A Miguel Ángel Herrero ya le ha llegado la hora de colgar la vara de picar y dejar el castoreño en la estantería de los recuerdos. En ese lugar sentimental que, cuando lo observe cada mañana, le servirá para rememorar algún de los tantos momentos felices vividos en estas tres décadas dedicada a la profesión. Esa profesión que mamó desde niño en una época en la que, seguramente, más de una vez se colocó el castoreño de su padre para asomarse al espejo y tener ya claro que iba a seguir el mismo camino. Porque su progenitor, el gran Salvador Herrero, recientemente fallecido, ha sido uno de los grandes varilargueros de la época y engrandeció tanto ese oficio tan campero de atemperar desde el caballo los toros bravos.
Miguel Ángel desde muy joven ya se hizo con un sitio entre los buenos picadores y siempre eran muchos los matadores y novilleros que lo requerían, a la paz que aumentaba su prestigio y como legado de esa época quedan decenas de trofeos que dan fe de su grandeza y de su profesionalidad; de su sabiduría como jinete y saber alzar la vara para llamar al toro y bajarla en el momento de acercarse para tener ya las curdas dentro, en toda la yema, en el momento de llegar a la cabalgadura. Y ahí Miguel Ángel acaparó titulares, admiración y lo más importante, el respeto de sus compañeros.
Ahora se ha ido. Y lo ha hecho en silencio, como a él siempre le han gustado las cosas, lejos de barullos y provocar brindis. Se fue en la plaza madrileña de Chapinería tras dejar su maestría en una novillada, en la únicamente él sabía que era la última. Por eso, tras los dos puyazos y ordenar el cambio de tercio, mientras regresaba lo hizo con la emoción íntima de poder decirle a su progenitor: “padre, gracias por tanto”.
Y desde hoy, Miguel Ángel que, con tanta vida aún por delante, ya es un hombre jubilado de Muñoz vive también con la ilusión en su hijo Salvador. En este nuevo Salvador Herrero que se ha convertido en una de las máximas ilusiones toreras de la nueva hornada de la escuela y con tanto orgullo sigue su carrera. Porque Miguel Ángel Herrero (que además es un hombre con un corazón de oro) ya le ha llegado la hora de colgar la vara de picar y dejar el castoreño en la estantería de los recuerdos