo de tanta responsabilidad tras la jubilación de Domiciano Pombo, el célebre Domi (suegro de Juan Mari García, leyenda de los picadores). Fidel y Manuela, su esposa, tuvieron una amistad grande con mi padre y gozaban de total confianza. Eran quienes llamaban cuando había una avería o algo no funcionaba, siempre haciendo gala de la generosidad.

Por eso, la lectura del nuevo libro de Domingo me ha hecho rebobinar la película de la vida y, a través de sus páginas, entrar otra vez en Campo Cerrado por el pórtico que da acceso desde la calle a un sobrio patio, con la elegancia de la sobriedad, el sabor más puro que existe y en medio, el brocal del pozo, con los hierros de la casa donde don Atanasio se inmortalizó con Manolete. Allí se respiran aires de toro, de caballo, de charrería… en las antípodas de la infecciosa moda de copiar lo andaluz, por la sencilla razón que la solemnidad de lo charro es muy superior al resto. O los señoriales salones de la casa palacete –la mejor de todo el contorno-, donde nunca me cansaba de observar la escultura de un encierro de Revelles, fundido en bronce, que era una maravilla, junto al resto de cabezas de toros, la estanterías llenas de libros y los ventanales desde los que se veía toda la ribera, con el espectacular paisaje de los encinares.

Me ha encantado este monográfico escrito por Domingo Delgado de la Cámara. Me ha traído infinidad de recuerdos de una ganadería histórica y que durante muchos años fue la preferida por las grandes figuras. Además, este libro aclara muchas cosas y me ha sido muy agradable leer el exquisito trato que dedica a Gabriel Aguirre, quien era un hombre generoso y magnífico aficionado. 

Recomendable su lectura, además muy amena, para no olvidar jamás la leyenda de don Atanasio, quien fue una figura en la cría del toro en los tiempos que Salamanca abanderaba la ganadería española.

Acerca de Paco Cañamero

En tres décadas juntando letras llevo recorrido mucho camino, pero barrunto que lo mejor está por venir. En El Adelanto me enseñaron el oficio; en Tribuna de Salamanca lo puse en práctica y me dejaron opinar y hasta mandar, pero esto último no me gustaba. En ese tiempo aprendí todo lo bueno que sé de esta profesión y todo lo malo. He entrevistado a cientos y cientos de personajes de la más variopinta condición. En ABC escribí obituarios y me asomé a la ventana de El País, además de escribir en otros medios -en Aplausos casi dos décadas- y disertar en conferencias por toda España y Francia. Pendiente siempre de la actualidad, me gustan los toros y el fútbol, enamorado del ferrocarril para un viaje sugerente y sugestivo, y una buena tertulia si puede ser regada con un tinto de Toro. Soy enemigo del ego y de los trepas. Llevo escrito veintisiete libros -dos aún sin publicar- y también he plantado árboles. De momento disfruto lo que puedo y me busco la vida en una profesión inmersa en época de cambios y azotada por los intereses y las nuevas tecnologías. Aunque esa es otra historia.

1 comentario en “La leyenda de don Atanasio, en las librerías

  1. D* Atanasio y campo cerrado que grandes recuerdos de mi infancia cuantos grandes toreros vi en los tentaderos, estaba de vaquero Santia casado con una prima mia

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