Luis Reina vuelve a la pomada para cumplir su último sueño. El gran torero extremeño se prepara para la que, en principio, será su última corrida al cumplir los 65 años de edad y, como no podía ser de otra forma, lo hará en la plaza de su Almendralejo natal, ciudad de la que es un símbolo, con un cartelazo conformado por Talavante y Emilio de Justo. Reina –como es conocido entre las gentes del toro- dejó durante años su esencia en los ruedos y, una vez colgado el traje de luces, ha sido el maestro de una magnífica generación de toreros que, desde la Escuela Taurina de Badajoz, salieron lanzados al estrellato, ejemplos de Perera, Talavante, Ginés Marín.
Recuerdo a Luis Reina en sus primeros años de matador, en la época que era unos de los jóvenes con más posibilidades y llamado a ser una inmediata figura del toreo. Diestro de esencias, de magníficas formas y con una elegancia innata en su interpretación, a ningún aficionado dejó indiferente, ni tampoco a sus compañeros, entre quienes gozaba del respeto y consideración.
Por entonces, Reina, pasaba largas temporadas en Salamanca, al igual que la mayoría de la torería de la época. Incluso Luis había hecho la mili en el Cuartel de Caballería Julián Sánchez ‘El Charro’ –donde ahora se levanta El Corte Inglés- siendo su hombre de confianza era Adolfo Lafuente, que aún se vestía de luces y quería al diestro como si fuera un hijo; también formaba parte de la cuadrilla el extraordinario lidiador charro Flores Blázquez, brillando con su capote poderoso. Reina entrenaba con el resto de los toreros en La Sindical, jugaba partidas al frontón del Botánico con Pascual Mezquita y al mediodía iba al encuentro de las gentes del toro, casi siempre con Adolfo Lafuente, hasta el Plus Ultra y después rematar en Mi Vaca y Yo, donde Florines, el dueño de este último bar también fue un apasionado seguidor del diestro de Almendralejo. Reina, un hombre serio y cabal, respetado, de pocas palabras y con el sueño vivo de ser figura, cuando no tenía tentadero, también frecuentaba las tardes de fútbol en el Hemántico, siendo uno más en aquella Salamanca torera y ganadera que le abrió las puertas de par en par. Fue en los años previos a la llegada de Rui Bento, Jorge Manrique y Julio Norte, al igual que entes habían hecho otros muchos diestros, ejemplo de los portugueses José Falcón o Amadeo dos Anjos de los que tanto le hablaba Adolfo Lafuente.
Luis Reina fue, junto a Juan Mora, el primer torero extremeño que vio su nombre escrito en las ferias. Con anterioridad, en Extremadura, hubo importantes proyectos, ejemplos de Luis Alvis, Morenito de Cáceres…, pero en esa década de los 80 donde en su ecuador Juan Mora encontró un lugar de postín, Luis Reina dejó la muestra de su torería muchas tardes en Madrid, arrasaba en su región, en la que era un ídolo, dejó buenas vibraciones en Sevilla y no le faltaban contratos; sin embargo no acabó de llegar ese triunfo grande en Madrid que lo consolidada y diera pasaporte a las ferias, a pesar de acariciarlo tantas veces con la mano y acaparar titulares.
Ya en la madurez torera volvió a la pomada al ser el primer diestro en anunciar publicidad en el vestido de luces. Eran tiempos que lo apoderaba Diego Bardón, un pintoresco personaje extremeño que fue novillero –toreaba con dos muletas-, escritor y acabó corriendo maratones por medio mundo, siempre con la bohemia como bandera de su vida. Poco más tarde, Luis, con la llegada de nuevos toreros y ver que su momento ya había pasado decidió retirarse, aunque siempre seguía frecuentando el campo y toreando festivales, e incluso descolgó el traje de luces en alguna ocasión, una de ellas triunfal junto a Curro Romero y Espartaco.
En su retiro, disfrutando de la paz de su querido Almendralejo y de su familia, un buen día fue llamado para dirigir la Escuela Taurina de Badajoz, un puesto que ejerce con ejemplar dedicación, hasta el punto que ahí, Reina, vuelve a escribir otra importante historia, al situarla en lo más alto de las escuelas y sacar una hornada de grandiosos toreros, siempre desde la sencillez natural, sin pretender sacar pecho de nada y con esa misma personalidad que lo hizo ser tan querido. Por eso, ahora, fruto de su vocación, cuando ya alcanza los 65 años de edad, vuelve a vestirse de luces en el que será un auténtico acontecimiento. En una de esas ocasiones que te hacen coger el coche y hacer kilómetros para no perder el acontecimiento y, seguramente que antes de comenzar la corrida, sentado sobre el tendido del precioso coso de La Piedad, rebobinar la película de la vida para recordar a aquel chaval que en Salamanca dejó el aroma de su clase y la huella de su humanidad. Porque será el último sueño de un gran torero.
Un buen maestro y gran persona un abrazo